Nuevo trampolín para sus misiones de ataque. Washington se aprovecha de las dificultades económicas de Grecia para imponer a Atenas un tratado que permite a Estados Unidos cortar el acceso de Rusia al Mar Negro. Sólo los diputados comunistas griegos y sus aliados se opusieron a su ratificación.
El parlamento de Grecia ratifició un «Acuerdo de Cooperación de Defensa Mutua» que concede a Estados Unidos el uso de todas las bases militares griegas. Esas bases servirán a las fuerzas armadas estadounidenses no sólo para almacenar armamento y como centros de aprovisionamiento y de entrenamiento sino también para la realización de operaciones de «respuesta rápida», o sea como trampolín para misiones de ataque.
Particular importancia revisten la base de Larissa, donde la US Air Force ya mantiene drones MQ-9 Reaper, y la de Stefanovikio, donde el ejército de Estados Unidos ya tiene desplegados helicópterosApache y Black Hawk.
El ministro de Defensa griego, Nikolaos Panayotopoulos, ha definido el acuerdo como «ventajoso para nuestros intereses nacionales porque incrementa la importancia de Grecia en la planificación estadounidense».
Esa importancia, Grecia la tenía ya desde hace tiempo. Basta con recordar el sangriento “golpe de los coroneles”, organizado en 1967 en el marco de la operación stay-behind de la CIA [1], y el subsiguiente periodo de masacres terroristas iniciado con el sangriento atentado de la Piazza Fontana, en 1969 [2].
Aquel mismo año se instaló en Grecia, en la base de Souda Bay, en la isla de Creta, un destacamento naval de la US Navy (la marina de guerra de Estados Unidos), proveniente de la base de Sigonella, en Sicilia (Italia) y bajo las órdenes del Mando estadounidense con sede en Nápoles, también en Italia. La base naval de Souda Bay es hoy una de las más importantes para Estados Unidos y la OTAN en el Mediterráneo y ha sido utilizada en las guerras de Estados Unidos en el Medio Oriente y el norte de África.
Ahora, el Pentágono invertirá en Souda Bay 6 millones de euros, además de los 12 millones que invertirá en la base de Larissa, según anuncia el ministro griego de Defensa, presentando todo esto como un gran negocio para Grecia.
Sin embargo, el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis anuncia que su gobierno ya firmó con el Pentágono un acuerdo para modernizar los aviones de combate F-16 de Grecia, lo cual costará al país 1 500 millones de dólares. También hizo saber que Grecia se plantea la compra a Estados Unidos de drones y de aviones de combate F-35.
Grecia es, después de Bulgaria, el miembro de la OTAN que desde hace tiempo consagra al sector militar el más alto porcentaje de su PIB: un 2,3%.
El acuerdo que Grecia acaba de firmar garantiza además a Estados Unidos «el uso ilimitado del puerto de Alejandrópolis» [3]. Ese puerto griego se halla en el Mar Egeo, al borde del estrecho de los Dardanelos. Este último, al conectar el Mediterráneo con el Mar Negro, constituye una vía fundamental de tránsito marítimo, sobre todo para Rusia. Además, la región de Tracia oriental (la pequeña parte de territorio europeo de Turquía) es precisamente el punto de llegada, a través del Mar Negro y desde Rusia, del gasoductoTurk Stream.
La «inversión estratégica» que Washington ya está realizando en la infraestructura portuaria griega tiene como objetivo convertir Alejandrópolis en una de las bases militares más importantes de la región, capaz de bloquear el acceso de los navíos rusos al Mediterráneo y, simultáneamente, de contrarrestar los esfuerzos de China por hacer del puerto del Pireo una importante escala de la Nueva Ruta de la Seda.
«Estamos trabajando con otros socios democráticos en la región para rechazar actores maléficos como Rusia y China, sobre todo Rusia, que utiliza la energía como instrumento de su influencia maléfica» [4], declara el embajador de Estados Unidos en Atenas, Geoffrey Pyatt, subrayando a la vez que «Alejandrópolis tiene un papel crucial para la seguridad energética y la estabilidad de Europa».
