La sociedad serbia agrupa varias rupturas generacionales y también varios contextos históricos. Desde la generación partisana, la época dorada (zlatno doba), a las víctimas de la transición, entre el mundo rural y la elite urbana, resulta complicado reunir tantas dimensiones en un solo cuadro cinematográfico cuando de lo que se trata es de entender la Serbia actual. Esta es una selección posible, pero hay muchas más.
Skupljači perja (1967). Entre el “antifascismo” y el “no-alineamiento”, no todo en Yugoslavia era bonhomía. El movimiento Ola negra nos lo demuestra a través de integrantes como Dušan Makavejev, Živojin Pavlović o Želimir Žilnik. Las vivencias de un vendedor de plumas de origen gitano demuestra que en Yugoslavia no solo había riqueza multiétnica, sino también barro, grescas y estratos sociales. El entusiasmo yugoslavo también tenía sus reversos. En este caso fue Aleksandar Petrović -gran impulsor del nuevo cine yugoslavo con Dvoje(1961)– el encargado de mostrarlo. Retratista.
Ko to tamo peva? (1980). Un viaje en autobús desde el pueblo a Belgrado sigue siendo un relato común de nuestros días. Dušan Kovačević muestra como paradigma una Serbia rural, de convicciones firmes, pudorosa y efusiva pero, también, cínica y moralista. Una reivindicación del costumbrismo con aroma a aguardiente, cebolleta y carne a la brasa. Por supuesto, con final trágico (la invasión nazi), como es de recibo en la gran tragicomedia balcánica. Desternillante.
Majstori, majstori (1980). “Mira lo que ha hecho la escuela con este hombre”. Pocos directores supieron revelar la crisis de valores yugoslava como Goran Marković. La denuncia de abusos sexuales en una escuela y la fecha de jubilación de una trabajadora destapan las desavenencias internas, la corrupción rampante, la desmotivación de los empleados y las relaciones de dominación dentro de la jerarquía yugoslava. Mlad i zdrav kao ruža (1971), Nacionalna klasa (1979) o Kako sam sistematski uništen od idiota (1983) van mostrando también las fugas ideológicas y morales del sistema. Mordaz.
Jagode u grlu (1985). Suena a melancolía, suena la banda de gitanos con “Sobre la juventud”. La primera generación nacida en la pujante Yugoslavia socialista siente que sus sueños no se han cumplido. Srđan Karanović pone cara a la decepción. El escenario, un splav (restaurante flotante), donde las frustraciones entran en ebullición. Dolorosa.
Kako je propao rokenrol (1989). No solo fue el sexto centenario de la batalla de Kosovo (1389), sino los años de la quiebra más efervescente entre el mundo rural y el mundo urbano, entre el rock and roll, la cultura kitsch y la música turbofolk. Dos energías que todavía están por conciliarse en Serbia. 20 años después, Život i srmt porno bande (2009) siguió reproduciendo estas contradicciones de manera más radical, más violenta… pero eso sí, ya en el bosque. Metafórica.
Tri karte za Holivud (1993). “Este pueblo es enemigo del Estado”. Parodia de la jerarquía burocrática de la época yugoslava. Entre el mundo no alineado, los restos del periodo del Infobiro, la idealización de Occidente y la sombra alargada del legado de Tito. Los dogmatismos no solo llegan a los cuadros más altos. La huella en terreno serbio de la pisada yugoslava. Tragicómica.
Ubistvo sa predumišljajem (1995). Las conexiones entre la Segunda Guerra Mundial (1941-1945) y el fin de Yugoslavia (1992) se reactivan a través de una nieta y su abuela. Las agonías de la sociedad se manifiestan a más niveles. Dnevnik uvreda 1993 (1994) y Tamna je noć (1995) cubren el espectro como tristes documentos de los biorritmos locales ante el anarquismo social, las guerras, la gran inflación del 93, las sanciones y el desconcierto generalizado de comienzo de los 90. Testimonial.
Underground (1995). Cine y catarsis con el inconfundible sello de Emir Kusturica. Firmeza ante la vida, hospitalidad al enemigo, lealtad a los amigos y la rakija entre los dedos. Todo con convicción aunque luego la vida los condene (inat). Banda sonora a cada tropiezo, sin renunciar a la comida encima de la mesa, incluso aunque caigan las bombas. Nervio balcánico. Desbordante.
Dupe od mramora (1995). Las calles son oscuras para la difunta Merlinka: la vanguardia del travestismo en la región y hoy imagen del colectivo LGTBIQ -de nuevo de actualidad a través del éxito comercial Parada (2011)-. En los peores momentos, Želimir Žilnik con Merlinka alumbraron una Serbia desinhibida y gamberra. Una defensa de las complejidades culturales, frente a la colectivización identitaria que imponía el nacionalismo, las guerras de secesión y las sanciones internacionales en los 90. Reivindicativa.
Lepa sela lepo gore (1996). “¿Sabes que somos la nación más antigua? Cuando un alemán, un inglés y un americano comían cerdo con los dedos, nosotros lo hacíamos con tenedor”. Basada en hechos reales. Un grupo de soldados serbios queda encerrado en una cueva rodeado por el enemigo. Una lectura histriónica y caricaturesca de las guerras de secesión, de las relaciones con las otras naciones y de la propia nación serbia. Satírica.
