Friday, May 31, 2019

Mijail Bakunin patriota

Mijail Bakunin patriota | Pensamiento | Política | El Viejo Topo





He dicho que el patriotismo, mientras es instintivo o natural y tiene sus raíces en la vida animal, no es más que una combinación particular de costumbres colectivas, materiales, intelectuales y morales, económicas, políticas y sociales, desarrolladas por la tradición o la Historia en una sociedad humana muy limitada.
Estas costumbres – he añadido – pueden ser buenas o malas; el contenido o el objeto de este sentimiento instintivo no tiene ninguna influencia sobre el grado de su intensidad y, si se admitiera con relación a esto último una diferencia cualquiera, se inclinaría más en favor de las malas costumbres que de las buenas, porque, a causa del origen animal de toda sociedad humana y por efecto de esta gran inercia que ejerce una acción tan poderosa en el mundo intelectual y moral, como en el mundo material, en cada sociedad aún no degenerada que progresa y marcha adelante, las malas costumbres están más profundamente arraigadas que las buenas. Esto nos explica por qué en la suma total de las costumbres colectivas actuales y en los países más civilizados, las nueve décimas partes por lo menos no valen nada.
No os imaginéis que quiero declarar la guerra a las costumbres que tienen generalmente la sociedad y los hombres de dejarse gobernar por la costumbre. En esto, como en muchas cosas, no hacen más que obedecer fatalmente a una ley natural y sería absurdo rebelarse contra las leyes naturales. La acción de la costumbre en la vida natural y moral de los individuos, lo mismo que en las sociedades, es la misma que la de las fuerzas vegetativas en la vida animal; la una y la otra son condiciones de existencia y de realidad; el bien, lo mismo que el mal, para ser una cosa real debe convertirse en costumbre, sea individualmente en el hombre, sea en la sociedad; todos los ejercicios y todos los estudios a que se entregan los hombres, no tienen otro objeto, y las mejores cosas no se arraigan en el hombre hasta el punto de convertirse en segunda naturaleza más que por la fuerza de la costumbre. No se trata, pues, de rebelarse locamente, puesto que es un poder fatal que ninguna inteligencia o voluntad humana podrá distinguir; pero si, iluminados por la razón del siglo y por la idea que nos formamos de la verdadera justicia, queremos seriamente ser hombres, no tenemos más que hacer una cosa: emplear constantemente la fuerza de voluntad, es decir, la costumbre de querer extirpar las malas costumbres, que circunstancias independientes de nosotros mismos han desarrollado en nosotros, y reemplazarlas por otras buenas; para humanizar una sociedad entera, es preciso destruir sin piedad todas las causas, todas las condiciones económicas, políticas y sociales que producen en los individuos la tradición del mal y reemplazarlas por condiciones que tengan por consecuencia necesaria engendrar en esos mismos individuos la práctica y la costumbre del bien.
Desde el punto de vista de la conciencia moderna, de la humanidad y de la justicia que, gracias al desarrollo pasado de la Historia, hemos logrado comprender, el patriotismo es una mala y funesta costumbre, porque es la negación de la igualdad y de la solidaridad humanas.
La cuestión social planteada prácticamente por el mundo obrero de Europa y de América y cuya solución no es posible más que por la abolición de las fronteras de los Estados, tiende necesariamente a destruir esta costumbre tradicional en la conciencia de los trabajadores de todos los países. Yo demostraré más tarde cómo, desde comienzos de este siglo, fue muy quebrantada en la conciencia de la alta burguesía comercial e industrial, por el desarrollo prodigioso e internacional de sus riquezas y de sus intereses económicos; pero es preciso que demuestre primero cómo, mucho antes de esta revolución burguesa, el patriotismo natural instintivo, que, por su naturaleza, no puede ser más que un sentimiento limitado y una costumbre colectiva local, ha sido, desde el principio de la Historia, profundamente modificado, desnaturalizado y disminuido para la formación sucesiva de los Estados políticos.
En efecto, el patriotismo, mientras es un sentimiento natural, es decir, producido por la vida realmente solidaria de una colectividad y está poco debilitado por la reflexión o por efecto de los intereses económicos y políticos, como por el de las abstracciones religiosas, este patriotismo, si no todo, en gran parte animal, únicamente puede abrazar un mundo muy limitado, como una tribu, etc. Al principio de la Historia, como hoy en los pueblos salvajes, no había nación, ni lengua nacional, ni culto nacional; no había más que patria en el sentido político de la palabra. Cada pequeña localidad, cada pueblo, tenía su idioma particular, su dios, su sacerdote, y no era más que una familia multiplicada y extensa que se afirmaba viviendo y que, en guerra con las diferentes tribus existentes, negaba el resto de la humanidad. Tal es el patriotismo natural en su enérgica y sencilla crudeza.
Aun encontraremos restos de este patriotismo en algunos de los países más civilizados de Europa; en Italia, por ejemplo, sobre todo en las provincias meridionales de la península italiana, en donde la configuración del suelo, las montañas y el mar crean barreras entre los valles y los pueblos, que los separa, los aísla y los hace casi extraños los unos a los otros. Proudhon, en su folleto sobre la unidad italiana, ha observado, con mucha razón, que esta unidad no era más que una idea, una pasión burguesa y de ninguna manera popular, a las que las gentes del campo, por lo menos, son hasta ahora en gran parte, extrañas, y añadiré que hasta hostiles, porque esta unidad está en contradicción, por un lado, con su patriotismo local, y, por otro, no le ha aportado nada más que una explotación implacable, la opresión y la ruina.
En Suiza, sobre todo en los cantones primitivos, ¿no vemos con frecuencia el patriotismo local luchar contra el patriotismo cantonal y a éste contra el patriotismo político, nacional, de la confederación republicana?
Para resumir, saco la conclusión de que el patriotismo como sentimiento natural, siendo en esencia y en realidad un sentimiento substancialmente local, es un impedimento serio para la formación de los Estados, y por consecuencia estos últimos, y con ellos la civilización, no pueden establecerse más que destruyendo, si no del todo por lo menos en grado considerable, esta pasión animal.
(Del periódico ginebrino Le Progrès, julio de 1869).
*******
Después de haber considerado el patriotismo desde el punto de vista natural y haber demostrado que es un sentimiento bestial o animal, porque es común a todas las especies animales, y por el otro es esencialmente local, porque no puede abarcar más que el espacio limitado en que el hombre privado de civilización pasa su vida, voy a empezar ahora el análisis del patriotismo exclusivamente humano, del patriotismo económico, político y religioso.
Es un hecho probado por los naturalistas y ya ha pasado al estado de axioma, que el número de cada población animal corresponde siempre a la cantidad de medios de subsistencia que encuentra en el país que habita. La población aumenta siempre que los medios se encuentran en gran cantidad. Cuando una población animal ha devorado todas las existencias del país, emigra; pero esta migración que les hace romper sus antiguas costumbres, sus maneras diarias y rutinarias de vivir y les hace buscar sin conocimiento, sin pensamiento alguno, instintivamente y a la ventura los medios de subsistencia en países por completo desconocidos, va siempre acompañada de privaciones y sufrimientos inmensos. La parte más grande de la población animal emigrante muere de hambre, sirviendo con frecuencia de alimento a los supervivientes, y la parte más pequeña es la que suele aclimatarse y encontrar nuevos elementos de vida en otro país. Después viene la guerra entre las especies que se nutren con los mismos alimentos; la guerra entre los que, para vivir, tienen que devorarse los unos a los otros. Considerado así, el mundo natural no es más que un hecatombe sangrienta, una tragedia horrorosa y lúgubre escrita por el hombre.
