Sunday, February 03, 2013

Marx en Karl, de IGNACIO CASTRO REY

Marx en Karl | FronteraD


MARX EN KARL (Preguntas de Pablo Chacón)

1. ¿Es posible un “marxismo” sin Marx, como podría entenderse en algunos momentos de tu libro? Si es así, ¿cómo sería ese dispositivo?

En Sociedad y barbarie empleo casi siempre la palabra “marxismo” con comillas, para referirme a movimientos de resistencia de muy distinto signo y a veces con ideologías híbridas, muy ajenas a nuestra tradición ilustrada: populismos latinoamericanos que mezclan nación con metafísica y religión; movimientos autónomos europeos que mezclan radicalismo político con una especie de vieja sabiduría judeocristiana (Tiqqun); movimientos árabes que usan la cultura islámica para combatir el despotismo y la pobreza, etc. Hay actualmente mil procesos de conflicto en curso y tal vez en pocos de ellos Marx esté presente, a la cabeza del ideario de esos enfrentamientos. Precisamente la idea de “enfrentamiento”, frente por frente con un enemigo que se sitúa al otro lado, tal vez no tenga cabida si se trata de recuperar estratos de democracia real en una nación, de arrancarle porciones de poder a las castas dominantes, a veces de ideología oficialmente “progresista”. Al contrario, manteniendo un pie fuera, en una popular y casi ahistórica ambivalencia, es posible jugar con los escenarios de lo visible. Es cierto que, bajo cualquier régimen histórico, la violencia nunca debe ser excluida. Pero esto no significa necesariamente el enfrentamiento; con frecuencia es preferible la infiltración, provocar una polarización interna de las situaciones, otra inclinación de ellas. En una humanidad cristalizada por el cálculo, provocar el rubor puede ser ya una forma suficiente de violencia. Desde luego, el orbe digitalizado europeo necesita laprovocación para que ocurra algo y surja una cierta desnudez. Para en tal situacionismo molecular es importante esquivar el “frentismo” contra un enemigo satanizado, una enemistad frontal que no hará más que cosificarlo en su trinchera. Resistir en una singularidad, mantenerse como existencia cualsea (Agamben) ya es luchar. Es urgente aceptar una noción de lucha que no dependa de los grandes encuadramientos que nos ha hecho tan obedientes. El estalinismo de antaño sólo es el epítome histórico de un conductismo de masas que no ha dejado de crecer. Tal conductismo, aunque sea “marxista”, es parte del sistema, cuya economía sólo cristaliza una metafísica de lo general. Es cierto que mi libro se “encarniza” con el pensador, pero para pensarlodesde el hombre de carne y hueso. El hombre que está ahí entero a cada instante, alimentándose de su enigma mortal, de su “alienación” originaria. En este sentido, jamás he estado tan cercano y conmovido por el tormento personal de Karl, el hijo de Henrietta y Herschel. Llego a decir que Marx no cabe en Karl.

2. ¿Por qué piensas que existe, consolidada, la idea de que hay un Marx analista del capital (que sería insustituible), y un Marx historicista, redundante, infiltrado de teleología, mesiánico? Esa división, ¿tiene alguna consistencia?