En ese marco se inserta el Acuerdo de Cooperación de Defensa Mutua firmado entre Grecia y Estados Unidos, acuerdo que el parlamento griego ratificó con 175 votos a favor, emitidos por los partidos de centro-derecha que conforman el actual gobierno –Nueva Democracia y otros– por 33 votos en contra –del Partido Comunista y algunos aliados– mientras que otros 80 diputados dijeron «presente», como se hace en el Congreso estadounidense, lo cual, equivale, en el parlamento griego a optar por la abstención.
Y fue Syriza, la Coalición de la Izquierda liderada por Alexis Tsipras, quien optó por la abstención, una formación política que estuvo en el poder y que ahora está en la oposición, en un país que –después de haber sido obligado a vender barato su propia economía– ahora también vende barato no sólo sus bases militares sino además lo poco que le queda en términos de soberanía.
Hace unas semanas, el dueño de un restaurante de Hong Kong, especializado en tallarines japoneses, colgó un cartel en la puerta prohibiendo la entrada de ciudadanos chinos. “Queremos vivir más. Queremos salvaguardar a nuestros clientes. Por favor, perdónanos”, explicó. En uno de los epicentros del turismo mundial, la Fontana di Trevi, en Roma, una cafetería anunció en un cartel en chino e inglés: “A causa de las medidas de seguridad internacionales no se permite entrar en este lugar a toda la gente que proviene de China. Disculpen la molestia”. “Basta de psicosis”, estalló la alcaldesa de Roma, Virginia Raggi.
Son dos ejemplos de múltiples casos de racismo que han ocurrido en restaurantes de todo el mundo. Detrás del virus biológico siempre aparece un brote de epidemia social. Si atendemos a todos los episodios reportados por la prensa internacional, y aún más, si se generalizase la conducta detallada en ellos, los ciudadanos chinos no podrían comer fuera de casa (ni dulces; una confitería en Kanagawa no se anda con remilgos: “¡No se permiten chinos!”), no podrían viajar en transporte público, no podrían estudiar o no podrían hacer sus necesidades en un avión (las azafatas de un vuelo de KLM entre Ámsterdam y Seúl pusieron un cartel en la puerta del baño prohibiendo su entrada) en el improbable caso de que le permitiesen subirse a uno. Por supuesto, serían objeto de insultos y agresiones. Deberían abstenerse de tuitear para no encontrarse la etiqueta #chinesedon’tcometojapan como trending topic en Japón. Tampoco podrían entrar en ningún país, ciudad o barrio blindado por la comunidad recelosa. Y deberán intentar no tener paros cardíacos en la calle, como le ocurrió a un hombre de 60 años que se desplomó en el barrio chino de Sídney sin que nadie le hiciese la reanimación por miedo al contagio; hubo que esperar a los servicios de emergencia.
Nada como una peste, metafóricamente hablando, para ponerle el termómetro a la sociedad. Albert Camus, que se dedicó a destripar una ciudad en cuarentena tras la aparición de un virus transportado por ratas, dedujo que en la humanidad, ante situaciones así, hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. Se sabe que esto es así porque siempre es más noticia la conducta despreciable que la admirable, esta mucho más frecuente y consolidada, menos excepcional. Pero hay en esta pedagogía del miedo a lo desconocido mucho más atavismo que racionalismo, un barrido de prejuicios que estalla de una manera tan grosera que convierte, por un mecanismo psicológico básico y brutal, a las víctimas en culpables. A los enfermos, apestados; a los que comparten raza con ellos, condenados y, si son inocentes, que arriba Dios elija a los suyos.
“Se puede decir que esta invasión brutal de la enfermedad tuvo como primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a obrar como si no tuvieran sentimientos individuales”, escribe Camus en La peste. “En realidad, fueron necesarios muchos días para que nos diésemos cuenta de que nos encontrábamos en una situación sin compromisos posibles y que las palabras ‘transigir’, ‘favor’ y ‘excepción’ ya no tenían sentido”.
Cuánto más fácil ha sido siempre identificar el mal en la desesperación, la sospecha y el miedo; cuánto más de nosotros hay no en el momento en que salimos al campo de fútbol con nuestro compañero de otra raza, sin pensar en nada, sino cuando ese compañero, insultado y acosado, quiere irse del campo y pretendemos impedírselo, descubriéndonos flexibles al racismo.
