“Los más prominentes activistas pro democracia” de la revolución egipcia “están entre rejas, condenados o en espera de juicio militar”. El politólogo y profesor de la Universidad del Cairo, Hassan Nafaa se muestra así de tajante sobre la situación política que vive Egipto. Para él, el golpe de estado militar del pasado junio es una estrategia “en favor de una red antiguamente vinculada al régimen de Hosni Mubarak”. En definitiva, un golpe “contrarrevolucionario” vestido de democracia para retornar a la dictadura que asoló Egipto durante 30 años. Y el último referéndum constitucional confirma sus sospechas.
La revolución egipcia, aquella que tantas portadas ocupó hace casi tres años y que acabó con la caída del dictador Mubarak; la misma que convirtió la plaza Tahrir en el epicentro de las protestas alrededor del mundo e inspiró grandes movimientos como el 15-M u Occupy Wall Street; la que demostró que las redes sociales pueden ser, además de una mera distracción tecnológica, un arma para la libertad de expresión y allanar el camino hacia la democracia; la revolución que quitó el poder a un dictador lo entrega ahora, quizás exhausta de cansancio, al incansable Ejército.
El golpe militar que derrocó a Mohamed Morsi el pasado junio dio paso a una etapa focalizada en la política de desprestigio hacia los Hermanos Musulmanes -declarados por el régimen como grupo terrorista el mes pasado-. Y también a una nueva Constitución que, si bien recoge la libertad de expresión frente al intento de los Hermanos de introducir la sharia, también legitima la actuación del Ejército. Por otro lado, el texto no se detiene en asuntos primordiales como el modelo social y la economía, en un país con un 26% de pobreza y un 13% de paro y que tras el golpe se ha ido recuperando de la huida masiva de inversores extranjeros durante la era Morsi.
Sea como fuere, el referéndum constitucional ha sido aprobado con más del 98% de los votos, bajo la promesa militar de unas elecciones parlamentarias y presidenciales en 2014. Pero algunos, como Nafaa, se negaron a participar en la votación, que le recuerda a la era Mubarak al considerar “irónico” que la Carta Magna “habla de libertad de expresión, mientras que los que dijeron que no (en Tahrir) están ahora en la cárcel”. Además, varios medios internacionales subrayaron la ausencia de jóvenes en las colas de los colegios electorales. La teoría de un intento de retorno a la era Mubarak tiene sentido, teniendo en cuenta que el general golpista y actual ministro de Defensa Abdel Fatah al Sisi podría estarse postulando como candidato a las elecciones presidenciales, tal como él mismo manifestó recientemente.
A pesar de la campaña de desprestigio lanzada por los militares, los Hermanos Musulmanes continúan teniendo el tradicional apoyo de una importante masa social, especialmente en el ámbito rural y humilde, mayoritario en Egipto. Por lo tanto, devolverlos a la clandestinidad supone un nuevo claro ataque a la democracia egipcia.
Al margen del resultado del referéndum, no hay que olvidar que el país vive bajo un régimen militar sin proyecto, consecuencia de un golpe de estado, y que Al Sisi no es Naser ni se le parece, por mucha campaña de imagen que se haga a su alrededor. Teniendo en cuenta la posible baza del general golpista, esta Constitución no garantiza la democracia, en la que no hay un proyecto social claro, ni económico, ni político. Al menos por el momento. Quizás lo que sí existe es un gran peligro para un Egipto cansado de turbulencias políticas e inestabilidad, bajo la sombra del incansable faraón autoritario.
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Foto de portada: Paracaidista de las Fuerzas Armadas de Egipto, durante un ejercicio conjunto del Ejército de Estados Unidos y otros cuatro países, en Fort Bragg, Carolina del Norte. (Foto: Myke Prior)
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