Los que admiten la existencia de un Dios creador no dudan de que le halagan respetándole como el creador de este mundo. ¡Cómo! ¡Un Dios todo poder, todo inteligencia, todo bondad, no ha podido crear más que un mundo como éste, un horror!
Es verdad que los teólogos tienen un excelente argumento para explicar esta contradicción.
El mundo había sido creado perfecto, dicen, y reinó primero una democracia absoluta, hasta que pecó el hombre, y entonces Dios, furioso contra él, maldijo al hombre y al mundo.
Esta explicación es tanto más edificante cuanto que está llena de absurdos, y ya se sabe que en el absurdo consiste toda la fuerza de los teólogos.
Para ellos, cuanto más absurda e imposible es una cosa, más verdad es. Toda religión no es otra cosa que la deificación del absurdo.
Así, Dios, que es perfecto, ha creado un mundo perfecto, pero esta perfección puede atraer sobre ella la maldición de su creador, y después de haber sido una perfección absoluta, se convierte en una absoluta imperfección. ¿Cómo la perfección ha podido llegar a la imperfección? A esto responderán que, precisamente porque el mundo, aunque perfecto en el momento de la creación, no era, sin embargo, una perfección absoluta. Sólo Dios, siendo absoluto, es más perfecto. El mundo no era perfecto más que de una manera relativa y en comparación de lo que es ahora.
Pero entonces, ¿por qué emplear la palabra perfección que no lleva nada de relativo? La perfección, ¿no es necesariamente absoluta? Decid entonces que Dios habría creado un mundo imperfecto, aunque mejor que el que vemos ahora; pero si no era más que mejor, si era ya imperfecto al salir de las manos del creador, no presentaba esa armonía y esa paz absoluta de la que los señores teólogos no dejan de hablar, y entonces preguntamos: ¿Todo creador, según vuestro propio dicho, no debe ser juzgado según su creación, como el obrero según su obra? El creador de una cosa imperfecta es necesariamente un creador imperfecto; siendo el mundo imperfecto, Dios, su creador, es necesariamente imperfecto, porque el hecho de haber creado un mundo imperfecto no puede explicarse más que por su falta de inteligencia, o por su impotencia, o por su maldad. Pero dirán: el mundo era perfecto, sólo que era menos perfecto que Dios; a esto responderé que, cuando se trata de la perfección, no se puede hablar de más o de menos, la perfección es completa, entera, absoluta, o no existe. De modo que, si el mundo era menos perfecto que Dios, el mundo era imperfecto; de donde resulta que Dios, creador de un mundo imperfecto, era él mismo imperfecto.
Para probar la existencia de Dios, los señores teólogos se verán obligados a concederme que el mundo creado por él era perfecto en su origen; pero entonces yo les haría unas pequeñas preguntas: primero, si el mundo ha sido perfecto, ¿cómo dos perfecciones podían existir separadas la una de la otra? La perfección no puede ser más que única, no permite que sean dos, porque siendo dos, la una limita a la otra y la hace necesariamente imperfecta, de modo que, si el mundo ha sido perfecto, no ha habido Dios dentro ni fuera de él, el mundo mismo era Dios; otra pregunta: si el mundo ha sido perfecto, ¿cómo ha hecho para decaer? ¡Linda perfección la que puede alterarse y perderse! ¡Y si se admite que la perfección puede decaer, Dios puede decaer también! Lo que quiere decir que Dios ha existido en la imaginación creyente de los hombres, pero la razón humana, que triunfa cada vez más en la Historia, lo destruye.
En fin, ¡es muy singular este Dios de los cristianos! Crea al hombre de manera que pueda y deba pecar y caer. Teniendo Dios entre todos sus atributos la omnisciencia, no podía ignorar, al crear al hombre, que caería; y puesto que Dios lo sabía, el hombre debía caer; de otra manera hubiera dado un solemne mentís a toda la omnisciencia divina. ¿Que nos hablan de la libertad humana? ¡Había fatalidad! Obedeciendo a esta pendiente fatal (lo que cualquier sencillo padre de familia hubiera previsto en el lugar de Dios), el hombre cae, y he aquí a la divina perfección llena de terrible cólera, una cólera tan ridícula como odiosa. Dios no maldijo solamente a los infractores de su ley, sino a toda la descendencia humana que aún no existía, y, por consecuencia, era absolutamente inocente del pecado de nuestros primeros padres, y, no contento con esta injusticia, maldijo ese mundo armonioso que no tenía nada que ver y lo transformó en un receptáculo de crímenes y horrores, en una perpetua carnicería. Después, esclavo de su propia cólera y de la maldición pronunciada por sí mismo contra los hombres y el mundo, contra su propia creación, y acordándose un poco tarde de que era un Dios de amor, ¿qué hizo? No era bastante haber ensangrentado el mundo con su cólera, por lo que ese Dios sanguinario vertió la sangre de su mismo Hijo, lo inmoló bajo el pretexto de reconciliar al mundo con su Divina Majestad. ¡Todavía si lo hubiera logrado! Pero, no; el mundo animal y humano quedó destrozado y ensangrentado, como antes de esa monstruosa redención. De donde resulta claramente que el Dios de los cristianos, como todos los dioses que le han precedido, es un Dios tan impotente como cruel y tan absurdo como malvado.
¡Y absurdos parecidos son los que quieren imponer a nuestra libertad y a nuestra razón! ¡Con semejantes monstruosidades pretenden moralizar y humanizar a los hombres! Que los teólogos tengan el valor de renunciar francamente a la humanidad y a la razón. No es bastante decir con Tertuliano: Credo quiz absurdum (Creo aunque sea absurdo), puesto que tratan de imponernos un cristianismo por medio del látigo como hace el Zar de todas las Rusias; por la hoguera, como Calvino; por la Santa Inquisición, como los buenos católicos; por la violencia, la tortura y la muerte, como querían hacerlo los sacerdotes de todas las religiones posibles; que ensayen todos esos lindos medios, pero no esperen nunca triunfar de otra manera. En cuanto a nosotros, dejemos de una vez para siempre todos estos absurdos y estos horrores divinos con los que creen locamente poder explotar largo tiempo a la plebe y a las masas obreras en su nombre, y, volviendo a nuestro razonamiento humano, recordemos siempre que la luz humana, la única que puede iluminarnos, emanciparnos y hacernos dignos y dichosos, no está al principio, sino, relativamente al tiempo que vivimos, al fin de la Historia, y que el hombre, en su desarrollo histórico, ha partido de la brutalidad para arribar a la humanidad.
No miremos nunca atrás, siempre adelante, porque adelante está nuestro sol y nuestro bien, y si nos es permitido y si es útil mirar alguna vez atrás, no es más que para justificar lo que hemos sido y lo que no debemos ser, lo que hemos hecho y lo que no debemos hacer jamás.
El mundo natural es el teatro constante de una lucha interminable, de la lucha por la vida. No tenemos porque preguntarnos por qué es así; nosotros no lo hemos hecho, lo hemos encontrado así al nacer, es nuestro punto de partida natural, y no somos responsables. Que nos baste saber que esto es, ha sido y será probablemente siempre así. La armonía se establece por el combate, por el triunfo de los unos y con frecuencia por la muerte de los otros.
El crecimiento y el desarrollo de las especies, están limitados por su propia hambre y por el apetito de las otras especies, es decir, por el sufrimiento y por la muerte. Nosotros no decimos, como los cristianos, que esta Tierra es un valle de lágrimas, pero debemos convenir en que no es madre tan tierna como dicen y que los seres vivientes necesitan mucha más energía para vivir. En el mundo natural, los fuertes viven y los débiles sucumben y los primeros no viven sino porque los otros mueren.
¿Es posible que esta ley fatal de la vida natural, sea también la del mundo humano y social?
(Del periódico ginebrino Le Progrès, agosto de 1869)

