En 1962, Malcom X nos dijo que ante las ofensivas racistas utilizaría cualquier medio necesario para la liberación de su pueblo. Hoy, en 2018, todavía nos preguntamos qué herramientas son las que necesitamos y lo que nos falta para llegar hasta conseguirlo, ya que cualquier medio necesario son miles de alternativas y decisiones al respecto.
Cualquier medio necesario comprende muchas cosas, desentendimientos y dolores acumulados. Cualquier medio necesarioes la elección de quien tiene una urgencia declarada, y justamente aquí reside nuestro problema: nosotras la tenemos.
Con frecuencia nos percibimos en la necesidad de discutir la importancia de no personalizar críticas y direccionamientos hechos para una clase específica. Esta personalización, fruto de una construcción que gira en torno a egos, angustias y la frustración de no ser el centro del mundo para quien crece oyendo que todo le contempla, representa y pertenece, ocurre de manera deliberada y con frecuencia entre las personas blancas. En ese sentido, es importante hacer el ejercicio de colectivizar los discursos y pautas que forman parte de nuestro cotidiano, ya que tales vivencias van mucho más allá de ellas mismas. Lo que evidenciamos es parte de cuestiones estructurales, históricas y determinantes de nuestras visiones del mundo, del futuro y del discurso de las otras personas.
Así, reitero: asumir las posiciones sociales que tenemos, es parte de una honestidad necesaria para quien busca la transformación social. Quien se conoce a sí mismo y el lugar que ocupa en sociedad, logra saber por quién es oprimido pero principalmente, y con mucha más intensidad, logra percibir las categorías a quien oprime macroestructuralmente todos los días.
Saber a quién oprimimos es un paso fundamental para evitar la hipocresía característica de los que dicen percibir los problemas en la vivencia de los demás, pero no consiguen asumir su parte de responsabilidad directa e indirecta en los sucesos micro y macroestructurales que les rodean. Así, contribuir al cambio es mucho más que llorar todos juntos y verbalizar empatía, hay que modificar lo que hay en uno mismo que contribuye a esos llantos diarios.
De ahí la importancia de empezar a cuestionarnos los motivos de clasificar a militantes negrxs que no vacilan en sus posicionamientos como personas agresivas. Además, es importante empezar a cuestionarnos acerca de nuestra romantización sobre cómo debe ser la categoría militante, colocándola como hecha de personas que se emocionan y son sensibles a ciertas cuestiones, pero no pueden hacer que sus opresores lloren. Aquella que es ofendida pero no puede ofender.
Revisar el lugar en que están nuestros discursos nos ayuda a dejar de defender la idea de que no hay lados y estamos todas y todos de la mano en uno solo. La necesidad de ser suficientemente humildes para comprender a las otras personas está en la línea tenue y cualquier vacilación puede empujarnos hacia una romantización innecesaria, o frena una denuncia necesaria para quien quiere esconderse en su lugar de privilegio.
Mientras existan clases con privilegios por encima de otras, todavía faltan reivindicaciones, diálogos y grandes y pequeñas discusiones que tienen que darse. Mientras nos neguemos a comprender esta cuestión también estaremos evitando estar frente a frente con nuestros propios privilegios, y perder algo como parte del lado opresor. De la misma forma, mientras no sabemos, por el lado de acá, imprimir una discusión argumentativa y suficientemente fuerte, estaremos perdiendo oportunidades de comprensión como lado oprimido.
Cuando estamos a punto de perder un privilegio -siempre político, sea él discurso, de comprensión o posicionamientos- es que ponemos a prueba nuestra real empatía con los grupos sociales que necesitan cambios. Es en ese punto está la encrucijada: o aceptamos el dolor de modificarnos, o caemos en la desesperación de señalar y culpar a quien nos hizo llegar hasta ahí.
En ese sentido, el campo político es siempre una línea de disputas, y vence quien consigue llevar más gente consigo y colocar más armaduras alrededor de las propias concepciones para evitar que las impacten. Así, la política no siempre es sobre quién grita más alto, sino sobre quién grita con más verdad y convicción.
Encontrarse a sí mismo y a su colectivo ha sido siempre uno de los mayores peligros que una clase históricamente oprimida puede ofrecer, y el punto clave es que cada vez hay menos lugares a los que dirigirse. Aquí es donde vive el miedo de los grupos opresores: hablamos por nosotros mismos y estamos descubriendo quiénes somos. Sabemos la verdad sobre las posiciones a las que nos empujan y empujamos a ocupar, y estamos convencidos de que la solución es esta, después de la empatía lacrimógena y romántica que los grupos opresores una vez u otra poseen.
Sabemos que la cuestión es de otro orden, y lo que hay que abdicar para que sea contemplada. En este punto, lo necesario se refiere al reconocimiento individual de las partes racistas que cada persona alimenta en su interior, sin caer en la trampa de culpar a quien lo señaló y que ha descubierto que existe. Y esto puede ser una petición para que escuchen con más voluntad de dialogar a las personas que señalan y discuten el racismo en ustedes. Entender a lxs opresorxs es el primer paso para dejar de añadir más problemas a la comunidad negra.
Queremos que las personas sean conscientes de sus propios discursos, ya que esta es la única manera de poder tener un diálogo directo y eficaz entre las dos partes involucradas. Por lo tanto, la solicitud es simple: conocer su racismo, desconfianza y los intentos de esconderlos bajo el tapete antes de perderse en un intento de mantener su posición en la sociedad intacta.
Estamos observando, estamos llegando a vosotras y en su mayoría, sabemos cómo identificar las ofensivas de aquellos que fingen que no se lesionan de la discusión. Ya sea, hombre o mujer, lo único que hay que hacer es más simple de lo que parece: ninguna de estas posiciones, mientras caminemos, tendrá derecho a estar de pie.
Luádia Mabel de Lima Cesário
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