Monday, November 26, 2012

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El mundo de los pigmentos y cómo la especie humana ha ido aprendiendo a encontrarlos y utilizarlos para lograr bellos colores en la ropa, el cuerpo y los objetos, es enormemente sugerente. Una de las cosas que cuentan algunos nativos de Porto Santo hace referencia a la sangre de dragón y sus usos medicinales; en eso sólo algunos son doctos. Ahora bien, lo que sí te explica todo el mundo es el uso de esta sabia roja como uno de los pigmentos que formaba parte del “secreto” del célebre luthier de Cremona, Antonio Giacomo Stradivari.

En la isla, dicen que antiguamente sus montañas estaban cubiertas de verde por árboles y pasto, había rebaños de cabras e incluso vacas, muchos cultivos y, sobre todo, dragos (Dracaena draco), pero desde que los portugueses João Gonçalves Zarco y Tristão Vaz Teixeira descubrieron este pedazo de tierra en medio del Atlántico en 1418, los comerciantes empezaron a llegar del continente y la extraían para comercializarla en Europa.

Hasta que se extinguieron. Una trama que se repite a menudo.

En realidad, a pesar de haber realizado estudios modernos utilizando técnicas de identificación química precisa, todavía no se sabe con exactitud cuál es el secreto de la sonoridad de los violines Stradivarius, aunque la leyenda lo atribuye esta una mezcla secreta de resinas utilizadas por el célebre luthier. Por tanto, hasta que no se demuestre con pruebas lo contrario, podemos seguir creyendo las historias de los ancianos, que suelen dejarnos esa sensación de momento mágico que estimula la creatividadn (y, según dicen algunos neurólogo, también incrementan la atención del oyente).

Hoy, Porto Santo sigue siendo una isla tranquila, con poco turismo y no más de 5.500 habitantes autóctonos. “Como una gran familia”, cuenta un taxista que me lleva hasta uno de los puntos más elevados para comprender por qué le llaman a Ilha Dourada, con su extensa playa de nueve kilómetros que recorre todo el lomo sur.

Cuando llegué en el avión de la noche desde Lisboa, la mayoría de pasajeros eran vecinos que habían ido a al mContinente y regresaban cargados de paquetes. Comercio y movimiento. Me recordaron aquella linda canción de otra isleña, la caboverdiana Lura, que regresa sin las encomiendas de Naia.

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