Bure baruta (1997). Carrusel vertiginoso. Un viaje de no retorno, sin negociaciones ni deliberaciones. Una glorificación del carácter local en sus actitudes más extremas. Goran Paskaljević pone el dedo en la llaga en torno a la violencia externa, pero también en torno las constricciones internas. Disecciona la maldad local en todas sus vertientes. Turbadora.
Rane (1998). “¿Abuela, te degollaron o no?”. Crónica de la Serbia subcultural. Exaltación de los dizelaši (chándal, cadenas de oro, talante provincial, turbofolk…). Un cóctel de Volkswagen Golf 2, estética kitsch, tráfico de drogas, revólveres y cementerios. Representación de un tiempo patibulario que se fue dilatando en el tiempo hacia otras formas de violencia como la de los hooligans, los grupos mafiosos o las conexiones criminales con el Estado. A todo gas. Acelerada.
Nebeska udica (2000). “¿Sabes cuándo te conviertes en un verdadero campeón? Cuando sales en el momento más difícil y ganas”. Dicen muchos serbios que nunca fueron más humillados que durante los bombardeos de la OTAN (1999) pero, también, que nunca se sintieron más unidos. Baloncesto ante la adversidad. Emotiva.
Profesionalac (2003). La Yugo-Serbia de los omnipotentes servicios de seguridad, la crisis de la burocracia y la oposición a Slobodan Milošević entran en escena. Pero, más allá de eso, está la importancia del espionaje como fenómeno en la sociedad local. Tal vez Balkanski špijun (1984) sea mejor referencia, pero la intromisión en la vida privada sigue siendo un tema actual. Arquetípica.
Kad porastem biću kengur (2004). “¡Venga Tarzán!, ¿entras o no entras?”. La favorita entre la juventud local, tal vez porque refleje a través del barrio belgradense de Voždovac la propia existencia. Camaradería, un domingo tedioso, cervezas, zapatillas, una casa de apuestas y, todo, frente al televisor. El envés serbio y mucho más modesto de la gran comedia yugoslava ligera y no tan ligera: Sjećaš li se, Dolly Bell? (1981), Maratonci trče počasni krug (1982), Varljivo Leto 68´ (1984) o Tito i ja (1992). Cercana.
Hadersfild (2007). La llegada de Igor desde Inglaterra pone encima de la mesa el significado del triunfo para tres hermanos. A pecho descubierto crítica la falta de autocrítica y empatía social, pero también el letargo al que se entrega una parte de la población. Dečko koji obećava (1981), Oktoberfest (1987), Zaboravljeni (1988)y Mi nismo anđeli (1992) ya habían ido adelantando la crisis de valores e identidad de las generaciones yugo-serbias. “Mi amor era una catedral. Hoy no hay ruina más bella”. Abandonarse, barnizarlo de independencia, resignación o nacionalismo es la opción más cómoda. Y, sin embargo, todos necesitamos a alguien. Penetrante.
Tilva roš (2010). A Nikola Ležaić se le ocurrió después de ver un jackass local, hecho por unos skaters (grupo Kolos) de Bor, grabar una película con sus vidas como argumento y la crisis minera de la ciudad como escenario. Se aleja de Belgrado, del nacionalismo, los clichés étnicos, Yugoslavia o la crisis de identidad. Nuevas perspectivas con la misma voluntad de innovar de la recién estrenada Neposlušni (2014). Refrescante.
Smrt čoveka na Balkanu (2012). “5000 euros un ataúd, ¿pero de qué vas?”. Un suicidio delante de una cámara abre paso a la grabación del esperpento. El uso interesado de las relaciones personales, el oportunismo y el recurso al codexcultural para obtener favores son una representación grotesca y distorsionada de la realidad, pero también una imagen cabal de las diversas caras que adopta la deshonestidad cuando de lo que se trata es de cuestionar a la propia sociedad serbia. Ácida.
Klip (2012). “Mamá, ¿no sabes qué papelón que otros me tengan que invitar?”. Fotografía de una chica desnortada, huyendo de sí misma y entregada a las pasiones sexuales con su teléfono móvil. Recargada, no deja de identificar el paternalismo autoinculpado de la generación yugoslava frente al desorden de valores de las nuevas generaciones. ¿Cómo resolver los desafíos del presente con las herramientas del pasado? Desesperanzadora.
Krugovi (2013). La historia real de Srđan Aleksić sirve como inspiración para reclamar la humanidad como principio espiritual. Asesinado en Trebinje, a manos de los suyos, Aleksić entregó su vida para salvar la de un amigo musulmán. A partir de ahí, se desencadena toda una suerte de fatalidades. “Cuando tiras una piedra al río se provocan varias ondas”. Depende de quién lance la piedra, depende de a quién le caiga la piedra. A veces el perdón se convierte en la mejor venganza. Moral.
Grandes actores, excelentes historias y un país que ofrece mil prismas. Probablemente el cine yugoslavo y el cine serbio, como el balcánico en general, sean un grato descubrimiento para aquellos cinéfilos que todavía no se hayan acercado a él. Cualquier lista se quedaría corta.