Thursday, December 13, 2012

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DIEGO A. MANRIQUE
Ravi Shankar, que murió ayer martes en San Diego (California) disfrutó de una vida plena. Sus 92 años fueron lo bastante intensos para justificar dos autobiografías (My music, my life y Raga mala), donde explicaba cómo amplió los límites de la tradición musical que encarnaba, aplicando sus poderes al cine, el teatro y el ballet, aparte de abrirse a experimentos internacionalistas.

"Aunque la operación fue exitosa, la recuperación resultó demasiado difícil para el músico", han informado en un comunicado conjunto la fundación que lleva su nombre y su sello discográfico East Meets West Music. El artista tenía su domicilio en el sur de California aunque mantenía también residencias en India. El primer ministro indio, Manmohan Singh, ha expresado su tristeza y ha dicho que con su muerte se pierde "un tesoro nacional y un embajador global de la herencia cultural de India".

Ningún otro músico clásico tuvo tanta influencia en la evolución del pop. Es posible que Segovia despertara idéntica veneración entre los guitarristas de los sesenta pero don Andrés no se mezcló con los melenudos. Ravi lo hizo, aún a sabiendas del riesgo de trivialización. Se recuerda su humor punzante en el Madison Square Garden neoyorquino, en agosto de 1971. Se celebraba el benéfico Concert for Bangladesh, que partía de una idea suya. Iba a tocar un jugalbandi, un dueto con el prodigioso Ali Akbar Khan y su sarod. Según la costumbre, afinaron sobre el escenario. Les respondió un aplauso general. Ravi advirtió al público: "Si apreciáis tanto la afinación, espero que disfrutéis aún más con la música".

Ravi conservaba prejuicios de su casta y deploraba el uso de drogas y la promiscuidad de los 'hippies'
No funcionaba como gurú contracultural. De hecho, Ravi conservaba prejuicios de su casta y deploraba el uso de drogas y la promiscuidad de los hippies. Aunque él mismo se benefició de la tolerancia ambiental de los setenta, como se supo al triunfar Norah Jones y revelarse que era hija de Shankar y de una promotora estadounidense.

En realidad, Ravi tenía todas las credenciales para ejercer de embajador cultural. En los años treinta había recorrido Europa como parte del grupo de baile de su hermano Uday. Cumplidos los 18 años, se sumergió en el estudio del complejo sitar. Se benefició del resurgimiento cultural que siguió a la independencia, funcionando como director musical de All India Radio y confeccionando banda sonoras para películas de Satyajit Ray.

Como Ray, formaba parte del arte indio exportable. Participaba en giras patrocinadas por el Gobierno de Nueva Delhi. A mediados de los sesenta, actuaba en Madrid bajo los auspicios de la Embajada (ante un público tan escaso como entusiasta). Para entonces, ya había conocido al músico pop que le convertiría en un icono global similar a Ghandi o Tagore.

La música debía satisfacer las necesidades emocionales, espirituales, mentales y físicas
El publicista fue George Harrison, el más insatisfecho de The Beatles. Puede que siguiera la pista de los californianos Byrds pero Harrison tuvo un acceso privilegiado al maestro: en compañía de Ali Abkar, ofreció un concierto privado para John Lennon, Ringo Starr y el propio George. En 1966, Shankar le dio clases, advirtiéndole que no eran más que rudimentos, que el verdadero dominio del sitar requería años de estudio. El discípulo no estaba tan comprometido pero sí aceptó los consejos de Ravi para internarse en las creencias hinduístas.

'Raga-rock'

El poder de irradiación de The Beatles hizo el resto: se materializó incluso un híbrido llamado raga rock. Shankar se horrorizó igualmente ante un invento como la guitarra-sitar, que imitaba la tímbrica de su instrumento. Pero también entendía que el modo de vida occidental estaba reñido con el desarrollo de sus largas ragas. Él mismo había grabado placas de pizarra y había interiorizado la posibilidad de recortar su arte en concentrados de tres minutos.

No menor fue su ascendiente sobre la vanguardia del jazz, entonces interesada por las religiones orientales. En 1965, John Coltrane bautizaría Ravi a su hijo, hoy también saxofonista. Fascinó igualmente a muchos minimalistas; con Philip Glass grabaría Pasajes, en 1990. Siempre estaba abierto a colaboraciones insólitas, como Inside the Kremlin (1988), con una orquesta y un coro rusos.

Consciente de su situación de intermediario entre dos mundos, Shankar manifestaba un aliento didáctico frente a cualquier micrófono. Aclaraba la estructura de las ragas, diferenciaba entre la escuela indostánica del Norte (la suya) y la del Sur de India, puntualizaba su preferencia personal por el toque gayaki (cantarín). Su filosofía subyacente se resumía en la metáfora de "la casa con cuatro habitaciones": la música debía satisfacer las necesidades emocionales, espirituales, mentales y físicas de todos los implicados en el proceso.

Harrison se mantuvo como principal difusor de las virtudes de Shankar pero el sitarista se sentía más cómodo al lado de colegas de formación clásica. Con el violinista Yehudi Menuhin realizó los populares elepés West meets East (1966-7). André Previn dirigió a la sinfónica de Londres en su Concerto for sitar and orchestra (1970), el primero de varios. Jean-Pierre Rampal, Bud Shank o Zubin Mehta también se beneficiaron de su apasionado discurso instrumental.

Aunque sufría problemas cardiacos desde los años setenta, apenas disminuyó su carga de trabajo. Recibió una oleada de honores y premios, sin renunciar a los conciertos o las labores de la Ravi Shankar Foundation. Guió los pasos de su hija menor, Anoushka Shankar, una sitarista igualmente atraída por el diálogo intercultural. Ella también realizó un cariñoso retrato de Ravi en el libro Bapi: love of my life.

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