Fuente: Archivo Bakunin

Mijail Bakunin patriota

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He dicho que el patriotismo, mientras es instintivo o natural y tiene sus raíces en la vida animal, no es más que una combinación particular de costumbres colectivas, materiales, intelectuales y morales, económicas, políticas y sociales, desarrolladas por la tradición o la Historia en una sociedad humana muy limitada.
Estas costumbres – he añadido – pueden ser buenas o malas; el contenido o el objeto de este sentimiento instintivo no tiene ninguna influencia sobre el grado de su intensidad y, si se admitiera con relación a esto último una diferencia cualquiera, se inclinaría más en favor de las malas costumbres que de las buenas, porque, a causa del origen animal de toda sociedad humana y por efecto de esta gran inercia que ejerce una acción tan poderosa en el mundo intelectual y moral, como en el mundo material, en cada sociedad aún no degenerada que progresa y marcha adelante, las malas costumbres están más profundamente arraigadas que las buenas. Esto nos explica por qué en la suma total de las costumbres colectivas actuales y en los países más civilizados, las nueve décimas partes por lo menos no valen nada.
No os imaginéis que quiero declarar la guerra a las costumbres que tienen generalmente la sociedad y los hombres de dejarse gobernar por la costumbre. En esto, como en muchas cosas, no hacen más que obedecer fatalmente a una ley natural y sería absurdo rebelarse contra las leyes naturales. La acción de la costumbre en la vida natural y moral de los individuos, lo mismo que en las sociedades, es la misma que la de las fuerzas vegetativas en la vida animal; la una y la otra son condiciones de existencia y de realidad; el bien, lo mismo que el mal, para ser una cosa real debe convertirse en costumbre, sea individualmente en el hombre, sea en la sociedad; todos los ejercicios y todos los estudios a que se entregan los hombres, no tienen otro objeto, y las mejores cosas no se arraigan en el hombre hasta el punto de convertirse en segunda naturaleza más que por la fuerza de la costumbre. No se trata, pues, de rebelarse locamente, puesto que es un poder fatal que ninguna inteligencia o voluntad humana podrá distinguir; pero si, iluminados por la razón del siglo y por la idea que nos formamos de la verdadera justicia, queremos seriamente ser hombres, no tenemos más que hacer una cosa: emplear constantemente la fuerza de voluntad, es decir, la costumbre de querer extirpar las malas costumbres, que circunstancias independientes de nosotros mismos han desarrollado en nosotros, y reemplazarlas por otras buenas; para humanizar una sociedad entera, es preciso destruir sin piedad todas las causas, todas las condiciones económicas, políticas y sociales que producen en los individuos la tradición del mal y reemplazarlas por condiciones que tengan por consecuencia necesaria engendrar en esos mismos individuos la práctica y la costumbre del bien.
Desde el punto de vista de la conciencia moderna, de la humanidad y de la justicia que, gracias al desarrollo pasado de la Historia, hemos logrado comprender, el patriotismo es una mala y funesta costumbre, porque es la negación de la igualdad y de la solidaridad humanas.
La cuestión social planteada prácticamente por el mundo obrero de Europa y de América y cuya solución no es posible más que por la abolición de las fronteras de los Estados, tiende necesariamente a destruir esta costumbre tradicional en la conciencia de los trabajadores de todos los países. Yo demostraré más tarde cómo, desde comienzos de este siglo, fue muy quebrantada en la conciencia de la alta burguesía comercial e industrial, por el desarrollo prodigioso e internacional de sus riquezas y de sus intereses económicos; pero es preciso que demuestre primero cómo, mucho antes de esta revolución burguesa, el patriotismo natural instintivo, que, por su naturaleza, no puede ser más que un sentimiento limitado y una costumbre colectiva local, ha sido, desde el principio de la Historia, profundamente modificado, desnaturalizado y disminuido para la formación sucesiva de los Estados políticos.
En efecto, el patriotismo, mientras es un sentimiento natural, es decir, producido por la vida realmente solidaria de una colectividad y está poco debilitado por la reflexión o por efecto de los intereses económicos y políticos, como por el de las abstracciones religiosas, este patriotismo, si no todo, en gran parte animal, únicamente puede abrazar un mundo muy limitado, como una tribu, etc. Al principio de la Historia, como hoy en los pueblos salvajes, no había nación, ni lengua nacional, ni culto nacional; no había más que patria en el sentido político de la palabra. Cada pequeña localidad, cada pueblo, tenía su idioma particular, su dios, su sacerdote, y no era más que una familia multiplicada y extensa que se afirmaba viviendo y que, en guerra con las diferentes tribus existentes, negaba el resto de la humanidad. Tal es el patriotismo natural en su enérgica y sencilla crudeza.
Aun encontraremos restos de este patriotismo en algunos de los países más civilizados de Europa; en Italia, por ejemplo, sobre todo en las provincias meridionales de la península italiana, en donde la configuración del suelo, las montañas y el mar crean barreras entre los valles y los pueblos, que los separa, los aísla y los hace casi extraños los unos a los otros. Proudhon, en su folleto sobre la unidad italiana, ha observado, con mucha razón, que esta unidad no era más que una idea, una pasión burguesa y de ninguna manera popular, a las que las gentes del campo, por lo menos, son hasta ahora en gran parte, extrañas, y añadiré que hasta hostiles, porque esta unidad está en contradicción, por un lado, con su patriotismo local, y, por otro, no le ha aportado nada más que una explotación implacable, la opresión y la ruina.
En Suiza, sobre todo en los cantones primitivos, ¿no vemos con frecuencia el patriotismo local luchar contra el patriotismo cantonal y a éste contra el patriotismo político, nacional, de la confederación republicana?
Para resumir, saco la conclusión de que el patriotismo como sentimiento natural, siendo en esencia y en realidad un sentimiento substancialmente local, es un impedimento serio para la formación de los Estados, y por consecuencia estos últimos, y con ellos la civilización, no pueden establecerse más que destruyendo, si no del todo por lo menos en grado considerable, esta pasión animal.
(Del periódico ginebrino Le Progrès, julio de 1869).
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Después de haber considerado el patriotismo desde el punto de vista natural y haber demostrado que es un sentimiento bestial o animal, porque es común a todas las especies animales, y por el otro es esencialmente local, porque no puede abarcar más que el espacio limitado en que el hombre privado de civilización pasa su vida, voy a empezar ahora el análisis del patriotismo exclusivamente humano, del patriotismo económico, político y religioso.
Es un hecho probado por los naturalistas y ya ha pasado al estado de axioma, que el número de cada población animal corresponde siempre a la cantidad de medios de subsistencia que encuentra en el país que habita. La población aumenta siempre que los medios se encuentran en gran cantidad. Cuando una población animal ha devorado todas las existencias del país, emigra; pero esta migración que les hace romper sus antiguas costumbres, sus maneras diarias y rutinarias de vivir y les hace buscar sin conocimiento, sin pensamiento alguno, instintivamente y a la ventura los medios de subsistencia en países por completo desconocidos, va siempre acompañada de privaciones y sufrimientos inmensos. La parte más grande de la población animal emigrante muere de hambre, sirviendo con frecuencia de alimento a los supervivientes, y la parte más pequeña es la que suele aclimatarse y encontrar nuevos elementos de vida en otro país. Después viene la guerra entre las especies que se nutren con los mismos alimentos; la guerra entre los que, para vivir, tienen que devorarse los unos a los otros. Considerado así, el mundo natural no es más que un hecatombe sangrienta, una tragedia horrorosa y lúgubre escrita por el hombre.
