Sunday, February 24, 2013

PALABRA DE FRONTERA

Recientemente fallecido tras una larga serie de padecimientos que llevó con bastante humor, Eugenio Trías (Barcelona, 1942) es el único pensador de habla hispana que ha recibido el Premio Internacional Friedrich Nietzsche, algo así como el equivalente al Nobel de Filosofía. Tomemos este dato como vago índice del valor intelectual de un pensador que ha publicado cerca de cuarenta libros, algunos de ellos muy premiados y con varias ediciones. Valga todo esto como somera presentación de un pensador que en una nación normal no necesitaría presentación. Es lamentable tener que decir que es ahora, en la muerte, algo muy típico de esta bendita España, cuando Eugenio Trías puede alcanzar el reconocimiento que merece. A falta de fe en el presente, de coraje para apostar por sus líneas de fuerza, somos una cultura de homenajes, funerales y aniversarios. De manera que buena parte de los que le ignoraron en vida, se sumarán ahora a toda clase de eventos. Y está bien, es mejor que nada. Por lo que sabemos, Agustín García Calvo no ha siquiera gozado de este dudoso privilegio post morten. “Nada inhumano nos es ajeno”. Posiblemente Trías esté más emparentado con Unamuno y Nietzsche que con Ortega y Husserl. Más próximo finalmente a la figura del pensador-viajero, que ama el espíritu de la geografía y sus líneas de sombra, que a la del pensador-profesor. De cualquier modo, lejos de Heidegger y de Nietzsche en cuanto a la relación con el pasado, Trías ha buscado siempre arraigarse en una tradición para introducir en ella su diferencia. Como si entendiera que la emancipación reside en un uso libre del pasado, más que en su denegación. Ser moderno sería un rodeo, una modificación que opera en una herencia que siempre nos oprime con su inercia. Frente a esta fatalidad, Eugenio Trías nunca ha creído en los atajos, en los enfrentamientos en bloque, ese particularismo tan español que busca vías rápidas para simplificar la complejidad del horizonte. Posiblemente esta inteligencia flexible le facilitó su labor de agitación cultural bajo la dictadura de Franco. Como filósofo, Trías ha manifestado un marchamo personal muy poco maniqueo. Desde sus comienzos ensaya un proyecto intelectual que oriente en el dédalo contemporáneo, usando el pensamiento como brújula primaria para atravesar la complejidad y dar cuenta de ella. Debido a esta intensa vivencia de lo común, una comunidad externa a lo que llamamos “cultura”, Eugenio Trías parece seguir desde el comienzo el imperativo délfico y socrático de conocerse a sí mismo: experimenta tus límites, nada es sin medida. Este adagio pronto se matiza con una horma nietzscheana según la cual el pasado se mueve y sigue vivo, retornando eternamente. Estamos hablando de alguien para quien el presente no es otra cosa que el esfuerzo del pasado por hacerse porvenir. Como se dice en Ciudad sobre ciudad, “los muertos todavía son”. De ahí que el imperativo pindárico, con sus ecos freudianos, matice siempre a Sócrates: Cómo se llega a ser lo que ya se es. Cómo darle forma a una sombra que precede al cuerpo. Si hubo siempre en Trías una especie de “fragancia dandy”, proviene de este pathos trágico que no nos deja, obligando una y otra vez a recomenzar. Desde ese asombro, modulado por una reflexión solitaria que se aventura en la cultura del pasado, Trías ensayó siempre una desenvuelta alianza de filosofía y literatura. La erudición sirve a una línea elemental que debe presentar una lluvia de interrogaciones radicales. Es posible que esa generosa producción filosófica vaya en proporción directa a la vivencia del silencio común que nos habita, lo cual acercaría otra vez a Trías al paseante desconocido, más que al profesor instalado. No se trata tanto de pensar en el “antes” del nacer, en el “después” del morir, cuanto en la desaparición que corroe los cuerpos, una ambigüedad espectral que atraviesa la apariencia y el semblante de las cosas. De todos modos, constituye un signo de nuestro tiempo la hostilidad periodística y social contra todo lo lento y complejo. De ahí el acoso que por todas partes se emprende contra lo singular, esa brusca emergencia de una fuerza común. El fetichismo social, compartido por derecha e izquierda, odia todo lo que se presente sin contexto, fuera de la cobertura de la circulación. Es normal que la filosofía, en lo que ésta tiene de solitaria senda inmanente, haya caído en la línea de fuego. Tanto conservadores como progresistas se turnan en el acoso a las letras en nombre de la eficacia técnica. En tal aspecto, los españoles imitamos lo peor de la cultura occidental, pero lo hacemos sin su esfuerzo industrial, desde la pereza provinciana y la molicie del turismo.

Ignacio Castro es filósofo y escritor

COMO HABITAR UNA ESPAÑA INEXISTENTE?
Gritar?
HABLAR?
Nombrar nombrar nombrar
Y como los caminos están quietos...
nos encontraremos
a pesar de, o por, caminar solos.

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