Wednesday, October 24, 2012

Trajes y harapos. ABSTENCIÓN Y VOTOS EN BLANCO

PARA DISCUTIR A FONDO
Trajes y harapos

Echando un vistazo a los resultados y análisis de las elecciones en Galicia me encuentro, sin sorpresa, reacciones dentro de diferentes asambleas del 15m y grupos afines que van en la línea de celebrar la abstención de la jornada electoral. El relato, como les gusta decir, vendría a ser que la perdida de votos de los grandes partidos, la abstención y la subida de votos nulos y blancos es un éxito, que confirma la desafección consciente al sistema por parte de los ciudadanos. Pasan página rápido, aludiendo a que las elecciones no les conciernen, que son un mecanismo legitimador del sistema; las miran de reojo, con una media sonrisa de satisfacción y superioridad intelectual.
Yo (el dato, aunque personal, creo que corresponderá a más gente) me empecé a interesar por la política a raíz de los movimientos antiglobalización: Seattle, Praga y Génova con su infausto recuerdo. Finales de los noventa, principio de la década anterior. Muchos de los debates que se daban entonces se dan ahora (se llevan dando toda la vida, realmente): el tema del parlamentarismo y las elecciones, el asamblearismo, las organizaciones y cuestión del liderazgo…
Podemos recordar manifestaciones de principios de los dos mil, cuando en Madrid (hablo de lo que conozco, disculpen los de otros lugares) nos juntábamos, en el mejor de los casos, unos pocos miles, sino cientos de personas en convocatorias de diferente temática. Casi se podría decir que nos conocíamos. Una pléyade de organizaciones de izquierda (trotskistas en su mayoría), el PCE y los demás partidos comunistas, los anarquistas, la gente de las okupaciones, ecologistas, feministas, hasta algún viejo republicano. Sin duda en cada una de ellas había más militantes o gente organizada que simplemente los que se pasaban por allí y eso, obviamente, llevaba al debate permanente de que era lo que hacíamos mal para cocernos siempre en nuestra propia salsa. Eso sí, teníamos clara una cosa, a pesar de nuestras diferencias (en algunos casos muy duras) todos éramos de izquierdas: queríamos superar el capitalismo, buscábamos algo mejor, más equitativo, más digno y éramos por descontado antifascistas.
También en la década pasada hubo citas importantes. Las movilizaciones estudiantiles del 2001, que plantaron cara a la mayoría absoluta de Aznar (cuando el relato era que España era de derechas y no se podía hacer nada); la huelga general del 2002 o las masivas manifestaciones contra la guerra de Iraq o Nunca Mais en 2003. En esa segunda legislatura del PP se produjo un incremento de las protestas, un cierto despertar, que viniendo de los oscuros años 90, supuso un soplo de aire fresco, la entrada de militantes jóvenes en escena. Desgraciadamente lo que no supusieron fue un cambio de mentalidad a escala general: el dinero fácil del crédito (como ya hemos hablado por aquí) parecía tenernos a todos en un dulce sueño del que despertaríamos de golpe.
Lo siguiente interesante que recuerdo fue el Movimiento por una Vivienda Digna. Como, en los estertores de la burbuja, justo antes de su explosión y cuando un piso en Parla valía cincuenta kilos, se les tachó de vagos e imbéciles que criticaban la fuente de maná de la que vivía este país (bendita memoria, lástima que no sea colectiva). Sin embargo fue en este movimiento, donde por primera vez oí aquello de “sin banderas”. Me preocupó, pero ya que se trataba de algo tan específico (y sin embargo tan general, ahí mi error) no le di importancia.
Y luego llegó el 15m (Un movimiento, que por otra parte y para ser justos, se debería haber llamado 7 de Abril , aunque supongo que otros, más listos, supieron aprovechar el mejor el ruido). Aquí ya todos nos situamos: la estupenda y formidable marea humana por todo el país, la puerta del Sol, la alegría, sin duda, de ver a gente que en su vida se había acercado a nada político participando en asambleas, tomando la palabra. Muchas cosas buenas, de todas ellas, la mejor, más digna y respetable, el movimiento de paralización de los desahucios.
