Thomas Piketty es el economista del momento. Su libro El capital en el siglo XXI, convertido de inmediato en un fenómeno superventas en Estados Unidos, presenta poderosas evidencias sobre la creciente desigualdad, debida a la acumulación de capital en las sociedades occidentales y al fin de la meritocracia como mecanismo de ascenso social.
Su éxito, enraizado en la formulación académica de unas evidencias que la crisis ha puesto de manifiesto, responde además a otra obviedad, como destacaba el semanario The Economist. Llamar la atención sobre la desigualdad en Estados Unidos es novedoso, pero hacerlo en Francia es una obviedad política. De ahí que el original en francés no llegara a la lista de los 100 libros más vendidos cuando se publicó en 2013.
Pero más allá de la influencia política que acaben ejerciendo las tesis de Piketty, su legado será poderoso para el estudio de la economía y las ciencias sociales en general. El debate epistemológico de los últimos 30 años ha girado en torno a una serie de premisas según las cuales el método científico clásico de las ciencias naturales era trasladable a las ciencias sociales.
La matemática y la estadística han ido ganando espacio en los programas académicos de las mejores Facultades de economía. Pero la tendencia al positivismo en las ciencias sociales ha permeado también en otras disciplinas como la sociología, las ciencias políticas o las relaciones internacionales. Prestigiosas universidades como la London School of Economics and Political Science han hecho de la traslación del método científico a las ciencias sociales su bandera. En esta universidad no se estudian Masters of Arts sino Masters of Science.
Francis Fukuyama saltó a la fama a principios de los 90 por su tesis del fin de la Historia, que predecía un mundo menos conflictivo gracias al triunfo de las democracias liberales con el fin de la Guerra Fría. En efecto, otra muestra más del abrazo del positivismo a las ciencias sociales (a mayor número de Estados que entren en la fase final de la historia —la democracia liberal—, menor presencia de conflictos internacionales). Es sintomático que, explicando el éxito de Pikkety, Fukuyama afirmara en Twitter que “los economistas aún deben superar su pasión infantil por las matemáticas a expensas de la investigación histórica”.Y en disciplinas como las relaciones internacionales, reciben especial atención aquellas teorías que permiten cuantificar la probabilidad de conflictos entre Estados sobre la base de cálculos numéricos, que relacionan su grado de interdependencia económica o de profundidad democrática. Es lo que la teoría de la paz democrática resume bajo el lema “las democracias no van a la guerra entre ellas”, cuantificable mediante correlaciones entre el grado de democratización y la disminución de la conflictividad entre países.
El auge del positivismo en las ciencias sociales coincidió también con el periodo de “hiperglobalización” estudiado por Dani Rodrik. En este, la liberalización de los flujos de capital y la globalización financiera se elevaron a cuotas desconocidas hasta la fecha. Los mejores estudiantes de economía tenían un futuro asegurado en las empresas de capital riesgo y la banca de inversiones, consolidándose un estrecho vínculo entre universidad y sistema económico y financiero.
Todas las clasificaciones universitarias coincidían en otorgar las mejores calificaciones a aquellas facultades cuyos programas académicos (positivistas) mejor servían a las necesidades de una economía hiperglobalizada e hiperfinanciarizada. En cierta medida, se iba confirmando la máxima de la teoría crítica hacia los paradigmas dominantes, según la cual el conocimiento siempre acaba sirviendo a alguien y a algún propósito.
Piketty ha dado un paso de gigante para repensar el método de estudio de la economía. En su libro, concluye que esta disciplina nunca debería haberse divorciado del resto de ciencias sociales y que su avance solo será posible en conjunción con ellas. Los estudiantes agrupados en el colectivo ISIPE (Iniciativa Internacional de Estudiantes para el Pluralismo en Económicas, www.isipe.net) han recogido el guante lanzado por Piketty y en su “llamamiento internacional a favor de una enseñanza pluralista”, reclaman una enseñanza más abierta al debate de ideas, más diversa teórica y metodológicamente y más pluralista en lo referente a los programas de estudio. Sobra decir que el profesor suscribe su manifiesto.
No se trata, pues, de dar carpetazo a las aportaciones del positivismo a la economía y el resto de ciencias sociales, sino de denunciar su supeditación al mismo. En otras palabras, lo que se pone de manifiesto es la dificultad de estudiar fenómenos sociales eminentemente complejos sobre la base de resultados metodológicamente predecibles y cuantificables.
Más allá de las contribuciones de la obra de Piketty al estudio de las desigualdades y la concentración del capital, su impacto sobre la epistemología de las ciencias sociales puede ser también revolucionario. Los vínculos entre teoría y práctica económica nunca fueron más evidentes que durante los años de la burbuja financiera. Nuevas aproximaciones metodológicas al estudio de las ciencias sociales deberían contribuir a la gestación de políticas económicas alternativas. ¿O no es cierto aquello de que grandes cambios sociales empiezan a menudo en la universidad?
Pol Morillas es profesor asociado de la Universidad Autónoma de Barcelona y ESADE, y responsable del área de Políticas Euromediterráneas del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).
El economista estrella que ha conquistado EE UU
“Era uno de los tomos más pesados de su época. Se sentaba como un desafío en las estanterías de los hipsters de todo el mundo. Si no podías escribir uno más gordo, podías al menos competir con tu compañero de piso para ver cuán lejos conseguías arrojarlo. De cualquier manera, era el libro con el que ibas a tener que lidiar más tarde o más temprano”.
