Abro la página y le doy play al vídeo performance de la Yeguada Latinoamericana. Los elementos que componen la acción me son fácilmente legibles porque se conforman de varias capas y múltiples trayectorias comunes a mis recorridos como feminista transfronteriza: uso del cuerpo como soporte crítico, ocupación del espacio público, reapropiación de los lenguajes del arte y del performance para hacer política y militancia antiautoritaria.
La Yeguada, de Cheril Linett, acuerpa los discursos de la crítica anticolonial, el transfeminismo del sur, el imaginario posporno, el antimilitarismo, la ruptura del antropocentrismo a través de lo tran-especie y la corpo-decolonialidad. Observo la acción que invita a deshabitar la forma humana porque ésta es propiedad de la colonialidad del poder que se actualiza en el neoliberalismo rampante que sigue ejerciendo su voluntad de muerte sobre los cuerpos que se certifican como menos humanos, es decir, sobre los cuerpos excedentes-bestiales que en su marginación representan las máquinas de trabajo y reproducción históricamente feminizadas y/o racializadas que son el soporte material, aún hoy, para la extracción y el enriquecimiento por despojo del occidente colonial y neocolonial.
Las yeguas-centaureas que aparecen marchando contra la llegada del Papa Francisco a Santiago de Chile me hacen recordar a otras yeguas, las del apocalipsis, quiénes con un gesto crítico similar, al bailar una cueca en 1989 sobre el mapa de América del Sur, trazan un paralelo entre la Conquista y las dictaduras en estos territorios. Sin embargo, el valor de la acción de la Yeguada no radica únicamente en su conexión con una memoria cuir y de performance antiautoritario y crítico, sino que lanza una idea actualizada y urgente de pensarnos y acuerparnos desde la construcción de comunidades de afectos inter-especie, abandonando los dictados del humanismo y de las democracias neoliberales porque éstas son formas maquilladas de administración necropolítica.
Así, la acción me remite al transfeminismo como contraofensiva al necro-patriarcado machista y colonial, que aumenta las cifras diarias de feminicidios y transfeminicidios en Latinoamérica y el mundo.
En este sentido, el asesinato sistemático es entendido como centro persistente de la organización y propagación de la modernidad-colonialidad occidental; la muerte como una especie de tecnología civilizatoria que persiste hasta nuestros días y conecta el contexto actual con la intermitencia colonial a través de las tecnologías de muerte como una forma de aleccionamiento, pero también como un dispositivo dinamizador de las economías del exterminio. Por ello, la muerte como un motor de plusvalía de la necropolítica y de expolio continuado en nuestros territorios y cuerpos que activa también economías sexuales cuya plusvalía se genera a través de la supresión de ciertos cuerpos producidos como desechables o indeseables, negándoles radicalmente su “derecho a aparecer” [1] o auto-gestionarse.
Así, la violencia y la muerte aparecen como elementos comunes de la colonialidad del género, cuya consecuencia extrema es justamente la eliminación de poblaciones potencialmente indóciles, poblaciones cuyas intersecciones desmontan el dimorfismo sexual y desnaturalizan las opresiones. Como afirma María Lugones: “La raza no es más mítica ni más ficticia que el género; ambas son ficciones poderosas” [2] y, podríamos agregar, la especie como otra ficción política poderosa y fundante para justificar la ruptura fundante que eliminó el continuum inter-especie y las potencias de transgredir los límites del marco de lo humano.
En este contexto se entiende que el manifiesto de la Yeguada Latinoamericana es un reclamo urgente para hacer alianzas entre los movimientos feministas transnacionales de los sures globales, pues estamos en la era donde los actos políticos parecen tener sentido solo de manera post-mortem, donde el reclamo feminista central es por no ser asesinadas, como lo muestran los movimientos transnacionales que se representan en redes sociales virtuales con los hashtags #NiUnaMenos, #VivasNosQueremos y donde las herramientas y discursos de nuestras luchas son expropiados por la cara amable de las democracias fascísticas a través de la mercantilización cosmética de nuestras demandas políticas.
En este espacio social de convergencia entre mercados y protestas, la necropolítica se expande como exterior constitutivo [3] que nos cerca y nos quiere inertes y segregadxs. Y es en este contexto donde el manifiesto y la acción de la Yeguada Latinomericana lanzan un llamamiento, no sólo a deshacer el género, sino a deshacer la especie, lo cual sugiere una tensión en los límites de lo pensable y un pulso a las políticas públicas y paternalistas producidas por la captura del feminismo institucional que se reducen al género y, en pocos casos, a la sexualidad o a la raza.
Así, el desafío subyacente del manifiesto nos propone reformular nuestros imaginarios de lo vivo, lo afectivo y lo político más allá de las fronteras de lo humano, recordándonos que como sujetxs colonizadxs estuvimos y seguimos estando fuera de las gramáticas de lo social occidental, recordándonos también que en los espacios colonizados la forma de hacer política es con el cuerpo, con el cuerpo anormal que asedia el orden epistemológico desde nuestra ingobernabilidad y mestizas lenguas para crear múltiples imaginaciones políticas que se expresan en códigos vivos, cotidianos, que queman las dicotomías entre humano y no humano y amplían el lenguaje de nuestras protestas.
[1] Butler, Judith, 2017. Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona: Paidós. p. 31.
[2] Lugones, María. 008. Colonialidad y género, en Tabula Rasa, (julio-diciembre 2008): 75-101.
[3] Butler, Judith. 2001. Fundamentos contingentes: el feminismo la cuestión del posmodernismo, La Ventana, N°13, (2001): 7-41.
Imagen destacada: Performance Yeguada Latinoamericana, de Cheril Linett, junto a Fernanda Lizana, Isidora Sánchez, Cindy Maturana y Mariella Silva, durante la “Marcha por el orgullo de ser tu mismo” convocada por MOVIHL, y “Mucha fiesta, poca protesta”, convocado por La otra marcha, Santiago de Chile, 1 julio de 2017. Foto: Lorna Remmele.
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