Condenada a muerte por "mala madre" y por combatir contra las tropas de Franco
Urania Mella sufrió la cárcel por su militancia antifascista y por intentar frenar el alzamiento rebelde en Vigo. Un tribunal le echó en cara "desobedecer" y radicalizar a su marido, quien sería ejecutado. En realidad, fue una mujer ejemplar adelantada a su tiempo.
MADRID
ACTUALIZADO:
Fue una mujer ilustrada y adelantada a su tiempo, comprometida con la lucha antifascista y defensora de los derechos de sus coetáneas. Condenada a muerte por un delito de rebelión, sorprenden los otros motivos expuestos por el tribunal en su contra: una "persona de moralidad que deja bastante que desear" por regresar tarde a casa "de alguna reunión de carácter extremista", que "tenía completamente abandonados a sus hijos y sentía por ellos poco afecto".
Por si no bastase, la causa militar señalaba que su marido era "un sujeto de carácter apacible y poco enérgico" que "se dejó influir" por ella, quien además de desobedecerlo le inoculó "ideas de extrema izquierda" que terminaron radicalizándolo. Urania Mella Serrano (Vigo, 1899) fue considerada por el consejo de guerra, además, como "la mujer que con más exaltación ha propagado las doctrinas comunistas en los últimos tiempos del Frente Popular".
Su pertenencia a Socorro Rojo Internacional y a la agrupación Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, junto a la defensa organizada en el barrio del Calvario para impedir el paso de las tropas rebeldes, eran argumentos suficientes en aquella farsa de juicio para imponerle la pena capital, pero quienes la juzgaron no pudieron evitar ajustarle las cuentas del rosario nacional-católico: le enseñaba a sus críos las "doctrinas marxistas" y su marido debía esperarla "hasta altas horas de la madrugada" cuando venía de reuniones socialistas. ¡Qué mala esposa y qué peor madre a ojos de los fascistas!
Julio Prada, editor del libro Franquismo y represión de género en Galicia (Catarata), señala que el caso de Urania resulta singular por varios motivos. "Es uno de los pocos ejemplos de represaliadas que tuvieron un protagonismo directo en el intento de frenar el golpe, una acción que se uniría a su compromiso político y social anterior, por lo que tenía todas las papeletas para ser condenada a muerte por un consejo de guerra", explica el historiador.
Otra peculiaridad es que los motivos expuestos en la sentencia quiebran los prejuicios de género, que sí se manifestarán cuando Urania vea conmutada la pena de muerte por la cadena perpetua, reducida luego a doce años de cárcel. "Mientras que los tribunales consideraban que la mujer no era un sujeto que pudiese pensar ni actuar políticamente por sí misma, alegando que no tenía carácter y que se había dejado llevar por su padre o su marido, a Urania la demonizan. En su caso, la lectura es inversa, pues ella estaba comprometida políticamente y según las autoridades desobedecía a su esposo, algo que llamaba la atención por infrecuente", añade Prada.
"Era inasumible para la sociedad que una esposa tuviese descuidada su casa por dedicarse a la política o que fuera vista a deshoras, pues el ideal establecía que debía estar haciendo la cena y acostando a sus hijos. Poco importa que ya lo hubiese hecho antes o que esa construcción no responda a la realidad: ella estaba en un espacio que no le correspondía como mujer, por lo que transgredía los roles de género establecidos", razona el historiador, quien también ha abordado esta temática en un capítulo de Mujer, franquismo y represión: una deuda histórica (Sanz y Torres).
De hecho, su hijo Raúl Solleiro Mella recuerda, a sus noventa y dos años, que era cariñosa y trabajadora: "Una madre de familia normal que iba con su marido a reuniones antifascistas, pero que nunca nos dejó solos, pues nos quedábamos en casa con una muchacha que nos atendía. Luego vino la guerra y empezaron los líos, porque la buscaban a ella, aunque lo mataron a él. Así es la vida...". Él era su padre, Humberto Solleiro Rivera, un socialista que trabajaba en Tranvías Eléctricos de Vigo y pertenecía al Consejo Sindical Ferroviario de UGT, además de presidir el Ateneo Deportivo y Cultural de Lavadores.
