ENTREVISTA
GONZALO ABRIL
Catedrático de Teoría de la Información, ensayista y escritor
«Los medios de comunicación son el aparato logístico central del nuevo totalitarismo»
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«El PP y su presidente se preocupan más de Operación Triunfo o de Hotel Glam que de los informativos»
«Para pensar utópicamente el futuro no necesitamos información, sino inteligencia crítica»
«‘Detrás de estos pasamontañas estamos ustedes’, decían los zapatistas. Esa frase, que podría ser de Lévinas, resume una po-ética de la metamorfosis»
Por ELOISA OTERO
(Publicada en Diario de Valladolid-El Mundo,
el 10 de Julio de 2003)
VALLADOLID.– Gonzalo Abril (Palencia, 1951), doctor en Filosofía y catedrático de Teoría de la Información en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, lleva más de 20 años trabajando sobre los textos informativos y/o visuales de la modernidad tratando de aunar, desde una perspectiva crítica, la aproximación semiótica y el análisis cultural –en definitiva, investigando la información como «forma cultural»–. Su último libro, Presunciones II, aparece publicado por la Junta de Castilla y León y está fechado en Urueña, donde este profesor (también es músico y escritor) ha rehabilitado la casa paterna y pasa allí largas temporadas.
Incluye Abril en su último libro una selección de diez ensayos sobre comunicación y cultura escritos desde 1988 (fecha en que aparecieron las primeras Presunciones, también publicadas por la Junta) hasta hoy. En breve aparecerá en Cátedra otro libro suyo, Cortar y pegar. La fragmentación visual en los orígenes del texto informativo.
–Usted reivindica en ‘Presunciones II’ el terreno estratégico del pensamiento sobre la comunicación. ¿Por qué cada vez es más difícil desarrollar un pensamiento crítico?
–La cultura única que se nos ha impuesto en estos últimos años, la cultura de la globalización neoliberal es una cultura de la exclusión y niega fanáticamente la posibilidad del cambio. También en el terreno de la comunicación: excluye las formas de pensamiento, de conocimiento y de comunicación «no informativas» (y por tanto no mercantilizables), y niega la posibilidad de formas diferentes de pensar, conocer y comunicarse.
–¿Cuál es la información que se necesitaría para pensar no sólo el presente, sino también el futuro?
–Para pensar utópicamente el futuro, lo que «todavía no es» (una expression de Bloch), pero también lo que «ya sí está» activando el futuro en el presente, no necesitamos información, ni más ni menos información. Necesitamos otra cosa: necesitamos inteligencia, inteligencia crítica como la de los cuentos tradicionales, como la de los nuevos activistas narrativos y poéticos (desde Wu Ming hasta una parte del movimiento hip-hop), como la del periodismo alternativo de los Indymedia, como la inteligencia visual que se ha desplegado horizontalmente en la red contra el propagandismo fascista del bando de la guerra, entre febrero y abril de este año.
–¿Cómo influyen los medios de comunicación en nuestra manera de pensar y de vivir y en eso que denominamos cultura?
–Desde hace medio siglo los medios se han transformado en la principal instancia de la producción simbólica de nuestra sociedad, por encima de las instituciones socializadoras tradicionales (escuela, familia, iglesia…), en el dispositivo central de creación de lo público, de asignación y reconocimiento de las identidades… No se puede ignorar tampoco su papel en el control sociopolítico de la población, y sobre todo en una época como ésta en que el poder mediático se concentra cada vez más y se subordina a los procesos de concentración económica y financiera global. No me parece exagerado afirmar que los medios constituyen el aparato logístico central del Nuevo totalitarismo en el que vivimos.
–¿Y cuáles son las estrategias de ese gran aparato logístico?
—Una sería la «distracción», entendida a la vez como «entretenimiento» y como «desvío de la atención». Hace casi un siglo decía el poeta y pensador Paul Valéry que la política consiste en «impedir a los ciudadanos que se ocupen de quien los mira». Hoy día los medios han conseguido que miremos a donde menos nos interesa, mientras el poder político y económico, el Estado y el Mercado, nos miran sin parar: mediante la videovigilancia, mediante la demoscopia (los estudios de opinión, las encuestas mercadotécnicas, etc.), con la telebasura que secuestra nuestra atención y toma en tiempo real las medidas de nuestro aturdimiento. En los andenes del metro de Madrid han puesto pantallas de television para que la gente ya no mire en ningún momento otra cosa que imágenes teledirigidas, olvidándose de su entorno inmediato, olvidándose de que en ese mirar hacia la pantalla lo que se ejerce de verdad es un permanente ser mirado, vigilado y medido, sin ver nada a cambio. Así las pantallas de la distracción permanente desempeñan la misma función que las cámaras de la videovigilancia. Secuestran la experiencia, roban el alma –como acertaban a decir en otro tiempo los «nativos» que se resistían a las cámaras fotográficas de los turistas–. Ahora todos somos turistas bobalicones de nuestro propio mundo y nativos con el alma hurtada por nuestras propias cámaras.
–¿Y además de la «distracción»?