Los que admiten la existencia de un Dios creador no dudan de que le halagan respetándole como el creador de este mundo. ¡Cómo! ¡Un Dios todo poder, todo inteligencia, todo bondad, no ha podido crear más que un mundo como éste, un horror!
Es verdad que los teólogos tienen un excelente argumento para explicar esta contradicción.
El mundo había sido creado perfecto, dicen, y reinó primero una democracia absoluta, hasta que pecó el hombre, y entonces Dios, furioso contra él, maldijo al hombre y al mundo.
Esta explicación es tanto más edificante cuanto que está llena de absurdos, y ya se sabe que en el absurdo consiste toda la fuerza de los teólogos.
Para ellos, cuanto más absurda e imposible es una cosa, más verdad es. Toda religión no es otra cosa que la deificación del absurdo.
Así, Dios, que es perfecto, ha creado un mundo perfecto, pero esta perfección puede atraer sobre ella la maldición de su creador, y después de haber sido una perfección absoluta, se convierte en una absoluta imperfección. ¿Cómo la perfección ha podido llegar a la imperfección? A esto responderán que, precisamente porque el mundo, aunque perfecto en el momento de la creación, no era, sin embargo, una perfección absoluta. Sólo Dios, siendo absoluto, es más perfecto. El mundo no era perfecto más que de una manera relativa y en comparación de lo que es ahora.
Pero entonces, ¿por qué emplear la palabra perfección que no lleva nada de relativo? La perfección, ¿no es necesariamente absoluta? Decid entonces que Dios habría creado un mundo imperfecto, aunque mejor que el que vemos ahora; pero si no era más que mejor, si era ya imperfecto al salir de las manos del creador, no presentaba esa armonía y esa paz absoluta de la que los señores teólogos no dejan de hablar, y entonces preguntamos: ¿Todo creador, según vuestro propio dicho, no debe ser juzgado según su creación, como el obrero según su obra? El creador de una cosa imperfecta es necesariamente un creador imperfecto; siendo el mundo imperfecto, Dios, su creador, es necesariamente imperfecto, porque el hecho de haber creado un mundo imperfecto no puede explicarse más que por su falta de inteligencia, o por su impotencia, o por su maldad. Pero dirán: el mundo era perfecto, sólo que era menos perfecto que Dios; a esto responderé que, cuando se trata de la perfección, no se puede hablar de más o de menos, la perfección es completa, entera, absoluta, o no existe. De modo que, si el mundo era menos perfecto que Dios, el mundo era imperfecto; de donde resulta que Dios, creador de un mundo imperfecto, era él mismo imperfecto.
Para probar la existencia de Dios, los señores teólogos se verán obligados a concederme que el mundo creado por él era perfecto en su origen; pero entonces yo les haría unas pequeñas preguntas: primero, si el mundo ha sido perfecto, ¿cómo dos perfecciones podían existir separadas la una de la otra? La perfección no puede ser más que única, no permite que sean dos, porque siendo dos, la una limita a la otra y la hace necesariamente imperfecta, de modo que, si el mundo ha sido perfecto, no ha habido Dios dentro ni fuera de él, el mundo mismo era Dios; otra pregunta: si el mundo ha sido perfecto, ¿cómo ha hecho para decaer? ¡Linda perfección la que puede alterarse y perderse! ¡Y si se admite que la perfección puede decaer, Dios puede decaer también! Lo que quiere decir que Dios ha existido en la imaginación creyente de los hombres, pero la razón humana, que triunfa cada vez más en la Historia, lo destruye.
En fin, ¡es muy singular este Dios de los cristianos! Crea al hombre de manera que pueda y deba pecar y caer. Teniendo Dios entre todos sus atributos la omnisciencia, no podía ignorar, al crear al hombre, que caería; y puesto que Dios lo sabía, el hombre debía caer; de otra manera hubiera dado un solemne mentís a toda la omnisciencia divina. ¿Que nos hablan de la libertad humana? ¡Había fatalidad! Obedeciendo a esta pendiente fatal (lo que cualquier sencillo padre de familia hubiera previsto en el lugar de Dios), el hombre cae, y he aquí a la divina perfección llena de terrible cólera, una cólera tan ridícula como odiosa. Dios no maldijo solamente a los infractores de su ley, sino a toda la descendencia humana que aún no existía, y, por consecuencia, era absolutamente inocente del pecado de nuestros primeros padres, y, no contento con esta injusticia, maldijo ese mundo armonioso que no tenía nada que ver y lo transformó en un receptáculo de crímenes y horrores, en una perpetua carnicería. Después, esclavo de su propia cólera y de la maldición pronunciada por sí mismo contra los hombres y el mundo, contra su propia creación, y acordándose un poco tarde de que era un Dios de amor, ¿qué hizo? No era bastante haber ensangrentado el mundo con su cólera, por lo que ese Dios sanguinario vertió la sangre de su mismo Hijo, lo inmoló bajo el pretexto de reconciliar al mundo con su Divina Majestad. ¡Todavía si lo hubiera logrado! Pero, no; el mundo animal y humano quedó destrozado y ensangrentado, como antes de esa monstruosa redención. De donde resulta claramente que el Dios de los cristianos, como todos los dioses que le han precedido, es un Dios tan impotente como cruel y tan absurdo como malvado.
¡Y absurdos parecidos son los que quieren imponer a nuestra libertad y a nuestra razón! ¡Con semejantes monstruosidades pretenden moralizar y humanizar a los hombres! Que los teólogos tengan el valor de renunciar francamente a la humanidad y a la razón. No es bastante decir con Tertuliano: Credo quiz absurdum (Creo aunque sea absurdo), puesto que tratan de imponernos un cristianismo por medio del látigo como hace el Zar de todas las Rusias; por la hoguera, como Calvino; por la Santa Inquisición, como los buenos católicos; por la violencia, la tortura y la muerte, como querían hacerlo los sacerdotes de todas las religiones posibles; que ensayen todos esos lindos medios, pero no esperen nunca triunfar de otra manera. En cuanto a nosotros, dejemos de una vez para siempre todos estos absurdos y estos horrores divinos con los que creen locamente poder explotar largo tiempo a la plebe y a las masas obreras en su nombre, y, volviendo a nuestro razonamiento humano, recordemos siempre que la luz humana, la única que puede iluminarnos, emanciparnos y hacernos dignos y dichosos, no está al principio, sino, relativamente al tiempo que vivimos, al fin de la Historia, y que el hombre, en su desarrollo histórico, ha partido de la brutalidad para arribar a la humanidad.
No miremos nunca atrás, siempre adelante, porque adelante está nuestro sol y nuestro bien, y si nos es permitido y si es útil mirar alguna vez atrás, no es más que para justificar lo que hemos sido y lo que no debemos ser, lo que hemos hecho y lo que no debemos hacer jamás.
El mundo natural es el teatro constante de una lucha interminable, de la lucha por la vida. No tenemos porque preguntarnos por qué es así; nosotros no lo hemos hecho, lo hemos encontrado así al nacer, es nuestro punto de partida natural, y no somos responsables. Que nos baste saber que esto es, ha sido y será probablemente siempre así. La armonía se establece por el combate, por el triunfo de los unos y con frecuencia por la muerte de los otros.
El crecimiento y el desarrollo de las especies, están limitados por su propia hambre y por el apetito de las otras especies, es decir, por el sufrimiento y por la muerte. Nosotros no decimos, como los cristianos, que esta Tierra es un valle de lágrimas, pero debemos convenir en que no es madre tan tierna como dicen y que los seres vivientes necesitan mucha más energía para vivir. En el mundo natural, los fuertes viven y los débiles sucumben y los primeros no viven sino porque los otros mueren.
¿Es posible que esta ley fatal de la vida natural, sea también la del mundo humano y social?
(Del periódico ginebrino Le Progrès, agosto de 1869)