No creo que el Marx analista del Capital sea insustituible. En algún momento de mi libro digo algo así como que la crítica de la economía política en Marx sigue teniendo la forma de la economía. Es el “espejo de la producción” lo que Marx no perfora, esa teleología irreversible del tiempo histórico, guiado por una ley dialéctica que nunca rompe con la comprensión lineal de las cosas. De manera que no se entiende la ley compleja que guía la vida del individuo, mucho más compleja que una simple adscripción a una dinámica “de clases”. De hecho, no hay tal Ley de la historia ni del individuo, ninguna Ley que no hunda sus raíces en la contingencia. Es la creencia en tal Ley (la ideología es creencia) la que ha convertido a la economía en una religión asfixiante y a la izquierda oficial en una alternativa que engrasa continuamente el sistema. El éxito del pensamiento de Marx se debe a una reacción defensiva contra el individualismo, esa feroz competencia que está en la base de la moderna cultura urbana. Pero una de las cosas sobre las que hay que insistir es en la idea de que la base del pensamiento de Marx, precisamente por su naturaleza reactiva, es el individualismo moderno, una concepción del hombre que es de herencia liberal, una inversión aritmética de la misma concepción insular que mantiene la economía política. Sólo a  partir de esta atomización antropológica, que Marx hereda del capitalismo, es posible la máquina de guerra del “socialismo científico”, la conexión a través del trabajo, la socialización forzosa y el Estado. Marx socializa “por fuera” a un hombre al que “proletariza” (o aliena) en su misma alma. Tal hombre sólo tiene el contexto “material” que le determina por fuera, sin ningún fondo interior desde el que tomar distancias con el contexto económico. Con esta concepción “darwinista” Marx ha sido clave para la penetración de la modernidad capitalista en América, Rusia, China, África y otros mundos. Es esteimperialismo del contexto el que hoy en Europa ahoga a la gente, haciendo muy difícil movimientos de cambio que no acaben tragados por la inercia de la alternancia.

3. Slavoj Žižek (aparte de la opinión que tengas de él) ha escrito que el leninismo es, al contrario de lo que suele creerse, un invento -retroactivo- del estalinismo. No sé cuál es tu opinión, pero según él, fue la fidelidad a Stalin de los mandos medios la que permitió que soportaran los peores momentos de la batalla de Stalingrado y también lo que permitió que fuera Stalin y no Trotsky el heredero de Lenin. La pregunta: ¿qué hubiera pensado Marx de esa transición? ¿Es posible que Marx creyera que esa zona oscura, abismal, "retratada" en el cine de Sokurov o de Tarkovsky, la sociedad sin clases -aunque sea como horizonte- pudiera abolirla?

No sé si entiendo la última parte de la pregunta. En cuanto a Stalin, en fin, no podemos ni imaginarnos lo que fue aquel horror. Pero creo que Žižek en este punto tiene parte de razón. Es muy fácil ahora hacer revisiones democráticas de aquella época, pero habría que estar allí, mientas las democracias liberales se limitaban a “dejar hacer”. De no ser por el régimen de Stalin, y la resistencia heroica del pueblo ruso, Hitler se habría tragado a Europa; incluso, tarde o temprano, a la propia Inglaterra. Resistir a un poder monstruoso no puede solamente hacerse con palabras, libros y buenos discursos. Es también en parte la historia de la resistencia al franquismo: ¿qué habríamos hecho sin la organización férrea del PCE? He sido trotskista durante años y ahora veo la versión europea de aquel movimiento, también a Trotsky, como una corriente un poco literaria que vive a expensas de que el “trabajo sucio” de resistencia lo hagan otros. Es posible que en este punto Arendt se despiste y que Sartre haya tenido bastante razón. En cuanto a la otra parte de la pregunta, no sé si entiendo: Sokurov y Tarkovsky no se han limitado, ni quizás se han centrado nunca, en una denuncia del estalinismo. Ellos dos han filmado sobre todo la cárcel que es la condición humana en el mundo moderno, por debajo de todas las ideologías, de cualquier régimen. Bajo la losa de la Unión Soviética, con una inteligencia y una generosidad muy rusas, se han infiltrado en el drama mortal de vivir. Constituye una paradoja bastante divertida, y significativa de los límites de lo político, que mucho antes del “deshielo” esos dos genios creadores hayan sobrevivido perfectamente en la URSS, aunque un poco despreciados como “formalistas”. En efecto, lo son: sin creer en ninguna teleología, se ocupan de las formas de vida que resisten a la infamia de la historia, alimentándose del vértigo de una condición mortal que es común a todos los hombres. Habiendo sido tan injusto con Feuerbach y Stirner, no sé que tipo de insultos emplearía Marx contra estos dos creadores metafísicos. Además, ¿cómo pensar después una sociedad “sin clases” cuando antes no se ha pensado en una vida común sin clase, en una lucha por vivir que es en sí misma lucha por desclasificarse?     

