Bajo la disculpa de eliminar lo “peor” (la enfermedad, la inseguridad, la muerte) y aliado con las nanotecnologías, la ciencia está renovando la esperanza de un nuevo determinismo. Hombre de ciencia dotado de una sólida formación en medicina y bioquímica, Javier Peteiro se dedica en este libro (El autoritarismo científico, Miguel Gómez Ed.) a seguir con detalle el paso de la ciencia moderna, desde von Humboldt y Gay Lussac, hasta el optimismo de Brockman o Kurzweil, esa euforia tecnocientífica que poco a poco ha derivado, en Europa y en América, en una perspectiva de suplir la inteligencia natural por la artificial y el cuerpo mortal por las conexiones infinitas.
Blue Brain Project. La obsesión por el estudio del cerebro señala el resurgimiento de una nano-frenología. Nuestras elecciones, de la homosexualidad a la música o el crimen, residirían en nuestros genes o en interacciones concretas entre determinados neurotransmisores. Una gran variedad de recursos técnicos y farmacológicos nos evitarán preocupaciones de otras épocas. La propia libertad será sólo elegir entre la oferta de bienes consumibles. El gran absurdo de que esta felicidad anunciada se trunque mañana por la muerte puede ser también solventada con la ayuda de la Tecnociencia. Par ello está la radiante promesa Nano-Bio-Info-Cogno (NBIC): si Cogno puede pensarlo, Nano puede construirlo, Bio puede mejorarlo e Info puede controlarlo.
Ya Arendt había localizado en tres síntomas esta voluntad moderna, común al progresismo de derecha e izquierda, de escapar de la condición terrena: la producción de vida artificial in vitro, la carrera espacial por escapar de la Tierra y la superación de la barrera de los cien años. La “doble huida”, del Mundo al Yo y de la Tierra al Espacio, conduce a la paradoja de unas democracias dirigidas por una elite de especialistas que no habla ningún idioma conocido. En esta perspectiva de crítica humanista a la nueva ilusión redentora, Peteiro alude con frecuencia a la guerra como motor de la investigación científica. No sólo Internet, la televisión y el microondas nacen de la investigación bélica, sino que el mítico Proyecto Genoma se basa en el estudio de las mutaciones en los supervivientes al bombardeo atómico.
Pero la ilusión determinista es poderosa. Igual que en la renovación tecnológica, el mercado inyecta una obsolescencia tan rápida en los descubrimientos científicos que es imposible guardar una sana distancia de la intuición y el sentido común. Como si la famosa distinción de Kuhn entre “ciencia normal” y “ciencia revolucionaria” se viera anulada por una normativa cada día más mutante y ante la cual siempre estamos en falta.
Lo propio de la mitología cientifista actual es ignorar la crítica a las pretensiones totalizadoras de la omnisciencia. Los límites a la Biología y a las Neurociencias son una cuestión abierta, a diferencia de los ya mostrados en Física y en Matemáticas. Poco importa que el Racionalismo haya mostrado que es imposible un sistema de cálculo completo que no recurra a un “fondo sombrío” (Leibniz), al apriori de un “infinito en acto” que ellos llamaron Dios. Poco importa que Gödel muestre que no hay consistencia lógica que no haya de recurrir a axiomas previos e indecidibles. Aunque el principio de incertidumbre de Heisenberg ponga un tope a las pretensiones del cientifismo informatizado, la ilusión del determinismo actual es fuerte.
Ignorar que la inteligencia humana proviene del dolor, del choque con un afuera absoluto, es lo propio de la nueva mitología. Es una lástima que tengamos que aprender a través de las catástrofes masivas lo que el sentido común nos podría sugerir de manera discreta. La explicación de este nuevo oscurantismo reside en una intuición común hoy desactivada por la alianza de ciencia y mesianismo, saber técnico y espectáculo.
Ignacio Castro Rey es escritor y filósofo
Ignacio, sin descanso, señala aquellas partes blandas del Poder, las que mas se adhieren a docta ignorancia que acunamos.
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