Fuente: Archivo Bakunin

Vacío estratégico: el Gobierno como objetivo | Monereo

Vacío estratégico: el Gobierno como objetivo | Monereo | El Viejo Topo





¿Puede la izquierda gobernar con un programa de izquierda? Las limitaciones impuestas por las férreas estructuras de poder –a nivel nacional y supranacional– son tan enormes que pueden abocarnos a un reformismo sin reformas sustanciales.
I
Propósito. Hace unos días que se realizaron las elecciones generales y, cuando se publique este artículo, se habrán celebrado autonómicas, municipales y europeas. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, soy consciente de ello. Lo importante, abrir un debate en Unidas Podemos y, más allá, en la izquierda española desde la conciencia de que estamos en un fin de ciclo y que iniciamos una nueva “estabilización” del Régimen del 78; entrecomillar estabilización tiene mucho de advertencia: la etapa histórica es, a nivel global, de excepción, de mutación, de cambios profundos que, de una u otra forma, afectarán a nuestro país.
Para debatir sobre Podemos tenemos una dificultad: es un partido-movimiento ágrafo: no tiene programa, no emite resoluciones políticas y sus órganos de dirección suelen refrendar lo que se discute y se decide en otras partes. Es el secretario general quien define y deslinda las grandes decisiones y lo hace en ruedas de prensa, en libros y, sobre todo, en informes orales de los que no quedan resúmenes escritos ni conclusiones. Saber lo que piensa Podemos no es nada fácil.
II
La extraña soledad del reformista. No hace demasiado tiempo Pablo Iglesias, en un programa de Fort Apache, hizo una reflexión que conviene tener en cuenta: ¿por qué, con nuestro programa tan moderado, nos atacan tanto? La sinceridad iba unida a la veracidad. Los ataques contra Podemos han sido especialmente duros, sistemáticos y planificados. Algunos le hemos llamado trama, una alianza entre poderes económicos, clase política y las llamadas cloacas del Estado. Sin este “poder de poderes” no es inteligible lo que pasa en la política española.
Volvamos a la pregunta de Iglesias. Lo que se viene a decir es que el reformismo, fuerte o débil, ya no es posible tampoco en nuestras sociedades europeas. Esto es lo nuevo. Podríamos caracterizar la fase –lo he hecho alguna vez– del siguiente modo: reformismo imposible, revolución improbable. Estos son los dilemas reales de la izquierda europea; mejor dicho, de la izquierda en cada uno de los países pertenecientes a la Unión Europea. El debate es viejo, ¿cómo se es revolucionario en condiciones histórico-sociales no revolucionarias? Para decirlo de otro modo, ¿cómo luchar por el socialismo en sociedades capitalistas avanzadas, enormemente estables y que han tenido, hasta ahora, la capacidad de usar el conflicto social como instrumento de desarrollo y estabilización?
No quisiera entrar en viejas polémicas. Solo constatar que en Europa apenas ha habido dos o tres coyunturas revolucionarias a lo largo de más de un siglo; lo que realmente ha existido son durísimos conflictos de clase en torno a reformas, a conquistas sociales para las clases trabajadoras que han cambiado profundamente nuestro entorno social. En su centro, una clase obrera organizada y partidos de masas que han actuado como agencias que han socializado la política, desarrollado la democracia y generado eso que se ha llamado el Estado social.
Pero esto es ya el pasado. Lo nuevo es que el sistema no admite reformas sustanciales, reformas estructurales o reformas no reformistas como nos planteó hace muchos años André Gorz. El pensamiento único neoliberal se ha convertido en política económica única que todos los Estados, de una u otra manera, están obligados a realizar. Se ha hablado mucho de candados en la Transición española. El candado más potente ahora lo forman los Tratados europeos que, como es sabido, constitucionalizan las políticas neoliberales y que consagra el artículo 135 de la Constitución española. Sé que hablar de esto es políticamente incorrecto y que de la UE no se habla, ni siquiera en las elecciones europeas. Algún día alguien dirá que el “rey está desnudo” y aparecerá el sistema euro como una jaula de hierro, como una trampa que impide realizar políticas sociales avanzadas y, sobre todo, afrontar nuestro problema más acuciante, construir un nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible comprometido con la democracia participativa y defensor de la soberanía popular.
Lo nuevo es que el sistema no admite reformas sustanciales, reformas estructurales o reformas no reformistas.
El tema se puede mirar desde otro punto de vista: ¿qué poder real tienen hoy los gobiernos de los países de la UE? Menos que antes, mucho menos. El politicismo todo lo confunde y esto mucho más. De aquí no cabe deducir que gobernar no tenga ninguna importancia. Los gobiernos, bueno es recordarlo, no tienen soberanía monetaria ni, en muchos sentidos, fiscal; están estructuralmente limitados por poderes ajenos que los convierten en periferias económicamente dependientes y políticamente subalternas de un centro organizado en torno a Alemania. Lo que intento decir es que gobernar, aquí y ahora, exige plantearse en serio cambiar las relaciones de España con la UE; es decir, prepararse para un conflicto especialmente duro, claro está, siempre que se esté dispuesto a realizar reformas de verdad y no meras correcciones del modelo.
Si algo ha quedado claro, antes y después de las elecciones, es que el gobierno de Sánchez considera los “criterios” de la Comisión Europea punto de partida imprescindible para la gobernabilidad del país. No nos engañemos ni tampoco engañemos; el contenido del consenso de los poderes económicos son las reglas que vienen de Bruselas. La soberanía limitada de España es la condición de su fuerza y su capacidad para influir en los gobernantes. ¿Alguien cree, a estas alturas, que se puede nacionalizar el sector eléctrico sin enfrentarse a la Comisión? ¿Alguien cree realmente que se puede intervenir el sector financiero y crear una banca pública con la aprobación de Bruselas? Se ha dicho que un gobierno de izquierdas tiene que escoger entre traicionar o perecer. Lo que queda claro es que debe elegir entre resolver los problemas vitales y reales del país y sus gentes y unos criterios impuestos por los poderes económicos europeos.
El candado más potente ahora lo forman los Tratados europeos que constitucionalizan las políticas neoliberales.
Esto va más allá de la economía y afecta a la democracia y a la soberanía popular. Gobierne quien gobierne, se acaban haciendo las mismas políticas o parecidas. Se degradan los derechos laborales y sindicales, el Estado social entra en una crisis permanente y renace la pobreza en contextos de desigualdad extrema. El día a día puede dejarnos sin estrategia, pero, si esto no cambia, es decir, si las políticas neoliberales no son, de una u otra manera, superadas, los problemas actuales se agravarán, los populismos de derechas seguirán creciendo y los nacionalismos se irán imponiendo en nuestras sociedades. Nuestras democracias solo son viables si se identifican con la justicia social, si fortalecen el poder contractual y de negociación de las clases trabajadoras, si son capaces de controlar a los poderes económicos y ofrecer a las mayorías sociales seguridad, protección y un orden democrático.
Insisto, gobernar importa, pero hay que subrayar sus límites, prevenir sus conflictos y, sobre todo, saber que la UE impone restricciones extremadamente exigentes a todos los gobiernos que intentan ir más allá del modelo neoliberal vigente. Este es el verdadero núcleo duro de un proceso de integración que, justo es decirlo, está en crisis en todas partes.
III
¿Crisis de régimen? ¿restauración vencedora? Vivimos al día, de acontecimiento en acontecimiento. La línea es siempre la misma: de la dirección política a los medios y de éstos, a las instituciones: se cambia de posición política sin decirlo ni someterlo a debate; es un “decisionismo” permanente. Hablar de estrategia es no decir ya casi nada. Ahora que se cierra un ciclo electoral, convendría plantearse en serio lo que, hasta hace no mucho tiempo, era un debate de fondo: ¿está en crisis el Régimen del 78? Uno puede recitar la Constitución como elemento de propaganda política para señalar la contradicción más evidente entre norma y realidad. Lo que no se puede es eludir el dato de que nuestra Constitución tiene un carácter cada vez más nominal, menos normativo y que elementos sustanciales de la misma (destacadamente la llamada cuestión territorial) están en crisis.
Lo que está ocurriendo es que la correlación de fuerzas está cambiando en favor de los partidos que defienden la continuidad de este régimen. Se podría decir de otra forma: se está agotando el impulso transformador del 15M y, con ello, las posibilidades de un proceso constituyente en sentido estricto y de una revisión a fondo de la vigente constitución. El proceso electoral ha dado muchas señales del cambio de esta atmósfera social: desmovilización colectiva y “movilización” individual, privada; miedo e inseguridad vividos en familia y, lo fundamental, la desaparición de la actuación colectiva, solo visible en los actos de Vox.
