resistir y reir
paginas
salud
Friday, November 17, 2023
Carta de AGAMME al Presidente del Gobierno y al Parlamento Europeo instando a adoptar medidas para detener el genocidio del pueblo de Palestina
Wednesday, October 25, 2023
El grito de Palestina: venid y contad, por Luz Modroño* |
La voz, la palabra, el grito de un pueblo pidiendo ayuda y socorro resonaba en las calles y las casas del pueblo palestino mucho antes de que el pasado 10 de octubre Hamás realizara un ataque que terminaba con la vida de cientos de personas. Muchas preguntas quedarán en el aire en forma de sospechosas dudas acerca de si hubiera podido evitarse y por qué el servicio de inteligencia israelita, el más poderoso del mundo, no lo detectó a tiempo. Hoy quizás ya no importe siquiera responder.
Las consecuencias para Netanyahu han sido como si le tocara el premio gordo de una lotería. Por un lado, le ha dado la excusa perfecta para borrar del mapa y de una vez por todas al pueblo palestino. Por otra, los turbios asuntos que le rodeaban han quedado desfigurados y envueltos en una nebulosa. Y, por último, ha conseguido que el mundo se estremezca y muestre sus condolencias ante un atentado terrorista que se ha cobrado casi mil vidas israelitas aunque asiste con estupor al exterminio entero de un pueblo.
Frente al ataque de Hamás, la respuesta de Netanyahu es la confirmación de un genocidio que ha ido perpetrándose desde 1948, cuando sobre territorio palestino se fundaba el poderoso Estado de Israel. La venganza, el ojo por ojo absolutamente desproporcionado, ha sido la respuesta que ha caído y sigue cayendo sobre una población indefensa, asediada y martirizada.
Hace varias décadas que la Comunidad Internacional dejó de ser una voz con fuerza para denunciar y ejercer presión que parara las aberraciones e injusticias que las instituciones políticas o gobiernos cometían. Tras la denuncia venía la movilización y como una hermosa corriente de solidaridad, como una sola voz hermanando al ser humano, se conseguía levantar una barrera que paraba o, al menos dificultaba, el camino de la barbarie. Una se pregunta a esta altura de la película qué fue de aquella Comunidad Internacional que, liderada por la ONU, erigía su voz contra la injusticia. Y se pregunta hasta qué punto ese silencio no tiene también alguna responsabilidad en lo que está ocurriendo.
Desde la creación del Estado sionista de Israel, un pueblo agoniza sin apenas defensa. Casi setenta y cinco años en los que el sufrimiento, la limpieza étnica, la expulsión de sus casas, tiradas abajo sin posibilidad de reconstrucción para presionar el abandono y la consiguiente usurpación, el encarcelamiento de niños menores de edad sometidos a duras penas de prisión por haber tirado una piedra contra un israelita, el robo de sus tierras, el asesinato impune son el día a día en el que vive una población obligada al exilio, el hambre o la muerte. Sistemáticamente, la respuesta del poderoso Estado de Israel contra cualquier ataque infringido por los palestinos es respondida con una violencia desmedida.
Hace unos años estuve en Palestina, un país que no existe para los israelitas y al que no puedes afirmar que vas so pena de una inmediata devolución al tuyo. De primera mano pude comprobar el acoso, la persecución, la marginación, la ausencia de derechos humanos, incluidos los sanitarios, bajo los que viven miles de palestinas diariamente. La resistencia que, con escasos medios, y por ética y dignidad, presenta un pueblo perseguido.
Más allá de las razones históricas que pueden subsistir en el conflicto se imponen las humanitarias. Israel lleva casi 75 años sometiendo a la población palestina a una estrategia de exterminio y ocupación de su territorio. El inmenso desequilibrio de fuerzas existentes entre el Estado de Israel y el pueblo palestino obliga a pararnos un momento a reflexionar. El Estado israelí, desde su creación, ha violado con impunidad todas y cada una de las resoluciones dictadas por la ONU. Desde la política de apartheid a la construcción de un muro que vuelta tras vuelta aisla a grupos de población a los que deja incomunicadas durante días, a las cámaras de vigilancia, asentamientos ilegales, bloqueo a Gaza y consiguiente prohibición de llevar ayuda humanitaria, la política anexionista, la ocupación ilegal de las tierras palestinas y la consiguiente colonización… Ante esta realidad una se pregunta quiénes son los terroristas. En aquel viaje, al preguntar qué y cómo podíamos ayudar la respuesta era siempre la misma: “venid a ver lo que pasa y contadlo. Nos están matando”.
No avalar y condenar el atentado de Hamás no impide el reconocimiento del enorme desequilibrio existente. Mientras se consolidaba una política genocida y de exterminio sistemático iniciada tras la creación del Estado de Israel, en Palestina surgían grupos de resistencia que fueron una respuesta violenta frente a la violencia, que abogarían por la lucha armada y los ataques indiscriminados. Mientras, el diálogo se perdía en un horizonte cada vez más lejano.
Sin duda, la solución no pasa nunca por el enfrentamiento armado, pero convendría no olvidar que existe otro terrorismo, incomparablemente más cruel si cabe porque parte de una posición de dominio y poder: el terrorismo de Estado. Un terrorismo nunca reconocido como tal y, por consiguiente, avalado por las grandes potencias occidentales, empezando por EEUU y terminando por las naciones demócratas europeas. Un Estado que tuvo en sus manos poner fin a la violencia y la guerra si hubiera abogado por la Paz, el entendimiento y la convivencia, pero, lejos de ello, su objetivo de expropiación y expulsión del pueblo palestino con el que estaba obligado a entenderse se ha mantenido fijo a lo largo de tres cuartos de siglo.