4. ¿A qué atribuyes la resistencia que ha provocado tu libro entre los intelectuales españoles? No me extrañaría en la órbita del PCE, pero ¿es que ya no queda ningún espíritu libertario, abierto a la incertidumbre en la península, en Europa en general, y quizá eso sea a causa del fracaso notorio de la política socialdemócrata en el continente?

Poco queda de ese espíritu libertario en nuestro continente, quizás debido también al triunfo de unas políticas socialdemócratas que siempre han jugado un papel de formidable complemento con las políticas neoliberales. Sociedad y barbarieme obligó a volver atrás para ayudar a un salto que hay que dar “hacia delante”. He prometido a mis amigos que no volvería a hacer un libro como éste, así de “crispado”, de enfrentado en bloque al universo progresista dominante, por la izquierda y por la derecha. Puedo cumplir la promesa, pues es como si Sociedad y barbarie ya hubiera ajustado cuentas con el pasado, con la sombra intocable del Padre, y uno pudiera entonces dedicarse a un presente que, antes y después de ese libro, siempre ha sido muy amplio y ajeno completamente a los diferentes “Marx”. En cuanto a tal “resistencia” de los intelectuales españoles… no sé si en mi libro es peor intentar profanar una figura intocable de nuestro santoral laico, o atreverme al universo metafísico afirmativo ajeno a nuestro cómodo nihilismo. España y Europa son hoy, a pesar de algunos signos contrarios, una tierra bastante inerte, donde pesa enormemente la tradición. Y así es también en la izquierda. Funciona una especie de catatonia anímica que, al menos en España, hace un poco indiferente todo lo que se salga de la circulación habitual, aplaudida por los medios. Me temo que el resultado es que mi libro, como algunas otras obras donde se plantea una “crítica de la crítica”, no saldrá fácilmente de círculos muy restringidos. Lo problemático de Sociedad y barbarie no es que señale insuficiencias en el marxismo, sino que se plantee precisamente “superar” la filosofía de Marx. Y esto no se hace defendiendo un “repliegue” hacia Nietzsche y Stirner, sino apostando por un salto hacia una concepción no “dialéctica”, ni nihilista, del hombre y lo real. Se acusa a la filosofía de Marx, en conjunto, de constituir un inusitadorepliegue del pensamiento. Precisamente una de las tesis a considerar es que el pensamiento de Marx se ha incrustado en la cultura del capitalismo, ha configurado incluso al capitalismocomo cultura. Esta idea, que de otro modo mantiene Tiqqun, implica al progresismo izquierdista en la gestión global del capitalismo. Escuchar esto no es fácil, tanto en la izquierda socialdemócrata como en la “radical”.

5. El Marx que piensa la revolución en las sociedades industriales, ¿se equivoca en el diagnóstico? Si se equivoca, ¿cómo explicarse el asesinato de Rosa Luxemburgo, por otra parte una leninista convencida?