Humberto fue ejecutado el 30 de octubre de 1936, lo que lleva a Julio Prada a concluir que los prejuicios de género de las autoridades fascistas evitaron que Urania corriese la misma suerte. "Por una parte, la responsabilizan de la contaminación ideológica del marido. Si fuese al revés, cualquier hombre sería condenado a muerte. Por otra, los antecedentes políticos eran más agravados que en el caso de su esposo, siempre dentro de la lógica golpista. En cambio, ella es encarcelada y él, asesinado". Raúl tenía entonces ocho años.
Lo mismo sucedió con María Gómez González, alcaldesa de A Cañiza y única regidora de Galicia en 1936. "Como cargo público de la República, tenía que caer y lo habitual es que fuese condenada a la pena capital, pero tampoco la mataron. Sin embargo, un alcalde en sus mismas condiciones no se hubiese salvado de un pelotón de fusilamiento, excepto que conociese a algún gerifalte con una gran influencia en el régimen", concluye Prada, quien traza un perfil laudatorio de Urania. "Una mujer adelantada a su tiempo desde todas las ópticas, lo que refleja el elemento diferencial de la educación, que venía de familia. Así, era una persona cultivada, con gusto por la música y comprometida".
Fue, en palabras de Victoria Martins, una víctima efectiva de la represión franquista, porque formó parte de "aquellas mujeres de ideas avanzadas y singulares, que se habían visualizado socialmente en actos cívicos y políticos como manifestaciones, asambleas o mítines políticos". Todo ello, escribe la historiadora en Cárceles y mujeres en Galicia durante el franquismo (Universidade de Vigo), "se consideraba impropio de una mujer".
"Se estigmatizaba a la comunista como mujer combativa, peligrosa, descarada y grosera", añade Martins, quien considera "sumamente delicado" el caso de Urania. "Hubo de enfrentarse con la amargura y la aflicción del abandono familiar a causa de la mala opinión que habían inoculado en sus hijas los familiares de su marido", apunta la historiadora. Todo ello, por participar "en la lucha por conseguir una mayor participación en la esfera pública y para reivindicar sus derechos a través de procesos y acciones colectivas".
"Un ejemplo de vida"
Un compromiso político, pero también social y educativo. Al igual que su padre, Ricardo Mella, teórico del anarquismo condenado al destierro a quien Durruti leía en el frente, Urania enseñaba a escribir a sus vecinas analfabetas en la Casa del Pueblo. "Era un ejemplo de vida y una referencia para el movimiento feminista y asociacionista", subraya la filóloga Iria Presa, quien lamenta que apenas haya información sobre su militancia. "Durante la guerra, arrasaron su casa, aunque quizás algún día aparezcan archivos que nos permitan saber algo más de sus actividades y de su pensamiento", añade la estudiosa de la familia Mella.
El poeta Claudio Rodríguez Fer recuerda que, si bien su padre era anarquista, sus trece hijos no siguieron su estela ideológica. "Aprendieron de él los ideales de libertad, paz y antifascismo, pero evolucionaron hacia posiciones políticas marxistas, porque no veían claro por qué sustituir el principio de autoridad. Ricardo Mella siempre se opuso a la autoridad, mas sus descendientes vieron difícil llevar a la práctica ese ideal, de ahí sus posiciones republicanas o marxistas, no tan libertarias como las suyas". Por ello, intuye que Urania seguiría esos pasos, dado que no se afilió a la organización anarcosindicalista Mujeres Libres, sino a Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, liderada por Dolores Ibárruri, Pasionaria.
"Ojo, tampoco está claro que fuese comunista, porque aunque estaba controlada por el PCE era una asociación de masas con diversas ideologías. No obstante, también se afilió al Socorro Rojo Internacional, una plataforma de ayuda a presos comunistas", añade Rodríguez Fer, quien subraya su "claro, consciente y activo" compromiso político. "Fue una mujer verdaderamente pacifista y antifascista, puesto que se afilia y muere por una agrupación que defiende esas causas. Un lugar en el que nos podemos seguir reconociendo hoy en día, pues son los dos males apocalípticos que dio el siglo XX".
Ejecución y encierro
Aquella mujer que revolucionaba a las mujeres de Lavadores, según el consejo de guerra, poco pudo hacer para evitar que Vigo fuese tomada por las tropas rebeldes, pese a las barricadas que montaron los republicanos en varios puntos de la ciudad. Dejó a sus cuatro hijos con sus hermanas y se refugió con su pareja en Redondela, aunque la presión pudo con ellas y terminaron confesando su paradero para evitar males mayores. Un engaño: Humberto fue ejecutado y ella, tras pasar por un penal vigués, fue recluida en la cárcel de Saturrarán.
