Desde siempre las mariposas, las ballenas, los flamencos, las golondrinas, los salmones, viajan miles de kilómetros por los libres caminos del agua. No son libres en cambio los caminos del éxodo humano, inmensas caravanas, andan por el mundo, caravanas de fugitivos, de las vidas imposibles, que huyen de las guerras, de salarios exterminados y suelos arrasados”. (Eduardo Galeano).
A la supresión de planes de ayudas de integración, la discriminación en el área laboral, el 40% de desahucios que afectan a los inmigrantes, se suma la alarmante subida de redadas racistas por policías vestidos de paisano. Santiago de Compostela está siendo el lugar de Galicia más afectado por esta situación. En las calles, en estaciones de autobús o trenes, en cíber, se nota el alza de estas redadas, sobre todo al constatarse identificaciones por el perfil étnico. Estos controles se hacen, sobre todo, en horas de la mañana y en el transporte público. No es extraño ver que se los pare en la calle, pidiendo documentación.
Queda más que demostrado que continúa –es más, se agrava– la vulneración de derechos y libertades debido a meras características físicas. Pero, ¿quiénes son los inmigrantes, los indocumentados, los irregulares...? Son aquellas personas a las que no se les permite trabajar, ni tener atención sanitaria; no acceden a la educación ni se les gestiona su DNI al no tener un contrato de trabajo. Se calculan entre 30 a 40 millones en todo el mundo; 10 millones, en Estados Unidos, y entre 7 y 8 millones en la Unión Europea.
Hoy el tema del inmigrante indocumentado produce un choque emocional y es utilizado para provocar tensiones raciales y culturales. Son ciertos medios de prensa y algunos sectores políticos quienes juegan con los miedos a la población relacionando inmigración con terrorismo e invasión de criminalidad.
Pero, ¿por qué se les criminaliza hoy? ¿Acaso la inmigración no ha existido siempre? Los humanos han cruzado, desde tiempos inmemoriales, fronteras u océanos en búsqueda de una vida mejor. El concepto de “inmigrante irregular” es bastante nuevo: la inmigración no suponía un problema; el empleo no les era prohibido y la regularización de sus papeles resultaba fácil. Este equilibrio se rompe en los años 20, cuando en Estados Unidos se comenzaron a aplicar leyes de extranjería; más tarde, en los 30, cuando Gran Bretaña califica como indeseable la inmigración ilegal de los judíos hacia Palestina.
Luego, de manera más ocasional, en Europa, en los años 60 y 70. Es a partir de los 90 cuando aparece este concepto de “inmigrante irregular” más acentuado, término discriminatorio acuñado política y legalmente de forma muy reciente. Ser inmigrante irregular es “ser clandestino “. Ser clandestino desvanece la idea de un proyecto de vida. Sin derechos, se convierten en ciudadanos muertos.
Los Estados deben hacer un cambio global, de inmediato, para que se trate el tema de inmigración ilegal dentro del marco de los Derechos Humanos. Es difícil saber cuántos son; no aparecen en estadísticas y el miedo les impide acercarse a las autoridades u organizaciones, miedo por demás justificado. La invisibilidad es buscada para evitar que sean amenazados o identificados, paso previo a los CIES y a la expulsión.
La explotación está presente en su día a día: sus patronos los obligan a trabajar muchas horas, en condiciones peligrosas; los despiden sin avisarles; no les pagan o reciben salarios-basura... La explotación del emigrante es una práctica inhumana y generalizada. Los traficantes de personas o redes ilegales los engañan con enormes promesas de trabajo y una vida mejor. Una vez caídos en sus manos, se enfrentan a terribles amenazas. El miedo es la sombra negra de la clandestinidad. El miedo a todas las cosas; a la gente. Desde coger un autobús, trabajar, viajar, comprar comida... Cada acción supone un riesgo. Un sinvivir, en constante estado de alerta y de zozobra. ¿Puede esto suceder en países que se llaman democráticos, civilizados, solidarios...?
(Publicado en DIARIO DE FERROL)
Susana Alaniz González
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