Se ha dicho que un gobierno de izquierdas tiene que escoger entre traicionar o perecer.
En el debate electoral, la cuestión catalana perdió su centralidad, al menos, fuera de Cataluña. La derecha intentó seguir tirando de ella, pero no tuvo capacidad de convertirlo en un debate real. En el pasado, en la izquierda, se distinguió entre “crisis de Régimen” y “crisis de Estado”; hoy parecería que la crisis de Régimen devino crisis de Estado. Los que pensaron que el Estado español no existía, que iba a permanecer impasible ante su posible desmembración, se han dado cuenta que ha salido fortalecido del envite y, lo que es más grave, ha emergido un nacionalismo español con vocación de masas. En plena campaña, Pablo Iglesias –citando a Héctor Illueca– habló de que estas elecciones tendrían un contenido “materialmente constituyente”, es decir, que de una u otra forma, los problemas de fondo jurídico políticos que requieren de reformas sustanciales, seguirán estando presentes y que deberán resolverse, destacadamente la cuestión territorial.
IV
Pablo y la ballena. Comentar unos resultados electorales invita a la melancolía. Todo el mundo gana, o casi, y pocos reconocen las derrotas. El campo político tiene sus reglas y tiende, sobre todo en etapas de normalidad, a ser auto referencial. Políticos, periodistas y encuestadores acaban definiendo posiciones, vencedores y vencidos, que terminan por construir expectativas que el resultado final confirman o niegan. Con el tercer peor resultado de su historia, el PSOE aparece como claro vencedor; el PP sufre una durísima derrota; Ciudadanos se dispone a hegemonizar el bloque de las derechas y emerge con fuerza Vox. Unidas Podemos “salva lo muebles” con un duro retroceso en escaños y en votos. La campaña electoral ha estado marcada por el miedo, por los miedos transversalizados y la carencia de propuestas políticas claras y solventes que solo Unidas Podemos ha intentado remediar. Pedro Sánchez e Iván Redondo –se veía venir desde hace tiempo– convirtieron su gobierno en una plataforma político-mediática: gobernar para ganar unas elecciones. Así desde el primer día. Cada iniciativa, cada pacto, cada ocurrencia, se convertía en instrumento para conseguir réditos electorales. Convendría recordar que el gobierno del PSOE nunca intentó dar cohesión y coherencia a lo que se llamó la mayoría de la moción de censura y que los pactos con Unidos Podemos fueron muy difíciles y bajo el ritmo que al gobierno le interesaba. Pablo Iglesias ha llamado a estos acuerdos tomaduras de pelo.
Los círculos han ido languideciendo y la vinculación social cada vez está más diluida.
No hace falta ser un genio para comprender que la estrategia de Pedro Sánchez no ha variado en lo sustancial: volver a convertir al PSOE en la fuerza central de la gobernabilidad del país y que para ello era decisivo recuperar una clara mayoría en la izquierda; es decir, reducir lo más posible a Unidas Podemos. El PSOE, desde su refundación en Suresnes, siempre ha tenido claro que compartir la izquierda, reconocer su pluralidad interna y buscar acuerdos de gobierno era radicalmente contrario a su estrategia política. Pedro Sánchez ha sido fiel a esta doctrina desde el principio. La campaña electoral ha sido un fiel reflejo de esto. Polarizarse con las derechas, sobredimensionar el factor Vox y reclamar el voto útil para parar la involución que nos amenazaba. Solo le salió mal la jugada de los debates. Tezanos acertó, de nuevo, poniendo en pie una vieja tesis suya: la derecha no gana, pierde la izquierda; por eso, la clave era tensionar, usar el miedo a fondo y movilizar a la izquierda. Se intentó ir más lejos, ocupar el espacio de Ciudadanos centrándose aún más y convirtiéndose en la única fuerza de gobernar desde un “talante” moderado, sensato y racional.
La campaña de Unidos Podemos fue una audaz y típica estrategia populista: a) aprovechó a fondo las revelaciones del caso Villarejo para criticar a los poderes económicos y a los grandes medios de comunicación; b) denunció la injerencia permanente del capital financiero y de las grandes empresas en la vida política, en los partidos y en la formación de los gobiernos; c) criticó moderadamente al PSOE por su tradicional incapacidad para enfrentarse a los que mandan y no se presentan a las elecciones; d) y, genialidad, convertir su apuesta de gobernar con Pedro Sánchez en una reivindicación social, en una conquista democrática contra los poderes fácticos.
Esta estrategia electoral ha continuado después de las elecciones y ha ayudado mucho a aliviar los malos resultados. Aquí entra en juego una compleja relación entre percepción y realidad. Dado que las encuestas vaticinaban un resultado mucho peor que el obtenido, la percepción de los mismos no es tan negativa. Esto es verdad, una media verdad que puede dar rendimientos, pero que no puede ocultar la pérdida de peso social de una fuerza política que nació con voluntad de mayoría y de gobierno y que entra en lo que, en otro lugar, he llamado “problemática IU”. Se tiende a olvidar que las percepciones no son arbitrarias y que tienen fundamentos sociales. Cuando se dice que la percepción de los resultados de Unidas Podemos son mejores que los resultados mismos, no se tiene en cuenta que ésta estaba también marcada por un 21% de votos obtenidos y por 71 diputados en los anteriores comicios. Los próximos estarán marcados por los resultados de 2019.
Se está agotando el impulso transformador del 15M.
La autocrítica de Unidas Podemos ha sido débil, centrada fundamentalmente en las crisis internas y sucesivas de Podemos. Hay un silencio clamoroso que todos vivimos y de lo que no se habla. Me refiero a la crisis político-organizativa de Podemos. La cuestión viene de lejos, se puso de manifiesto en las elecciones de Junio de 2016, en las pasadas andaluzas y estalla en las de 2019. Podemos ha perdido militancia, activismo, compromiso. Los círculos han ido languideciendo y la vinculación social cada vez está más diluida. La articulación organizativa básica lo es a través de los cargos públicos e institucionales y el trabajo real ha ido pasando a profesionales asalariados. Las “nuevas formas de hacer política” se han reducido a la aprobación on line de programas y listas electorales, la pluralidad interna ha ido desapareciendo y, paradójicamente, se hace más conflictual. Podemos se ha ido “cartelizando” y convirtiéndose en la forma usual, hoy dominante, de hacer y practicar la política.
La “problemática” IU, que ninguna percepción social puede borrar, es que, si queremos tener más fuerza en el futuro, mayor capacidad para tener alianzas y gobernar, necesitamos más organización, mayores vínculos sociales y generar un tipo de ejercicio de la política que vaya más allá de los cuadros profesionales. La política es algo más que aparecer en los medios de comunicación, tener poder institucional y gestionar parcelas gubernamentales.
V
Conclusión: gobernar como objetivo; gobernar como problema. El “se hace pero no se dice” nunca ha sido una buena directriz política y suele ocultar derrotas profundas. El paso siguiente es convertir la ruptura en reformas y, lo que es nuestra costumbre nacional, restauraciones permanentes. Cambiar todo para que sigan mandando los grandes poderes; en el horizonte, pasar del “bibloquismo” al bipartidismo en cómodos plazos.
Podemos, Unidas Podemos, han construido un programa que en su centro tenía la voluntad de constituir una mayoría social capaz de gobernar y dirigir el país. Durante años esto se fue convirtiendo en una identidad. Lo que hoy se está defendiendo es otra cosa, gobernar con el PSOE como socio minoritario. Podemos retorcer las palabras hasta ahogarlas; lo que no podemos es engañarnos a nosotros mismos. Convertir a Unidas Podemos en una fuerza política que tenga como objetivo gobernar con Pedro Sánchez supone un cambio de política. Podremos decir que no hay alternativa, que no tenemos elección y hasta que no hay más cera que la que arde, pero la realidad es tozuda y se venga de quienes la desconocen.
Antes he hablado de la genialidad de Pablo Iglesias al convertir la propuesta de gobernar con el PSOE en una reivindicación social anti oligárquica. Así mismo, he señalado que el poder de los gobiernos es hoy menor que antes y que las políticas neoliberales están sólidamente constitucionalizadas en la UE y, derivadamente, en España. Hay un dato del que poco o nada se habla: el programa.
La experiencia de estos últimos meses de aliados preferentes del gobierno de PSOE nos dice que hay diferencias y que estas son muy importantes. Gobernar es siempre producto de una determinada correlación de fuerzas sociales y lectorales, de una subjetividad organizada.
Por otro lado, el Partido Socialista sigue con su guion conocido de gobernar en solitario y con geometría variable de alianzas. Las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas serán, a este respecto, especialmente significativas.
La pregunta sigue siendo pertinente: ¿Por qué el PSOE va a querer gobernar ahora con Unidas Podemos cuando casi los triplica en número de diputados? ¿Por qué no antes, cuando eran fuerzas similares?