–Otra operación estratégica es la «perversión del lenguaje»: se habla de «avalanchas» para referirse a los movimientos migratorios, se llama «intervenciones humanitarias» a las guerras, se califica indistintamente de «terroristas» a los combatientes de la resistencia palestina o a los miembros de Al Qaeda… La lista sería interminable. Pero hay más estrategias. Mediante la «perversion de la memoria» se consigue alterar nuestra mirada y nuestra capacidad crítica. La desmemoria planificada es la otra cara del colonialismo y de la ilusión de vivir en el «mejor de los mundos posibles» que alimentan los medios masivos.
–Uno de los temas que toca en su libro es el de los géneros ‘frívolos’ de la televisión contemporánea. ¿Qué le parecen las críticas de Aznar a la telebasura?
–Usted habrá notado que el PP y su presidente se preocupan más, para bien o para mal, de Operación Triunfo o de Hotel Glam que de los informativos. Y es que saben muy bien que esta clase de programas son los que configuran el contexto cultural, psicológico, moral, sobre el que pueden cobrar sentido y tener eficacia los telediarios (y otras muchas cosas). Mientras el PSOE dice reclamar, al menos cuando está en la oposición, la veracidad de la, así llamada, información televisiva, el PP sabe que lo importante es dosificar –ni mucho ni demasiado poco– la porfía, el escándalo, el chiste grueso, el narcisismo adolescente, la afectividad rudimentaria, la trivialidad… Hay que hacer viable un clima moral tal que el candidato Aznar pueda hacer valer la longitud de su sexo en un acto electoral, si bien en otro momento hay que ganarse a la franja puritana del electorado denunciando los excesos de Hotel Glam, los mismos que han contribuido a conformar aquel clima moral…
–¿Por qué se repite tanto que la semiótica ha pasado de moda?
–La semiótica estuvo de moda en aquella época en que grandes teóricos como Barthes o Eco la reivindicaron como una especie de psicoanálisis social. Esta orientación ha devenido banal cuando no directamente cómplice del orden político de la semiosfera en que vivimos. Pero otra semiótica es posible, más precisamente la que propugnó hace un siglo el gran filósofo norteamericano Charles Peirce, que es una semiótica de la interpretación, de la traducción, de la construcción de comunidades de sentido y de horizontes de verdad… Una semiótica más adecuada a las complejidades y a las interacciones interculturales de nuestra época.
«El reto está en la metamorfosis, en que cada uno se haga otro»
La lógica de la sospecha, las metáforas, la música de masas, las nuevas tecnologías comunicativas o los géneros «frívolos» de la televisión contemporánea son algunos de los temas que Gonzalo Abril examina en su último libro, Presunciones II.
El autor de obras como Análisis del discurso o Teoría general de la información (ambos en la editorial Cátedra) aboga por «el conocimiento sabio de los cuentos frente al conocimiento informativo de las cuentas», y recuerda que «las nuevas tecnologías comunicativas están igual de mal repartidas a nivel mundial que los alimentos o los fármacos».
–En su libro defiende, más que una ética de las identidades, una poética de las metamorfosis. ¿Podría profundizar un poco en esta reivindicación?
–Más que profundizarla, la voy a torsionar: Las éticas han sido siempre identitarias. Hasta las más abstractas, como la de Kant, que propugna en su Crítica de la Razón Práctica un sujeto universal, pero que a lo que parece en el fondo no era incompatible con el eurocentrismo e incluso el racismo que el propio Kant expresa en su Antropología. El problema mismo de la ética es ése: cómo sustentar una razón y un discurso moral no adheridos (inmoralmente, como criticaría Nietzsche) a intereses y poderes particulares. La razón emancipatoria no está libre jamás de estos peligros, y ya sabemos que históricamente se ha transformado en totalitarismo. En lugar de una ética una po-ética: quizá sea algo más que un juego de palabras, porque la poética remite a hacer, a construir. Ninguna ética formal, apriórica, como la ilustrada, tiene la capacidad de alcanzar la multiplicidad de la experiencia y del acontecer humano. Hace falta un sentido constructivo –por supuesto orientado a la universalidad, pero más como un horizonte utópico que como un presupuesto ya garantizado– de la acción. Y también un sentido metamórfico, por ejemplo en tanto que aquellos «devenires» de los que escribieron Deleuze y Guattari. El multiculturalismo liberal, a la americana: «todos convivimos, pero cada uno es muy suyo y está en su casa», sostiene la exclusión y la desigualdad. Es el modelo del apartheid dulcificado. El reto está en la metamorfosis: cada uno se hace otro, y no sólo lo tolera o dialoga benevolentemente con él. Sólo cuando afronto el desafío, en mayor o menor medida, de ser el otro, el subalterno, la mujer, el niño, la vieja, la vieja iraquí… solo entonces me sitúo en un universalismo sin trampas, en un universalismo no colonialista.
–¿Neocristianismo?
–Puede ser. En todo caso un cristianismo ateo y radical. «Detrás de estos pasamontañas estamos ustedes», decían los zapatistas. Esa frase, que podría ser de Lévinas, resume una po-ética de la metamorfosis.