Y eso que Capital, como se le conoce por la tipografía de su edición estadounidense, que tiene un elegante diseño atemporal, no tiene nada de fácil ni en lo que dice ni en cómo lo dice.Lo dijo la escritora Zadie Smith sobreLa broma infinita de David Foster Wallace, el libro que todo estudiante de letras con serias aspiraciones de llegar a tener una vida sexual tenía que exponer en su habitación en los noventa. Pero bien podría haberlo escrito ayer mismo sobre El capital en el siglo XXI, la obra del economista francés Thomas Piketty, que tiene 700 páginas en su edición en inglés y 970 en la francesa. “Llevarlo debajo del brazo se ha convertido en la nueva herramienta de conexión social en ciertas latitudes de Manhattan” ha dichoThe Guardian del libro, que se convirtió la semana pasada en el más vendido en Amazon y escala posiciones cada semana en la lista de best-sellers de The New York Times.
En esencia, la tesis de Piketty, que tardó 15 años en amasar la gigantesca masa de datos que componen su libro, es que en el actual sistema económico la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo pueda ganar en una vida. Que el capitalismo es, por lo tanto, incompatible con la democracia y con la justicia social. Que los muy ricos deberían pagar un mínimo de un 80% de impuestos y que hablar del 1% contra el 99% no es cosa de estudiantes y exaltados del movimiento Occupysino un hecho incontrovertible.
Lejos de convertirle en un enemigo público por esas tesis que van en contra de la misma fibra del país, la élite cultural estadounidense ha adoptado a Piketty como su nueva mascota. Existe una cuenta de Twitter dedicada a subir fotos del economista y se pregunta “¿sexy o qué?”. El New York Times lo ha mencionado hasta en 6 artículos distintos en un solo domingo. El New York Magazine publicó la semana pasada un reportaje sobre su desenfrenado tour mediático y tanto se ha dicho sobre Piketty y su Capital que el Washington Postse burla con una pieza titulada: “Cómo escribir tu propio artículo de Piketty en diez cómodos pasos”. El punto 4 dice: "Si estás de acuerdo con él, llámalo un revolucionario". Y el 5: "Si no lo estás, di que es un ideólogo". Más curioso aún es el punto 7: "Haz referencia a su aspecto físico de una manera ligeramente perturbada".
Uno de los seis artículos que The New York Times dedicaba a su nuevo hijo predilecto colocaba a Piketty en la genealogía de “intelectuales superstar”, esas figuras que sólo se dan una vez cada década y que consiguen aunar máximo rigor académico con una popularidad mainstream normalmente sólo asequible para una estrella del pop. Los sesenta tuvieron a Susan Sontag, los setenta a Christopher Lasch, los ochenta a Allan Bloom –“la versión universitaria de Gordon Gekko, el protagonista de Wall Street de Oliver Stone”– y los noventa a Francis Fukuyama. Según el Times, el siglo XXI estaba huérfano de figuras totémicas y se había conformado con divulgadores meramente espabilados, como Malcolm Gladwell, hasta que llegó Piketty. Lo que todos estos pensadores tendrían en común es que no sólo defienden una Gran Tesis, sino que además “capturan el zeitgeist y de alguna manera lo personifican”.Sin ser un bellezón, ni siquiera un dandi, Piketty, de 42 años, tiene las hechuras del profesor más popular del campus. Alguien como Chris Messina podría interpretarle en subiopic –véase cómo cumplimos aquí con todos los puntos del decálogo–.The New Republic dijo de él que “Parece más joven aún de lo que es y lleva un traje gris y una camisa con el cuello abierto, un guiño de estilo quizá a su compatriota Bernard Henri-Lévy”. Lo que no suelen mencionar esos artículos ni aparece en su perfil en la Wikipedia es un extraño episodio que saltó brevemente a los medios franceses en 2009, cuando el economista era asesor de Ségolène Royal. Su entonces pareja, la actual ministra socialista de Cultura Aurélie Filipetti, le denunció por agresión y más tarde retiró los cargos. Ahora, Piketty comparte su vida con otra economista licenciada en Harvard, Julia Cagé.
La Gran Tesis de Piketty es que la tendencia de todo rico es a hacerse todavía más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y que esa ley inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía. El economista tiene buenas lecturas, como dicta la tradición francesa, y cita a Jane Austen y Honoré de Balzac para demostrar cómo en el siglo XVIII y XIX lo normal para las clases altas era no trabajar y sostener la riqueza familiar a través del matrimonio. Ahora ésta vuelve a ser la norma y creer en la meritocracia del capitalismo no es sólo ingenuo sino erróneo. Los periodos de creciente igualdad del siglo XX fueron un mero accidente, producto de las exigencias de la guerra, el poder del trabajo organizado, los impuestos, la innovación tecnológica y la demografía.
Si en su día Susan Sontag apareció en Zelig, de Woody Allen, interpretándose a sí misma, ¿cuál podría ser la consagración de Piketty como intelectual pop, a lo Slavoj Zizek? Por aquí apostamos porque aparezca citado en una letra de Jay-Z, ese otro maestro delzeitgeist. Y más ahora que su señora samplea manifiestos feministas de Zimamanda Adichie. Así que, a ver, ¿qué rima con Piketty?
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