Wednesday, May 29, 2019

«Epidemia Ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa» | Traficantes de Sueños

«Epidemia Ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa» | Traficantes de Sueños





Actividad

«EPIDEMIA ULTRA. LA OLA REACCIONARIA QUE CONTAGIA A EUROPA»

Lunes, 24. Junio 2019 - De 19:00 hasta 21:00
Lugar: 
Librería Traficantes de Sueños

Entrada libre

Aforo limitado
Materia: 
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Con la participación de Franco Delle Donne,consultor en Comunicación y doctor por la Freie Universität Berlin. Colabora con medios de Alemania e Iberoamérica. Es creador del blog eleccionesenalemania.com. y Andreu Jerez, periodista. Trabaja como editor y reportero en la cadena de televisión alemana Deutsche Welle, además de colaborar en diversos medios españoles y latinoamericanos.
Juntos han publicado en 2017 Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania. Es el primer libro en español sobre este partido.
Ya casi no hay excepciones. Prácticamente en toda Europa han surgido distintas fuerzas ultraderechistas. Su discurso del miedo y del odio se expande y pone en jaque al proyecto europeo.

Epidemia ultra analiza este fenómeno, país por país, para reconstruir así el nuevo mapa político de la región. ¿Dónde gobiernan los ultraderechistas? ¿Qué influencia tienen en la política de su país y qué significa eso para el resto de la Unión Europea? ¿Son un peligro real o un reflejo temporal del descontento? Se trata de un proyecto autogestionado. Periodistas, académicos y analistas son los autores de un verdadero handbook sobre la ultraderecha en Europa.
Epidemia Ultra es el libro que Bannon no quiere que leas.

La rebelión silenciosa de los ‘sin techo’ contra el alcalde de Vigo, Silvia R. Pontevedra

La rebelión silenciosa de los ‘sin techo’ contra el alcalde de Vigo | Sociedad | EL PAÍS



Juan Carollo, con barba, ante el Ayuntamiento de Vigo, junto a algunos hombres sin hogar en la Acampada Contra la Pobreza.
Juan Carollo, con barba, ante el Ayuntamiento de Vigo, junto a algunos hombres sin hogar en la Acampada Contra la Pobreza. 


