Monday, April 27, 2015

LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES | Rafael Narbona

LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES | Rafael Narbona

LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES



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Revolución de los Claveles, 25 de abril de 1974
La Revolución de los Claveles fue una revolución incruenta, que aún despierta el ensueño de lo utópico en una Europa desmoralizada. Después de la muerte en 1968 de António de Oliveira Salazar, la dictadura intentó prolongarse con Marcelo Caetano, pero el 25 de abril de 1974 se sublevaron 200 capitanes, aliándose con el movimiento obrero y campesino del Sur de Portugal. Durante veinte meses, peones y jornaleros ocuparon tierras y los obreros asumieron el control de las fábricas, promoviendo la democracia asamblearia. Los capitanes rebeldes nacionalizaron los bancos y expropiaron tierras a los grandes latifundistas. Esas medidas no libraron a Portugal de su condición de nación subdesarrollada. El país siguió fabricando grúas para el puerto de Nueva York, vagones para el Metro de Chicago y teléfonos para Bahréin, pero adquirió fuerza la idea de reemplazar el sistema capitalista por una economía socialista. Otelo Saraiva de Carvalho, teniente coronel de infantería y figura clave en la liberación de Lisboa y la independencia de Mozambique, encabezó ese anhelo, que no disimulaba su admiración por la Revolución cubana. De hecho, el 21 de julio de 1975 una delegación portuguesa presidida por Otelo viajó a Cuba y se entrevistó con Fidel Castro, que organizó un acto público de solidaridad con el pueblo portugués y su revolución. Durante su intervención, Fidel afirmó que Saraiva de Carvalho era “un héroe de la revolución portuguesa contra el fascismo, el imperialismo y la reacción”. Mientras tanto, la derecha portuguesa, compuesta básicamente por empresarios, latifundistas y antiguos colonos de Angola, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe, tejía una conspiración, instigando a los sectores más conservadores del ejército para que disolviera la “Comuna de Lisboa”. La Iglesia Católica respaldó la iniciativa, y socialistas y socialdemócratas se sumaron al boicot. El 25 de noviembre de 1975 un golpe de Estado dirigido por el general Ramalho Eanes, que más tarde se convertiría en Presidente de la República, puso fin al proceso revolucionario. En 1980, se paralizó la reforma agraria y, poco después, se privatizaron los bancos nacionalizados. La democracia asamblearia de los barrios perdió su influencia y las multinacionales, que se habían marchado del país atemorizadas por el clima de inestabilidad y radicalismo, regresaron poco a poco.
El 25 de abril de 1976 se aprueba una Constitución basada en el ideario socialista de los capitanes sublevados. El artículo 9 proclama que “la finalidad del Estado es socializar la riqueza y los medios de producción”. Sin embargo, se aplica una política económica de carácter capitalista que produce un agudo malestar en las filas de la izquierda revolucionaria. En 1980, se fundan la Fuerzas Populares Veinticinco de Abril (FP-25), una organización armada que inicia una espiral de atentados y atracos, causando 13 víctimas mortales. En 1984, se acusa a Saraiva de Carvalho de ser el máximo responsable de la lucha armada clandestina. Se esgrime como prueba su participación como autor en el “Proyecto Global para la Revolución”, un documento que invitaba al pueblo a defender sus derechos mediante milicias armadas. El juicio dura diecisiete meses (el más largo de la historia de Portugal), pero no consigue probar la implicación de Carvalho en ningún acto violento. Se invoca el artículo 288 del Código Penal portugués para imputarle el concepto de autoría moral en los atracos y atentados perpetrados, aunque no se halla ninguna evidencia irrefutable. Otelo salió en libertad en 1989, después de cumplir cinco años de prisión. El Tribunal Constitucional admitió defectos de forma en el proceso y el Tribunal Supremo dictó la liberación, alegando falta de pruebas y la imposibilidad de celebrar un nuevo juicio, pues los testimonios de los cinco arrepentidos que delataron a sus compañeros a cambio de la absolución, una importante cantidad de dinero y una nueva identidad en el extranjero, no podían verificarse con garantías de objetividad.
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Otelo Saraiva de Carvalho
Actualmente, Saraiva de Carvalho cobra una modesta pensión y vive en un barrio de clase media de las afueras de Lisboa. Con casi ochenta años, estima que no queda nada de la Revolución de los Claveles. Se pregunta si sirvió de algo abandonar los cuarteles y salir a la calle. Su balance me parece demasiado pesimista. Las metas del levantamiento popular eran la Descolonización, la Democratización y el Desarrollo (las famosas tres letras D, que condensaban el espíritu de los rebeldes), y, en buena medida, se materializaron. Angola, Mozambique y Guinea Bissau se convirtieron en naciones independientes; se reconocieron los derechos y libertades de cualquier régimen democrático, y se produjo un crecimiento económico, que mejoró las condiciones de vida de la población. La actual crisis económica ha desdibujado estas conquistas. Ahora sólo está de moda la letra D de Decepción. “O pobo é o que máis ordena” (“El pueblo es el que más manda”), cantaba José Afonso en Grândola Vila Morena, el tema que el 25 de abril de 1974 se empleó como contraseña para iniciar la rebelión. El periodista Carlos Albino pinchó la canción en Radio Renascenca y los rebeldes comenzaron a desplegarse. La canción se transformó en himno de la Revolución. Hoy en día los periódicos portugueses repiten la frase “FMI o que máis ordena” y hace un par de años la canción de moda era “Parva que sou” (“Que tonta que soy”) del grupo Deolinda, que lamenta del fracaso de las expectativas despertadas por la Revolución de los Claveles. De vez en cuando, Otelo Saraiva de Carvalho concede entrevistas y participa en coloquios. “La noche del 24 –recuerda con nostalgia- me encerré con seis oficiales en el puesto de mando clandestino de A Pontinha, en Lisboa. Corrí las cortinas para aislarnos del exterior. Carecíamos de provisiones, Nos alimentaba la esperanza y la emoción. No dormimos. Los periodistas nos llamaron los hombres sin sueño. Mis camaradas eran militares que se jugaban su puesto y su libertad. Todo acabó el 26 a las 13:30. El 25 de abril fui el hombre más feliz del mundo. Cumplí un sueño de juventud que fue más allá de un sueño. Tengo el orgullo de haber participado en el derrumbe del poder fascista y más tarde, entre el 74 y 75, el orgullo de no haberme contaminado por el poder. Porque yo no quería el poder para mí, lo quería para el pueblo”.
La Revolución de los Claveles puso fin a un régimen autoritario, con un coste humano relativamente bajo. Merece ser recordada como un momento utópico y esperanzador. Desde entonces, han sucedido muchas cosas, algunas particularmente desalentadoras, pero la chispa de ilusión y heroísmo de “los hombres sin sueño” que derribaron la dictadura de Salazar, aún encarna la posibilidad de alterar el rumbo de la historia, sin baños de sangre. El siglo XX produjo más horror del que la mente puede soportar, pero también nos dejó imágenes hermosas, como los claveles que silenciaron la boca de los fusiles en Portugal un 25 de abril de 1974.
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RAFAEL NARBONA

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