No sólo es el asesinato de Luxemburgo y otros líderes. Lo significativo es que el pensamiento de Marx jamás triunfa, como Revolución, en los países industriales importantes. Relativamente pronto se convierte en un producto para la “exportación”, ayudando a estatalizar naciones atascadas en el despotismo y en el “atraso” agrario. Como si Marx, convenientemente retocado, sólo funcionase bien como ideólogo del “capitalismo estatal” frente a la barbarie del capitalismo salvaje de los dictadores. No sé si Cuba es una excepción a esto. Allí donde gobierna la inteligencia liberal del capitalismo, Marx pronto se convierte en una fuerza socialdemócrata, reformista. Entre nosotros, los ciudadanos de herencia europea que ya estamos “ultraestatalizados” (Deleuze habló de un estatismo continuo), el movimiento de emancipación debería ser hoy muy distinto al que propugna Marx. Para no ser devorados por esta economía mundial e interactiva, necesitamos volver a una noción fuerte de lo que podríamos llamarindividuación, esto es, la defensa de singularidades (sujeto, familia, vida local, movimiento social, nación) que son siemprecomunidades contingentes, en marcha. No se trata de refugiarse en el localismo o el individualismo, sino de pensar la universalidad local, el absoluto de las vidas reales. Aquí el pensamiento de Marx es un obstáculo casi militar, pues su filosofía tiene problemas hegelianos con esas “figuras del arraigo” que nos permitirían pensar la libertad como una modulación de la necesidad, no como su “superación”. La idea en Marx de la emancipación, cómplice de la metafísica triunfal en Occidente, parte de oponerla de raíz a la fatalidad natal. El capitalismo triunfa así, ayudado por el progresismo marxista, como cultura de la separación y la acumulación. Cultura de la velocidad de escape, lo único que le queda a un nihilismo que ha alienado al hombre de raíz. De lo que se puede acusar a Marx, al menos hoy, es de cambiar una acumulación por otra, pero manteniendo la cultura separadora que está en la base del capitalismo: historia/vida, conciencia/mundo, saber/poder, trabajo/existencia… Tanto el justicialismo peronista, como la caridad cristiana, como el comunitarismo musulmán y toda una amplia gama occidental de populismos juveniles, han intentado perforar el nihilismo feroz de esa cultura, tanto en su versión liberal como socialista.

6. Finalmente, quisiera que escribieras una pequeña reflexión sobre América latina en el nuevo escenario global (a la luz incluso de la incomprensión que manifiesta Marx), y cómo China puede alterar el orden global en arreglo a su estatuto de acreedor e inversor, sostenida en dos axiomas de lejana tradición jacobina: el partido único y la economía de mercado centralizada.

Que haya varios poderosos, aunque todos ellos sean temibles, no puede dejar de ayudar a las naciones del sur americano. En tal sentido, China y las potencias emergentes no dejan de representar una oportunidad de frenar al poderoso vecino de un Norte que siempre ha entendido a Latinoamérica como su patio trasero o su jardín delantero. Nos es que los chinos sean intrínsecamente mejores, pero sus intereses estratégicos pueden ser utilizados por la resistencia al imperio nivelador, eso es todo. Cada nación debe tener claro que hoy no existen modelos. Cada una debe jugar sus propias cartas, ejercer su propia fuerza, y tejer desde ella su tablero de alianzas. De ahí que nos parezcan atinadas las palabras de Carlos Fuentes cuando, enla Introducción de El espejo enterrado, afirma buscar “la continuidad cultural que pueda informar y trascender la desunión económica y la fragmentación política del mundo hispánico”. El descuido de este espejo empañado que es la cultura hispana no es sólo un error histórico que otras culturas no han cometido, sino también una lesión a la integridad cultural -en España, casi territorial- de cada una de sus naciones. La gran ventaja hispana es el humor de su experiencia trágica, una fresca memoria del peligro que es la historia. Según el Ortega y Gasset de España invertebrada, se trata de “la insólita capacidad de sentirse, en plena salud, agonizante y, por lo mismo, siempre dispuesto a renacer”. En palabras de Fuentes: “España y la América española nunca se han engañado al respecto. Siempre hemos mantenido vivo el margen de lo trágico. La advertencia de Nietzsche -la felicidad y la historia rara vez coinciden- es parte de la experiencia carnal del mundo español e hispanoamericano”. Me parece una sabiduría política importante, no ajena a los movimientos y los personajes que han cambiado la historia en el sur. Por ser del todo incorrecto, diría que Juan de la Cruz es tan importante como Marx en la resistencia política y cultural del continente sudamericano.

7. Última: ¿qué opinión te merecen las declaraciones de Peter Sloterdijk sobre la dictadura de los impuestos?