La prole lo pasó mal: la familia paterna, católica y conservadora, había obligado a su marido que le otorgase su custodia. Las dos niñas crecieron pensando que su madre las había abandonado. Los dos niños, mayores que ellas, intuían que lo que escuchaban en la casa de sus tías no era cierto. "No echaba en falta a mi madre. Si te dicen que por causa de ella han matado a tu padre, pues no le tienes mucho cariño", confesaba Alicia Solleiro Mella en el documental Prohibido recordar, dirigido por Txaber Larreategi y Josu Martínez. "No fue culpa nuestra. Si no la quisimos es porque nos lo habían inculcado y nosotras éramos muy pequeñas", añade su hermana Concha.
El encierro en Saturrarán fue un infierno. Las presas vivían hacinadas, apenas contaban con retretes y usaban un cubo para asearse, fregar los platos y lo que correspondiese. Pasaron hambre, porque las monjas hacían negocio con los suministros. La única carne que probaron fue la legión de gusanos que acompañaba las lentejas. Una vez libres, hubo quienes no volvieron a ser capaces de probarlas en su vida.
En el documental también hablan de muerte: durante los seis años que permaneció abierta la prisión, fallecieron 120 mujeres y 57 niños, víctimas de la inanición y de enfermedades, pues el médico no las atendía. Cuando las madres velaban a sus pequeños, temían quedarse dormidas y que se los comiesen las ratas. No hay buenas palabras para las monjas, algunas acusadas por las reclusas de abusos sexuales. Sí le guardan cariño a los vecinos —de Mutriku, donde estaba ubicada la cárcel, y de Ondarroa—, pues hicieron lo que pudieron. Sin embargo, las capturas que les llevaban los pescadores eran vendidas por las religiosas en el economato e incluso en el pueblo.
Un día cualquiera se llevaban a los niños mayores de tres años y sólo dejaban a los bebés. Algunos eran entregados a familias adeptas al régimen; otros, ingresados en hospicios, y los más afortunados, cuidados por las gentes del lugar. "El gran representante de las teorías deshumanizadoras de la población reclusa fue el comandante-psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, cuyas teorías se concretaron en el principio de segregación total, que recomendaba la separación de los hijos de las presas de sus madres, por una cuestión de eugenesia física e moral", escribe Victoria Martins en el ensayo Galegas nos cárceres do franquismo: o penal de Saturrarán, publicado en la revista Adra.
Vallejo-Nájera consideraba a las rojas unas "débiles mentales", pero aquellas madres apenas tenían espacio para lamentarse, pues la capacidad de la cárcel era de setecientas personas, aunque el número de reclusas la duplicaba. Unas cuatro mil de todas las edades pasaron por allí y muchas nunca se olvidaron de las celdas de castigo, que llegaban a anegarse. "Mi madre padecía demencia senil y, cuando se le acentuaba la crisis, volvía a revivir las torturas", recuerda la hija de una represaliada. "Era terrible. Ni siquiera podía morir en paz".
Libertad condicional
Urania sale en libertad condicional en 1943 y regresa a su ciudad, pero el ambiente es irrespirable y decide instalarse en Lugo con María Gómez, la alcaldesa de A Cañiza, con quien había trabado amistad en Saturrarán. "Mi madre no podía resistir en Vigo. En aquella época, era un desastre para nosotros. Bueno, para cualquiera de izquierdas...", recuerda Raúl Solleiro Mella. "Vivimos en un piso su amiga, su marido y sus cuatro hijos, así como mi familia, que éramos mi madre y yo", detalla a Público el único hijo varón que queda vivo, quien excusa a sus hermanas. "Eran unas niñas pequeñitas y no se enteraban de nada. Las dejaron con una familia de derechas, cuyas ideas eran contrarias al progreso, y eso las influenció mucho y cambió toda su vida".
En El niño, una biografía novelada de su infancia y juventud que publicó en la revista Unión Libre y luego incluyó en su libro El monstruo de la guerra civil, describe a sus tías paternas: "Las mujeres de la casa son adustas y tristes, pero son las que mandan". Difícilmente podría llamársele hogar. "Casi no se puede hablar en voz alta: en cuanto los niños hacen un poco de ruido se les amenaza con enviarlos al hospicio". Un lugar donde su madre es "la causa de todos los males".