Supongo que en aquellas fechas leí a algún militante de izquierdas: “piden las cosas diferente a nosotros pero piden lo mismo, sin duda son de los nuestros”. Leí las teorías de bajar banderas para que nos pudiéramos ver todos, lo del 99%, lo de construir relatos, los nuevos paradigmas, las ventajas de la inteligencia colectiva, la organización horizontal en redes (había trabajado en la caseta de la Editorial Paidós en la Feria del Libro, digamos que aquello me sonaba) y no me pareció mal del todo (total, por lo menos éramos más, por lo menos algo se movía). Leí incluso lo de “No somos de izquierda ni de derecha” y aunque me costó reprimir el vómito y me sonó a falangismo puro, quise ver una buena intención en ello, una expresión máxima de desencanto con el reformismo socialdemócrata, inútil y fuera de juego bajo estas condiciones económicas.
Un año y pico después gran parte de la izquierda (siempre hablo de la izquierda que pretende superar el capitalismo) ha tomado con gran cuidado muchas de esas consignas y paradigmas. Ha hecho un esfuerzo por comprender y adaptarse, por estar a la altura. De hecho, y para ser sinceros, una parte de los activistas en asambleas locales del 15m, muchos de los que las han mantenido vivas, han sido militantes de estas organizaciones que inteligentemente han ido allí a aprender y a aportar. En todo caso, la izquierda, ha sido extraordinariamente complaciente y cuidadosa, ha tratado con guante de seda al movimiento, mientras que, por ejemplo y correctamente, ha seguido ejerciendo una dura crítica a las direcciones sindicales que aún parecen creer estar en el periodo anterior, que aún parecen buscar el acuerdo con quien solo pretende machacarnos (este no es un artículo sobre el reformismo, eso viene otro día).
Sin embargo todo en la vida tiene puntos de quiebra, de inflexión y reflexión, momentos en los que es ineludible tomar posición, aunque esa toma te haga menos simpático. Hay momentos en los que, cuando vemos que alguien se equivoca, mete la pata hasta el fondo, hay que decírselo, aún tratándose de un amigo y precisamente por ello. Y parte del 15m no sólo se equivoca, sino que empieza a ser peligroso para los intereses y propuestas que dice defender.
Y es que la derecha gobierna este país desde las instituciones políticas, moldea la realidad a través de sus medios, restaura su orden a través de las armas. La derecha maneja nuestra economía y por tanto nuestra vida, intenta manejar hasta nuestra conciencia desde los púlpitos y las sotanas. La derecha está yendo a por todas, sin complejos: nos está destrozando. Ya lo avisó el inversionista Warren Buffett cuando dijo que seguía habiendo lucha de clases y que de momento iba ganando la suya.
Y ayer la elecciones gallegas. Ver celebrar la abstención y el voto nulo/blanco, como decíamos al principio, cuando lo que supone, sin más ambages, es la victoria por mayoría absoluta del PP, me hace plantearme la absoluta falta de criterio de todo “el sector posmoderno”, que sin reconocerlo, dirige gran parte de las consignas y acciones del 15m. Nos tiene que hacer reflexionar sobre la forma tan mecánica y errónea que tienen de analizar un fenómeno tan complejo como es la abstención. Quien piense que la abstención es una postura indignada, una acción ideológica, es que ha perdido (si es que alguna vez lo llego a tener) el contacto con la realidad; es que lee mucho a Negri pero viaja muy poco en metro; es que no tiene compañeros de trabajo que le den medida de la grandiosa ignorancia y miedo con la que viven muchos ciudadanos; es que desconoce la completa ruptura de brújula de los trabajadores que aún hoy en día votan al PP por cientos de miles.
Camuflar la ignorancia y la pasividad de miles de trabajadores bajo el paraguas de la indignación no es más que una cínica expresión del fracaso. Sino fuera así que tuvieran la valentía de convocar, mañana mismo, una asamblea constituyente en Galicia. Siendo generosos, han conseguido que haya diez mil votos en blanco más, veinte mil votos nulos. Una pírrica e inútil victoria para hacer crecer sus ya desmesurados egos.
¿Es qué acaso no había más opciones? Transmitir una y otra vez que todos los políticos son iguales, que nadie nos representa, equivale a decir que Beiras y Feijoó son iguales, que el PP y la Alternativa Galega de Esquerda son lo mismo. Y eso, además de ser mentira, es una auténtica canallada intelectual y política.
