Hay un país llamado Haití… ¿recuerdan?
Hay un país llamado Haití… ¿recuerdan?
Este doce de enero se cumplen dos años de aquel terrible terremoto en Haití, que dejó alrededor de 300 mil muertos, casi dos millones de personas sin techo y más de 80 mil edificios destruidos. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué Haití recogen las imágenes y las estadísticas? ¿Qué perspectivas se abrieron o cerraron para esa nación caribeña?
Según el presidente, Michel Martelly, el gobierno haitiano recibió apenas uno por ciento de los cuatro mil millones de dólares donados, es decir, menos de un centavo por cada dólar. ¿Quiénes fueron los receptores de estos fondos en su mayoría? Estimaciones de la prensa local señalan a las organizaciones no gubernamentales, gobiernos extranjeros “comprometidos” con la reconstrucción, y no podían faltar las empresas privadas, fundamentalmente de Estados Unidos. Incluso, en uno de esos esporádicos arrebatos de transparencia del Congreso norteamericano, se reconoció que de los fondos destinados a Haití, 655 millones regresaron al Departamento de Defensa y 220 millones al de Salud y Servicios Humanos.
La interrogante no es cómo se pudo llegar a este punto muerto, sino cómo se pudo esperar otro devenir. Haití fue durante siglos desangrada por las grandes potencias con la instauración de dictaduras y mecanismos económicos depredadores. Esa pequeña nación debió pagar con dinero su independencia a Francia y años después fue uno de los retratos más desgarradores de las políticas neoliberales y la deuda externa. A la primera república independiente de América Latina y el Caribe le costó tan cara su emancipación, que muchos años después terminó como el más pobre de la región.
¿Por qué alguien debió esperar otra postura de esos centros de poder? ¿Desde cuando Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña o el resto de las grandes ex metrópolis han sentido un compromiso verdadero con el destino de sus ex colonias y del Tercer Mundo? Por qué habría que esperar una posición hacia Haití diferente a la sostenida durante décadas? Otra vez la historia alumbra las mentes para entender el presente y prevenir el futuro.
En Haití hubo turismo humanitario y negocios mediáticos. Para las millones de personas que no tienen la menor idea de los grandes problemas y flagelos del mundo, fue novedoso, conmovedor e impresionante ver las calles de Puesto Príncipe llena de cadáveres bajo los escombros o a niños semidesnudos en los improvisados campamentos. Los grandes medios, como decimos en Cuba, hicieron el pan. Washington y los gobiernos europeos vieron una magnífica oportunidad para mostrarse caritativos y enmascarar su condición histórica de depredadores, mientras, algunas ONGs llenaron sus bolsillos y solucionaron sus problemas de financiamiento.
En estos dos años la ayuda real, sostenida y comprometida, provino de los países del Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). Mientras todos hicieron sus maletas, ahí se quedaron los médicos cubanos y venezolanos. Este doce de enero se recordará mucho a Haití en los medios internacionales, pero el día trece volverá a ser uno de los tantos rincones olvidados en este planeta… de eso no cabe un milímetro de dudas.
LECTURA
Haití, país de supervivientes Extractos de un libro de Manuel Rivas, Georgina Higueras y Gustavo Martín Garzo, publicado dos años después del terremoto que machacó el lugar donde viven 10 millones de personas
(...) Al extraño, desde que ha llegado, le llaman mucho la atención dos comportamientos. Uno, la hiperactividad humana cuando la realidad parece parada. Y esa otra cosa. El que nadie, o casi nadie, pida limosna en público. Tal vez es el lugar del mundo donde estaría más justificado hacerlo. Pero no. Hay mucha gente que ofrece algo. Que vende algo. Pero es muy raro encontrar a alguien, niño o adulto, que pida algo a cambio de nada. Durante días he pasado por delante de un hombre anciano, sentado en el suelo y apoyado en un muro, al final de la larga costanera de Lamartiniere, donde se ubican los gremios de los artistas del ferré decoupé, que hacen maravillas con la hojalata, y los pintores o vendedores callejeros de arte naíf.
Pregonan su mercancía, pero incluso en ese aspecto son contenidos. A las vagas promesas, el "volveré otro día", responden con un escepticismo profesional. En cuanto al hombre anciano, tiene a su lado un gran espejo con un marco sublime, de madera labrada, que ennoblece el mirar. Al amanecer y al anochecer lo lleva sobre la cabeza, así que, a su manera, transporta los astros. El extraño no se atreve a preguntar el precio por pudor. Aunque lo comprase, no podría llevárselo. Pero podría al menos preguntarle cuánto tiempo hace que transporta el espejo para venderlo. Sin duda, el espejo esconde una historia en el azogue. Una historia del terremoto. O quién sabe, la historia de Haití. Pero el extraño no lo hace, no pregunta, porque en ese momento se da cuenta de un detalle. Una mujer pasa. Se mira al espejo y deposita un gourde. Había preguntado al llegar qué se puede comprar por un gourde y le dijeron, después de dudar, que un pequeño caramelo de menta. Ahora ya sabe otra cosa que se puede comprar con la humilde moneda haitiana: verse en el espejo. Así que siempre tendrás algo a cambio, por poco que des. Una foto con un modelo del Greco. Una mirada en el mejor espejo de las Antillas.