Mientras, en su piso de Lugo, Urania cogía puntos a las medias. No podía trabajar en lo que más le gustaba porque su instrumento favorito se había quedado atrás, en aquella ciudad que le traía "malos recuerdos" y donde era inviable ejercer de profesora de piano, que había aprendido a tocar en la Escuela de Artes y Oficios, porque los vencedores no iban a contratarla ni ella tampoco estaba dispuesta a hacerlo, rememora Raúl. Pese a que era un buen estudiante, no pudo ir a la universidad por falta de medios económicos y se empleó como mozo de almacén, en una agencia de transportes y como administrativo en un club de fútbol.
Una tarde, cuando fue a buscar a su madre para ir al cine, había fallecido a causa de un tumor cerebral que no le habían tratado en la cárcel. "El golpe fue brutal. Después de haber estado separado de ella los años de presidio y cuando podrían haber seguido viviendo con felicidad, llega esta desgracia que, aunque era una muerte anunciada a causa del mal que padecía, no la esperaba tan pronto", escribe su hijo en El niño, donde usa la tercera persona del singular para narrar su vida.
Sus hermanas lamentan cómo la recibieron cuando salió de la cárcel. "Le di un abrazo. Mi madre lloró mucho, pero yo no lloré nada, porque no la quería", reconoce Alicia en el documental. "Me habían hecho esa faena: inculcarme que no la quisiera. Cosa que se equivocaron, porque la he querido muchísimo más adelante, aunque ya no se lo pude decir". Lo haría por escrito, años después, en el poema A mi madre:
Me hablaron mal de ti y no te quise como merecías. El descubrimiento de tu vida hizo cambiar la mía. Al salir de la barbarie carcelaria dejaste de existir. Sólo después te quise madre mía pero no te lo pude decir.
Alicia vive actualmente en Totana, aunque Concha falleció con sentimiento de culpa. "Eso es lo que ella se tiene que quitar", le decía durante la grabación de Prohibido recordar. ¿Cómo van a ser culpables si eran unas niñas? "Pero si de mayores nos convencemos, como estamos convencidas, de que mi madre ha hecho una labor social dentro de la sociedad, de que ha sido una mujer honesta y de que ha luchado por una vida mejor, pues yo estoy orgullosísima de mi madre. Y he querido hacer, en la medida de mis posibilidades, lo que ella estaba haciendo".
Concha recuerda que le negó un beso cuando volvió a verla. "¿Por qué?", le preguntó Urania a su hija. "Porque no te conozco".
"Yo me marché, pero el beso me quedó aquí". Y señala la sien.
"Con el tiempo, fui pensando en lo que había hecho, porque yo no vi más a mi madre. La vida mía fue horrorosa hasta que me casé. Yo no tenía vida. Yo no era alegre. Cantaba y tal, como una niña, pero dentro no estaba. Es una etapa que no he superado hoy. Cuando me pongo mal, me meto en la cama y, si me dejan, no me levanto. Es terrible. Me acuerdo de que yo no le di un beso a mi madre… Eso puede hacerlo una niña cuando es pequeña, pero cuando te haces un poquito mayor…", reflexiona Concha en el documental. "¿Yo qué hice? Estaba loca".
Al menos recuperó el piano de su madre, que adquirió un carácter simbólico, pues era lo único que le quedaba de ella. "Urania daba clases de solfeo y de piano en su casa de Vigo. Cuando son apresados y encarcelados, los fascistas asaltan la casa y se llevan todo menos el instrumento, porque era pesado y poco útil para los fascistas, quienes preferían tocar el gatillo que las teclas", ironiza Claudio Rodríguez Fer, quien visitó a Concha para comprobar que lo había convertido en un altar dedicado a su madre.
"Convivió con él toda la vida y lo primero que pensaba cuando se mudaba de casa era dónde iba a situarlo", añade el poeta lucense, quien le dedicó Un tranvía llamado Urania, uno de los poemas de Ámote vermella (Xerais).
Venías de Vigo y de Ricardo Mella, musa de libertaria astronomía, tocando contra la guerra y el fascismo en tu piano de paz, pan y solfeo.