Basta comparar el mapa de Palestina e Israel en 1948 con el actual para comprobar la tenacidad con que el Estado de Israel ha conseguido a fuerza de violencia y amenazas sus objetivos.
Hoy, mientras Netanyahu contempla impertérrito el bombardeo que, cual lluvia, cae sobre Gaza y osa, amparado en el discurso de impunidad emanado desde occidente, amenazar abiertamente a familias, niños, mujeres, hombres, la Comunidad Internacional, que estaba mirando hacia otro lado mientras Israel actuaba abiertamente contra el Derecho Internacional, asiste atónita a una guerra que puede ser la definitiva para el pueblo palestino y que, no obstante, también costará la vida de miles de israelitas. Porque conviene destacar que el pueblo israelita es también víctima de la política homicida de unos gobernantes movidos por la soberbia y la venganza.
El atentado de Hamás se convierte en la excusa perfecta para un ejército que parece estar dispuesto a acabar de una vez por todas con esos dos millones de personas que aún perviven en la franja de Gaza. Un bloqueo brutal contra una población inocente. Un genocidio largamente anunciado y una guerra que, como todas, deparará un ingente sufrimiento a ambos pueblos.
Mientras, el poder de la televisión estremece hoy a esa Comunidad Internacional que dejó de mirar y escuchar el grito de socorro de un pueblo que agonizaba y hoy siente si inminente masacre.
*Luz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria.
Saturday, October 14, 2023
Santiago Marcos, poeta topo
Wednesday, October 11, 2023
CANCIÓN ÚLTIMA, de Miguel Hernandez
Wednesday, June 07, 2023
carta de Bakunin a su hermano Pablo
Tuesday, March 28, 2023
LA CLASE OBRERA FRANCESA ENTIERRA A SUS SEPULTUREROS
Sunday, March 05, 2023
« Una apuesta arriesgada » - por Benoît Bréville,
Una apuesta arriesgada
Los envíos debían limitarse a “material defensivo”. Para evitar una escalada, para impedir un “enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia”, sinónimo, según el presidente Joseph Biden, de “tercera guerra mundial”. Un año después de la invasión rusa de Ucrania, los equipos de protección suministrados por el bando occidental se han transformado en helicópteros Mi-17, cañones Howitzer, drones kamikazes, lanzamisiles de largo alcance y tanques Abrams y Leopard. Los límites establecidos un día se traspasan al siguiente, y cuando el pasado 31 de enero Biden aseguró que su país no suministraría los aviones de combate reclamados por Kiev, es fácil adivinar la continuación. De hecho, en los círculos militares ya se comparan las virtudes del Gripen sueco con las del F-16 estadounidense.
Ya que nada parece poder detener esa escalada armamentística que ahora ocupa el lugar de las negociaciones. “Inclinar la balanza del campo de batalla a favor de Ucrania” se ha convertido, según Washington, en “la mejor manera de acelerar la perspectiva de una verdadera diplomacia” (1). A base de declaraciones marciales (“apoyaremos al pueblo ucraniano el tiempo que haga falta”, “Ucrania vencerá”…), Biden ha comprometido el prestigio de su país: tras la debacle afgana, todo retroceso parecería un signo de debilidad –y para la Unión Europea, que también se ha involucrado mucho, una humillación estratégica–. Por su parte, Vladímir Putin está movilizando las fuerzas necesarias para lograr sus fines, en un conflicto que percibe como un desafío vital en el que está en juego el destino nacional. La idea de que una Rusia acorralada no empleará armas más destructivas, sino que aceptará su derrota, es una apuesta arriesgada.
Es probable que pronto se plantee la cuestión del despliegue de tropas occidentales. Por el momento, Washington se niega. Pero ¿acaso el presidente Lyndon Johnson no declaraba en octubre de 1964: “No voy a mandar a muchachos estadounidenses a 9000 o 10.000 millas de casa para que hagan lo que deberían hacer por sí mismos muchachos asiáticos” (2)? Cambió de opinión unos meses después. Tres millones de “muchachos estadounidenses” aterrizaron en Vietnam a partir de 1965. 58.300 nunca regresaron.
Una victoria imposible, un estancamiento previsible, una obstinación en el error por el simple motivo de no quedar en evidencia: este destino no les aguarda solo a los rusos. Estados Unidos ha demostrado en Irak y Afganistán su incapacidad para sacar conclusiones de su participación en Vietnam. Por ello, el exviceministro de Defensa Nguyen Chi Vinh le tiende el espejo de la historia a Kiev: “Deberíamos decirles a nuestros amigos ucranianos que no es prudente dejar que su país se convierta en escenario de los juegos de poder, que recurra a la fuerza militar para enfrentarse a su inmenso vecino y que tome partido en una rivalidad entre grandes potencias” (3). Respaldada por la OTAN y equipada con rutilante material, Kiev se fija ahora objetivos de guerra desproporcionados, como la reconquista de Crimea. Al alentar esa intransigencia, los occidentales posibilitan que el conflicto dure, se extienda y empeore.