Está la otra circunstancia en la que reparó el extraño. El andar incesante. Arqueólogos de un futuro abandonado. Así se definía el artista Robeart Smithson que, en los años sesenta, definía sus caminatas como earthworks. Su espacio preferido era la periferia de las ciudades. Allí, decía, donde se encuentran lo prehistórico y lo poshistórico. Todo Haití parece una periferia alrededor del hueco. Allí, sí, donde se encuentran los pasados y los futuros lejanos. Los haitianos avanzan "descalzos" en el caos, en el archipiélago de los escombros, pero no podría discutirles el derecho a ser los primeros. Pero los haitianos no compiten en tristeza. No están esperando a que lleguen los cronistas que registren la perseverancia de la catástrofe.
No es que lo rehúyan, el asunto de la desgracia. Lo que ocurre, quizá, es que no quieren ser engullidos por el hueco. Tal vez por eso no se detienen nunca. No hay apenas trabajo, en el sentido de empleo, pero todo el mundo hace algo. Está en movimiento. La sensación que el extraño tiene es que en Haití no solo amanece pronto, sino demasiado pronto. Y que la gente, mucha gente, incluso amanece antes que el sol. Y se ponen a andar. No paran de andar.
El extraño anota con convencimiento: "En ningún lugar del mundo se camina tanto como en Haití". Presiente que ese afán por andar es una forma de subsistencia en un doble sentido. Por una parte, se lleva algo o se va a la búsqueda de algo. Por otra, el trazado de más de 10 millones de personas al andar, en una superficie de 27.750 kilómetros cuadrados, si vemos cada andar como un hilo, como una estela, el resultado es una urdimbre que protege de las caídas en el hueco.
Ha hecho un círculo alrededor de una frase que le dijo Paola Hyppolite, 51 años, la directora de la Escuela de Cine de Jacmel: "En este país todos somos supervivientes".
Al lado del círculo que rodea la frase ha anotado un detalle que ahora, pasados los días, le sorprende: las manos de Paula están llenas de callos y de ampollas de trabajar la tierra.
Es un tercio, la parte más occidental, de la isla del Caribe Central que Colón denominó La Española. Gran parte del territorio es montañoso. Casi la mitad de las tierras están a más de 500 metros de altitud sobre el nivel del mar. Esa es su textura. La mirada tópica puede decir que la geografía es accidentada. Hay análisis que insisten en esa característica como una de las causas del atraso económico. Si las montañas son "accidentes geográficos", como nos explicaban en la escuela, entonces Haití tiene muchos accidentes. Pero si de verdad uno está delante de las montañas, sean de Haití o de Suiza, uno no piensa en esos términos. La mirada poética podría hablar de una tierra voluptuosa. Las cifras sí que se parecen más a los accidentes. En las estadísticas económicas, Haití responde a la definición que Jean Baudrillard utilizó en alguna ocasión para los países atormentados por la historia. Sería un "yacimiento catastrófico".
(...) Jhony tiene cuarenta años y se considera un "ejemplo de una de las mil caras de la desgarradora violencia" que ejercen los haitianos unos contra otros: hombres contra mujeres y mujeres contra hombres. Viejos contra jóvenes y jóvenes contra viejos. Hijos contra padres y padres contra hijos, como la que Jhony sufrió. Violencias engendradas en la madre de todas ellas: la de los gobernantes contra el pueblo y el pueblo contra los gobernantes.
"Mis padres se fueron a trabajar a Santo Domingo cuando yo tenía un año", revela Jhony. "Pero mi padre, machetero, se quiso volver y como mi madre se negaba, un día que ella se encontraba en el mercado me secuestró y me trajo de vuelta. A mis tres años me encontré de la noche a la mañana sin padres y en casa de mis abuelos campesinos, que criaban a otros diez primos".
Si Madeline considera sus años escolares como la mejor etapa de su vida y recuerda cómo presumía con sus lazos, sus coletas llenas de pasadores y cintas (entonces no había bolitas) y su uniforme, para Pierre Jhony supusieron un trauma. En un país marcado por la oposición radical de los colonos a que sus padres se alfabetizaran y por las posteriores dificultades para acceder a la educación, la escuela sigue siendo vista por la absoluta mayoría negra de los 9,7 millones de haitianos como una especie de paraíso terrenal.
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