Apenas se conserva nada de ella. "Unos pocos cuadros, pues pintaba muy bien, un vestido y su piano, que hoy forma parte de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo como símbolo de su paso por allí y de su importancia como viguesa combativa y comprometida", explica Iria Presa, quien le resta importancia a que una calle lleve su nombre, el mismo con el que en su día fue bautizado un buque anticontaminación. "Eso no la representa, porque suelen ser actos políticos vacíos de contenido".
Su hijo Raúl reclamó hace años los documentos incautados en el 36, pero el Ejército se negó a devolver los folletos y libros que precisamente había esgrimido para condenarla a muerte. El Gobierno, al menos, invalidó las sentencias judiciales.
"Cuando es indultada y la encarcelan, la someten a otra tortura: sobrevivir a su marido, acusándola de causarle la muerte", se lamenta Rodríguez Fer, quien denuncia el sufrimiento causado a una mujer formada intelectual e ideológicamente por desviarse de la moral que impondría el franquismo. "Todos los tópicos de la mala mujer que emanan del catolicismo más integrista se le aplican a Urania, cuya vida sería a partir de entonces durísima".
Curiosamente, recuerda el poeta, su piso lucense estaba junto a la cárcel, donde había estado preso el propio padre del poeta. "Paradojas de la vida, una vez libre, ella tuvo que recordar su encierro todos los días", reflexiona Rodríguez Fer.
En Lugo, tras la cárcel infinita, solo pudiste ver la luz de coger puntos a las medias por estrechísimas carreras diminutas, antes de morir punto por punto.
Pero por las murallas de milenios, hacia nuestra Utopía irreversible, pasa cada noche un tranvía libre que se llama Urania Mella.
La cárcel silenciada
"Una familia más destrozada por Franco". Iria Presa, secretaria general del Comando RM, afirma que desde el golpe su vida fue "un verdadero terror", mientras que sus hijos se vieron obligados a vivir con la familia paterna, "adepta al régimen y contraria a Urania". Traumatizados, Presa cree que quizás quien más sufrió fue la pequeña Conchita: "Hasta el final de sus días vivió atormentada por no haberle dicho a su madre en vida que la quería".
Raúl quiso saber, pero Urania no le reveló lo que había sufrido en Saturrarán. "Nunca me comentó nada sobre su paso por la cárcel. No quería hacerlo. Cuando falleció, me enteré de más cosas por el documental que por lo poco que ella me había contado. Procuraba no hablarme de problemas y me hizo prometerle que no me dedicaría a la política". Su hijo no tenía ningún interés, mas ella insistió. "Como le había salido tan mal, prefería que no me implicase. Imagínate que matan a tu marido y tú eres encarcelada durante años...", razona Raúl, quien pasó por la pila bautismal tras nacer, al contrario que su madre.
"Nos bautizó a todos porque no quería que pasáramos la vergüenza que pasó ella cuando se casó", explica. Urania y Humberto contrajeron matrimonio por la iglesia, por lo que tuvo que ser bautizada previamente. "Eso sólo sucedía en un país como España", se queja Raúl, alérgico a toda religión pese a que estudió en un colegio de curas, fue monaguillo y cantó en un coro. "No me afectó para nada. Además, desafinaba a propósito para que me echaran", recuerda con humor.
Hoy viudo, terminaría casándose con la hija del último alcalde republicano de Monforte de Lemos, Juan Tizón, quien huyó a Portugal y llegó a refugiarse en la casa de Mário Soares, futuro primer ministro y presidente de su país. Y, como el dirigente luso, Raúl también se ha declarado socialista, si bien le hizo caso a su madre y nunca entró en política.
Iria Presa deja claro la importancia de Urania en el movimiento revolucionario y en el asociacionismo. "Especialmente en el femenino, puesto que formó parte de la organización del 8 marzo en 1936 e impartió clases gratuitas de alfabetización para mujeres y niños. Una mujer comprometida con su tiempo y con la sociedad viguesa, muy activa política y socialmente. Me imagino que, aunque estuviese más ligada al socialismo comunista, sus raíces libertarias influyeron para que fuese así", concluye la investigadora. "Pero, ante todo, fue una amante de su familia y cuidadosa con sus hijos e hijas".