Sigo poco a Sloterdijk y no conozco esas declaraciones. Pero no es un secreto para nadie que en Europa las poblaciones, sobre todo del sur, viven esclavas de un dictado macroeconómico dirigido por expertos que viven aparte y no hablan ningún idioma conocido, aunque se expresen en inglés. Esa imagen “flotante” de la casta que nos somete es reflejo de un nivel de vida tambiénflotante, literalmente incomprensible para el ciudadano medio. Se trata también de un nivel de corrupción impune, pues la ley y la cultura que les ampara es como ellos. Lo señalaba Arendt hace sesenta años, pero la paradoja de unas democracias dirigidas por una secta esotérica no ha dejado de agravarse. La “presión de los mercados”, la “dictadura de los impuestos”, la “oscilación bursátil”, la “deslocalización”… son todos ellos eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre. Una violencia inusitada, la de la macroeconomía, se abate sobre la gente de a pie. Y no hace falta ser marxista para reconocer que las naciones europeas que viven bien lo hacen a costa de otras, a veces no muy lejanas, a las que explotan. Como diría Baudrillard, “todo lo malo que le pase a esa cultura me parece bien”. Aunque, francamente, no creo que Europa pueda luchar sola contra una metafísica reactiva que ha nacido de sus entrañas. Necesitamos la energía de todas las culturas exteriores que resisten a la economía del nihilismo.




(Breve crónica de un suicidio a plazos)

Por una vía u otra, Europa intenta desde hace tiempo una solución numérica, americana. Para más señas, estadounidense: estrellas y barras, aislar y federar. Aunque a las estrellas, claro está, la UE quiera darles un aspecto más humano, más circular que geométrico. No es casual que la idea de la Comunidad Europeabrote del desastre de la Segunda Guerra y del auge de la Guerra Fría. Es decir, de una dirección norteamericana. “Todos somos berlineses”, dice Kennedy en 1963: Europa como barrera ante un imperio del Este que llega hasta Cuba.

Veamos. ¿Qué puede significar que el origen de Europa, Grecia, esté hoy en el punto de mira? Que el Sur está en el punto de mira, esto es, que lo está el Mediterráneo como sincretismo donde convergen muy distintas culturas y razas, creando el espacio común de una “cultura de los sentidos” (Weber). El sur piensa, vive y obra según la percepción, la presencia sensible. Según lo vivido, lo visto y oído: es esto lo que debe acabarse.

Ya sólo la estética que brota de esa ancestral cultura sensible no tiene nada que ver con la actual separación económica que insulariza a cada ser humano, separándolo de sus comunidades locales y de su entorno terrenal. La esencia de la economía no es económica; tampoco ideológica. El capitalismo laico es sobre todo una nueva religión triunfal, un integrismo de la separación. Cada hombre, un voto: cada minuto, una ocupación, un dígito, una imagen. Nos salva, bajo cualquier ideología, una cronología de la producción.

La vida real, local, debe ser recortada por la movilización total, como ya algunos visionarios avanzaron en los años 20. Ya solamente vivir, despreocupadamente, es hoy un pecado para la religión que vino del Norte, esta magia blanca de la economía. Ni siquiera Marx es ajeno a esta ofensiva puritana que debe acabar con la “pereza” y las alucinaciones del Sur, incluso en la misma Alemania.

Se trata de una operación de neutralización sin precedentes, pues debe conseguir que los individuos sepulten en lo privado sus sueños (sueños que, por esa misma clandestinidad, serán cada vez más patológicos). Se trata también de que los países del sur conviertan en turística su singularidad, sus paisajes, sus costumbres y sus vinos. De ahí la catatonia del actual ciudadano medio europeo, subloomización, pues está exiliado de sus raíces in situ. La depresión y el suicidio son en Francia un “problema nacional”. Pero nos libra de otras variantes del trastorno bipolar el hecho de que, a diferencia de Texas, entre nosotros no circulen las armas. Así, la gente desaparece lentamente.

