Lamento que, si no lo has leído, te lo tengas que tragar por mi culpa para saber de qué hablo. ¡Lástima!, porque es de esas piezas de literatura sesgada, capciosa y sibilina que merecerían el más claro y mejor de los desprecios, que el saber popular ubica en no hacer aprecio. Con deciros que he decidido no volver a leer este periódico tan dañino, lo he dicho todo. ¡Basta ya de voceros acríticos del sistema!

Afirma este diario -no, no ha podido ser Fraga el autor material de la insidia, pero al amanuense habría que darle un premio de sosias excepcional- que la ovación a don Juan Carlos de los diputados del Congreso desmiente que la opinión pública esté cuestionando la santa Institución. Espléndida pirueta argumentaria que reafirma, una vez más, lo que tantos sospechamos y a este periódico le parece de libro: el secuestro parlamentario de la vida pública real, en la que el representante decide lo que opina el representado. A callarse, que ya votaste, sostienen, cuando la mera existencia de este editorial aberrante sugiere que está pasando en la calle justo lo contrario de lo que manifiestan.
"Los hechos imputables al yerno del Monarca no tienen que ver con la forma de Estado que libremente fue asumida por los españoles durante la Transición política". Así termina el segundo párrafo, reconstruyendo la Historia para consumo de bienpensantes olvidadizos aunque, eso sí, profundamente coherentes con el pensamiento único que justifica la inaceptable Transición, con su secuela de judicaturas franquistas, injusticia histórica hacia los perdedores, los muertos y los represaliados, historiadores empecinados en su irreal enciclopedia, banqueros y arzobispos apenas ligeramente tuneados y una clase política que, en su inmensa mayoría, tiene el honor de haber hecho bueno aquel "atado y bien atado". Al sol de esta Transición teledirigida, todos los gatos fueron pardos y, pensar lo contrario y atreverse a formularlo supone, para el rotativo, "la impugnación del pacto en el que se fundaron las libertades tras la muerte del dictador". Ahí queda eso.

En su panegírico monárquico, El País -caballero andante- se bate por su rey y una institución obsoleta y derrochadora que es una auténtica ofensa para un pueblo al que están haciendo pagar entre todos, los banqueros y empresarios tan afines los primeros, las dolorosas consecuencias de una crisis creada solo por ellos, bendecida por la Real Institución y teorizada por las plumas bien pagadas de este diario que acaba de desvelar, con el editorial mencionado, su verdadera careta al servicio exclusivo de los que están arriba.
Por lo menos, esto sí que ha quedado claro.
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