Claro que el parlamentarismo es parte del sistema que nos ahoga, por supuesto. Lo cual no significa que no deba ser un frente más en la lucha contra el capitalismo. Tener unos diputados de izquierdas como los de la AGE en un parlamento supone dar voz a determinadas ideas que de otra forma no serían escuchadas. ¿Escuchadas por quién, decís? Por la gran mayoría de la población que aún sigue confiando (nos guste o no, es así) en las instituciones. Supone incluso visualizar para miles de personas que hay otra forma de hacer política, que hay otras ideas, que no son los recortes sí y los recortes también. Cientos de revolucionarios han participado en política parlamentaria a lo largo de la historia, buscad los ejemplos. Imaginaos, por un momento, lo que hubiera supuesto una victoria ayer de la izquierda en Galicia. Votar es perfectamente compatible con las protestas en la calle, con las asambleas, con la idea de que la democracia debe ser más que votar cada cuatro años.
Resulta muy peligroso, en un momento en que el fascismo repunta en Europa, esgrimir una frase como la de “No somos ni de derechas ni de izquierdas”. ¿Los de abajo, los de arriba? Pensé que la Revolución Francesa había valido para algo. Poner esta consigna en manos de gente cuya experiencia política se reduce, en el mejor de los casos, a un año y medio, y cuyo interés por la teoría política se centra en twitter, es lo mismo que jugar al ping-pong con una pelota hecha de nitroglicerina. Supone cerrar las puertas a decenas de años de valiosísimas experiencias en la lucha contra el capitalismo, a volúmenes imprescindibles de autores que nos explican y piensan problemas con los que nos enfrentamos actualmente. Supone hacer algo que la derecha llevaba queriendo hacer años: el hurtarnos nuestras tradiciones, nuestra memoria y nuestra dignidad.
Comprendo y aprecio los nuevos análisis, los acojo siempre con curiosidad. Me gusta que haya nuevas corrientes que se dediquen a analizar cuales son los nuevos paradigmas de nuestra sociedad. Entiendo hasta la táctica, de que para que nuestras ideas puedan ser accesibles a muchos, haya momentos en los que es mejor renunciar a símbolos y palabras que han quedado manchadas por la historia. Pero considero que es un error fundamental, hasta suicida, el renunciar a los instrumentos ideológicos que nos han permitido poner en jaque, e incluso vencer, al poder en el pasado siglo. Sencillamente no nos lo podemos permitir, y menos renunciar a ellos por agradar a parte de un movimiento (ni si quiera es todo) que según crezca la polarización a todos los niveles, será arrastrado y nadie recordará. No sea que cuando tengamos que levantar la bandera de la izquierda, de tanto repensarla, nos la hayamos cargado nosotros mismos de forma permanente.
Si recuerdan al principio les contaba aquello de las manifestaciones minoritarias de la izquierda, de qué hacíamos mal. Obviamente este artículo no tenía como intención repasar o analizar este asunto. Yo, por supuesto, no tengo una respuesta acabada a ese problema, pero sé identificar algo bueno cuando lo veo. Y lo de ayer en Galicia, lo de la Alternativa Galega de Esquerda, lo es y mucho. Como es bueno Melenchon y Partido de Izquierda en Francia, o Alex Tsipras y Syriza. Y son buenos porque, por fin, hay partidos de izquierda que plantean abiertamente y sin excusas que estamos en un fin de etapa, que este régimen no se sostiene, que hay que romper con el capitalismo directamente; no se esconden, no bajan la bandera, la adaptan sin renunciar a nada. Y son buenos porque tienen un carácter inclusivo, porque intentan romper con esa enfermedad de la izquierda que ha sido siempre la atomización hasta el ridículo (véase Frente Popular de Judea). Pero son buenos, sobre todo, porque salen a ganar, porque tienen la intención clara de abandonar ese pesimismo rancio, porque saben que no nos podemos permitir otra derrota. Si a mi me dicen, en alguna de aquellas manifestaciones de finales de los 90, que un partido de izquierda como Syriza podía claramente acceder al gobierno de un estado europeo, se me hubieran caído las lágrimas de emoción.
Y justo, justo ahora, ¿pretenden que renunciemos a ser de izquierdas? Ni pensarlo: justo ahora que va a comenzar la fiesta no conozco un traje que me siente mejor que el rojo.

Daniel Bernabé

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