En tal mutilación anímica, se debe cercenar en nosotros todo lo que sea origen, una fatalidad natal de la que nuestra libertad debe despegar. Naturalmente, este integrismo tiene expresiones geográficas. Ni Irlanda ni Rusia; tampoco Inglaterra, Italia y España se salvarán de esta sospecha que debe recorrer los bordes asilvestrados del geométrico imperio que tiene su sede en Bonn. Aunque quizás el gran fantasma europeo sea África, ese “anti-piso muestra” recorrido por las matanzas, el terrorismo, el sida y las nuevas plagas bíblicas con las que nos ocupa el orden informativo que acompaña al político.

El colmo de las paradojas es que la cándida España se apunte entusiasmada a este dispositivo que debe clonarnos. Bien es cierto que nosotros tenemos un problema adicional que nunca han tenido Italia o Marruecos: fuera del folclore, odiamos nuestro ser, nos avergonzamos de nuestra diferencia (en tal sentido, una guerra civil larvada jamás terminará entre nosotros). De ahí la maravillosa frase, hace ya diez años, de un intelectual de la talla de Solana: “Por fin hemos dejado de ser españoles”.

De ahí que hayamos depositado nuestro destino en la burocracia de Bruselas, sin entender que cuando Europa es algo no degradante (tal vez para Francia y Alemania) lo es a partir de la soledad de cada nación, del ejercicio de fuerza que realiza. En este punto, la sabiduría inglesa siempre ha sido envidiable.

¿Resultado de la ilusión española? Una constelación de síndromes, todos ellos preocupantes. Primero, como decía Ortega hace casi cien años, abandonamos toda aventura exterior. La más importante de ellas, ese universo de quinientos millones de almas hispanas. Segundo, al perder el coraje para el exterior, crispamos el interior hasta el límite: duplicando la furia ideológica, los partidismos locales y regionales, las instancias administrativas, la burbuja turística e inmobiliaria, la casquería nacional del cotilleo... Frente a la simplicidad de lo primario (tierra, nación, esfuerzo, creatividad, industria) nos hemos refugiado en la burbuja de lo terciario y complejo. Burbuja intrínsecamente corrupta si le falta un suelo.

La corrupción está servida en un país donde medio mundo quiere medrar sin generar riqueza. Dicho sea con toda la prudencia, y otra vez al margen de las ideologías, es difícil no pensar el paro español tambiéncomo un síntoma de nuestra pasividad, de nuestra heteronomía. Nuestro índice de paro crónico comenzó en cierto modo con un “paro anímico”. Funcionarios de nosotros mismos, dependemos siempre de otro, una entidad pública o privada que nos contrate.

Finalmente, en tercer lugar, la disgregación nacional. No entendimos que sin lo primario no se puede vivir, por eso, al reprimirlo, lo primario ha regresado en formas perversas. No entendimos tampoco que sin agricultura e industria, sin nación, cultura y creencias no se puede vivir. El último corolario de esto es que las culturas hispanas laboriosas y pegadas a la tierra, no sólo los vascos y los catalanes, se aferran a su propia versión de lo primario, que no odian. De ahí el consiguiente razonamiento, que nunca se hará expreso: si España renuncia a sí misma, a su unilateral tarea exterior, para disolverse en la economía europea, nosotros preferimos “insularizarnos” por nuestra cuenta, como nación que debe conservar sus características culturales y ejercer su fuerza en Europa. Catalanes y vascos han entendido mejor de qué manera implacable funciona Europa que el resto de los españoles.

No es un problema de ideología. Al menos para los países periféricos, Europa es la coordinación de la dispersión, la organización sonriente de la humillación “terciaria”. Es normal que Inglaterra se resista.

La bonanza económica, y un dinero europeo que siempre estuvo envenenado, han subvencionado nuestro desarraigo y deslocalización nacional. Nos ha endeudado con sonriente facilidad, tapando durante décadas el castillo de naipes del “milagro” español. Ahora que el espejismo del bienestar ha desaparecido, nos va a costar recuperarnos y despertar de este sueño de dependencia.


Ignacio Castro Rey. Madrid, 26 de enero de 2013

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