"Hay veces que veo la luz al final del túnel. Luego compruebo que es Vigo y me tranquilizo". Se acerca junio y el presentador del programa matinal de la Radio Galega aún bromea con el alumbrado navideño de Abel Caballero. Los nueve millones de lámparas LED siguen brillando en la retina de todos, pero todavía hay vigueses que no saben que desde hace 27 meses algunos de los sin techo que transitan por la ciudad acampan ante el Ayuntamiento y mantienen un incómodo pulso con el alcalde. Liderados por Juan Miguel Carollo (Urduña, Bizkaia, 1969), explican que lo que piden es una reunión con el regidor socialista y "un lugar seguro al que poder volver al ponerse el sol". Para dormir y ducharse, "y al día siguiente salir a buscar cursillos y trabajo con un sentimiento de estabilidad. Sin tener que dedicar todas las fuerzas a resolver dónde caer muertos la próxima noche".
Carollo, antiguo hostelero que quedó en la calle hace seis años, pidió autorización a la Subdelegación del Gobierno en Pontevedra (entonces en manos del PP) "para una concentración por mejoras en los servicios sociales, sin hora de finalización". El permiso oficial daba vía libre para concentrarse en la Praza do Rei, desde las once del 17 de febrero de 2017, con siete tiendas de campaña. Y así, hasta hoy.
Por la mañana, este vasco hijo de emigrantes gallegos se levanta, cruza el castigado pavimento de la plaza consistorial inaugurada por Juan Carlos I y entrega en la ventanilla del registro municipal el parte de las personas sin hogar que han pasado la noche en la Acampada Contra la Pobreza. Esta madrugada del 21 de mayo han dormido allí Marco, Anilton, Joaquín, Eliseo, Nicu, Jorge, Antonio y Francisco, además de Juan. "Este mes llevamos ya 216 pernoctaciones, y desde que empecé a registrar los nombres y los DNI, sumamos 3.000", asegura el activista. "En total, en este tiempo unas 200 personas diferentes encontraron aquí amparo, cena y trato humano". Hay enfermos, "gente que rula por toda España" con la vida en la mochila, padres de familia que quedaron sin trabajo y rebuscan en los contenedores; también algún expresidiario; casi nunca mujeres porque hay muchas menos en la calle. "Y todos son bien recibidos", afirma el líder, "pero la concejala de bienestar, Isaura Abelairas, nos denigra y dice [hace una semana en La Voz de Galicia] que en Vigo el que está en la calle es 'porque realmente quiere' y 'se niega' a recibir ayuda".

El otro albergue, que recibe también fondos municipales, es de los
 Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres y según Carollo muchos indigentes no quieren ir "porque no se sienten tratados dignamente". Aunque hay excepciones, allí se pernocta 10 días y luego hay que esperar un mes para volver. Ante la cantidad de gente que detectaba durmiendo en la calle, en cajeros, marquesinas, la estación de bus o junto al puerto, también la Iglesia Evangélica Dignidad retiraba hasta 2017 los bancos del culto y colocaba literas para 50 personas. Pero los vecinos se quejaron directamente al alcalde en un programa de televisión. "La gente tiene que vivir con dignidad", clamaba Caballero. Y el local, sin condiciones ni licencia, acabó cerrando porque el pastor no podía asumir la reforma.En la ciudad, separados por unos cinco kilómetros, hay dos albergues para los llamados "transeúntes". La propia palabra indica que las camas son de paso. El municipal, dentro del llamado Centro Integral de Inclusión y Emergencia Social, dispone de 38 plazas y 27 trabajadores para todos sus servicios; se lleva un presupuesto de 820.000 euros anuales y lo gestiona Cruz Roja. Los sin techo pueden dormir 10 días seguidos y luego deben dejar los puestos a otros demandantes los siguientes 10.
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Desde el Ayuntamiento se insiste en que el gobierno local está volcado en la política de bienestar y recuerdan que hay "cheques sociales" para familias por 1,6 millones anuales; ayudas de emergencia por 842.000; y apoyos antidesahucio por 2,5 millones. Informan también de que el consistorio subvenciona todo el alojamiento disponible y da 300.000 euros a seis comedores sociales. "Si no hay plazas en el albergue los usuarios pueden ir al de los Misioneros", afirman, y todos los días "salen equipos a la calle" para buscar soluciones, "con mantas y café".
Fuentes municipales aseguran que están asumiendo parte de la política social que es "competencia de la Xunta" y que el de Vigo es uno de los pocos albergues de España que abrió en plena crisis. Propusieron 44 plazas, pero el Gobierno gallego, según las mismas fuentes, las redujo a 38 y ni por la vía judicial el Ayuntamiento consiguió ampliarlas. La memoria anual de Cruz Roja recoge que la media de ocupación el año pasado fue del 95% (99,72% en las plazas para varones), con 13.160 pernoctaciones de 596 personas distintas. Y las grandes cifras siguen: "23.328 menús", "3.161 coladas", "12.335 duchas" repartidas entre 882 usuarios diferentes. Además, según Cruz Roja, desde el albergue el año pasado se ayudó a buscar alojamiento estable a 48 personas que empezaron a percibir algún ingreso.
Gustavo García Herrero, miembro de la Asociación de Directoras y Gerentes en Servicios Sociales, dirigió durante 20 años el albergue municipal de Zaragoza hasta que se jubiló. Defiende que la "estancia ilimitada" no es ninguna quimera, porque en su ciudad existe "desde los años 90". "Hay estancias de seis meses prorrogables por otros seis, incluso para familias enteras en apartamentos con llave", describe. "Pero cada caso es radicamente diferente a los demás", advierte, "por eso hay también permanencias de años, o de por vida. Y la experiencia dice que esto es más sostenible que tener a la gente en la calle... personas que lo han perdido todo, menos sus derechos y su dignidad".

Hombres de 70 y chicos de 19

"La mayoría de la gente no quiere dormir en la calle. Y habría que ver si los que dicen que sí es porque ya se olvidaron de cualquier otro tipo de vida. Si dejas de comer caliente pierdes la noción de lo que es", lamenta Carollo. "El año pasado murieron al menos cuatro personas en la ciudad, todos los años mueren", rememora este hombre que ya ha perdido ocho dedos de los pies por complicaciones de la diabetes. "Una parte del edificio del albergue municipal está ocupado por los pasos de Semana Santa" por un convenio de hace siete años con la entidad que cedió el inmueble, protesta. "Pero si realmente se preocupasen por reinsertar a la gente ya no habría un problema de espacio, ni de plazas", defiende.

Después de dormir mucho tiempo en un parque y pedir en la calle, Carollo protagonizó hace unos años una huelga de hambre y así dice que logró que "en cinco días" le tramitasen la renta de inclusión que, según explica, a los demás les tarda "seis o siete meses" entre los trámites del Ayuntamiento y de la Xunta. Ahora cobra 430 euros. Con 200 alquila una habitación en la que guarda sus cosas y en la que, en dos años, "jamás" ha dormido porque el permiso del campamento está a su nombre y no puede faltar. Del dinero que le queda saca para llevar de cenar a los compañeros. Al albergue municipal se entra a las nueve y media: a esa hora va hasta allí y se lleva a la acampada "a los que quedan fuera".
En la Praza do Rei hay hombres de 70 y chicos de 19. Uno de los más jóvenes dice que perdió la casa cuando hace justo un año explotó un zulo pirotécnico y saltó por los aires el pueblo de Paramos (Tui, Pontevedra). Hacen sus necesidades en bolsas y botellas. Se asean por las mañanas en entidades benéficas. Con el paso del tiempo, la acampada ha ido perdiendo muchos apoyos de colectivos que creen que la situación se ha enquistado sin remedio. Pero su fundador sigue reclamando "unos derechos básicos para los sin techo", que no quieren vivir "atrapados" en el bucle sin fin de los plazos limitados que rigen los albergues y los comedores sociales.
Mientras, su barba no para de crecer. "No me la cortaré hasta que el alcalde nos reciba", avisa. "Si no se soluciona el problema, tendrán que sacarme de aquí en caja de pino".