Canek Sánchez, el nieto incómodo del Che Guevara
Canek Sánchez, el nieto incómodo del Che Guevara
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Canek Sánchez Guevara, nieto del Ché Guevara. Foto: Especial |
El 7 de octubre de 2007, en el 40 aniversario de la muerte del guerrillero Ernesto Che Guevara, el semanario Proceso publicó un suplemento especial del que reproducimos a continuación una entrevista con su nieto Canek Sánchez Guevara titulada Crítica filial, a propósito de su fallecimiento este miércoles 21 de enero.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- “La fascinación que despierta el Che tiene que ver con la rebeldía, y un rebelde bien podría oponerse a la opresión política existente en Cuba. Por desgracia, no siempre ocurre así”, dice Canek Sánchez Guevara, el mayor de los nietos del mítico guerrillero Ernesto Guevara de la Serna. Con mirada crítica, Canek aborda en entrevista con Proceso la construcción del mito sobre el Che Guevara, revisa alguna de sus tesis revolucionarias y analiza el uso político y comercial de su figura.
El Che “es un ícono pop y como tal se difunde y se consume”, pero su “simplificación no comenzó con la comercialización de su figura, sino con su canonización revolucionaria” realizada por la izquierda.
Canek Sánchez Guevara, el mayor de los nietos del Che Guevara, analiza el mito del “guerrillero heroico”. Y al hacerlo revisa críticamente dos de las tesis que éste plasmó en sus escritos: el “foquismo revolucionario” y “la construcción del Hombre Nuevo”.
Dice de la primera: “Las revoluciones no ocurren por decreto vanguardista alguno (…) No se hacen, se participa en ellas”. Y de la segunda: “Dirigir y controlar” el proceso para “crear al Hombre Nuevo” con base en “valores preestablecidos, es una idea no sólo ingenua, sino también demasiado absolutista”.
Canek es hijo mayor de Hilda Guevara Gadea, quien a su vez, fue primogénita de Ernesto Guevara. Hilda nació en la ciudad de México en febrero de 1956, fruto del primer matrimonio del guerrillero con Hilda Gadea, ciudadana peruana a quien el Che conoció cuando realizó su segundo recorrido por América Latina.
Canek nació en La Habana. Posee sin embargo la nacionalidad mexicana. Tiene 33 años. Es diseñador gráfico, escritor y editor. Vive en Oaxaca, aunque actualmente se encuentra en Europa.
Canek y su hermano menor, Camilo, vivieron las vicisitudes que la militancia de izquierda deparó a sus padres: Hilda Guevara y Alberto Sánchez, mexicano, exmiembro de la Liga de los Comunistas, quien llegó a Cuba en calidad de “asilado político” después de que en 1972 su organización secuestró un avión en el aeropuerto de Monterrey para forzar la liberación de varios de sus compañeros.
Reservado, renuente a los actos públicos y a las entrevistas, Canek aceptó responder por correo electrónico varias preguntas formuladas por Proceso a propósito del 40 aniversario de la muerte de su abuelo. En ellas aborda la construcción del mito del Che Guevara, la vigencia de sus tesis, el uso comercial y político de su figura.
Declinó, sin embargo, responder preguntas “personales”, tales como ¿qué ha significado para él ser el nieto del Che Guevara?, ¿de qué manera ha marcado su vida?, ¿qué lecciones rescata de las ideas y de la vida del mítico guerrillero?.
El mito
–Pasada la efervescencia revolucionaria ¿Por qué la imagen del Che se mantiene?
–En principio, porque el hombre siempre ha necesitado figuras trágicas para sobrellevarse a sí mismo. Nuestra necesidad de tragedia ha sido fuente de religiones e ideologías pero también de espectáculo “culto” y de entretenimiento popular: del teatro griego a Shakespeare, de Jesús al Che, pasando por telenovelas y narcocorridos, más una repasadita a los titulares de cualquier periódico o noticiero, dan una idea del catálogo. También necesitamos épica: el heroísmo en estado puro, el relato de las grandes cosas que el hombre es capaz de hacer. Sin duda, la vida y muerte de Ernesto Guevara abunda en ambos elementos.
“El Che fue un hombre consecuente con sus propias ideas, con sus valores y su estilo de vida. Vamos, de joven recorre América Latina, en México conoce a unos locos y parte con ellos en un barquito para “hacer” la revolución en un país que le resulta del todo desconocido. Para sorpresa del mundo, aquella revolución triunfa, y los jovencitos que la hicieron son ahora gobierno y, de pronto, el Che, hombre importante en el nuevo Estado. Abandona sus cargos para ir a luchar a otro país que tampoco es el suyo, donde muere fusilado por un soldado al que le tiemblan las rodillas mientras jala el gatillo. No es así como vive y muere el hombre común, de ahí que su imagen fascine.
–¿Qué circunstancias provocaron que el Che se convirtiera en mito? ¿Cómo se construyó este? ¿El mito se corresponde al hombre de carne y hueso que fue el Che?
–Todo mito se construye a partir de realidades concretas pero también es cierto que el hombre mitificado ya no puede ser el hombre “humano” que le dio origen. La izquierda redujo al Che a la categoría de “guerrillero heroico”, puro, sin tachas que luchó siempre por “un mundo mejor” —cualquier cosa que eso signifique—. La derecha, por su parte, lo conoce como “el carnicero de La Cabaña”, aludiendo a la antigua fortificación cubana del mismo nombre donde, durante los años siguientes al triunfo revolucionario, se llevaron a cabo cientos, tal vez miles de fusilamientos (muchos sin el engorroso trámite que supone el proceso judicial), siendo Ernesto Guevara jefe militar de dicha prisión.
“Ambas son reducciones del ‘todo’ que el Che fue. Y es que un hombre no puede caber en el estrecho universo de los mitos, donde –a diferencia de la realidad— todo es absolutamente bueno o absolutamente malo. Sin embargo, otra vez, en la vida y muerte del Che se encuentran todos los elementos necesarios para dar pie a una mitología. Y así ocurrió.
–40 años después de su muerte ¿son vigentes sus tesis y sus ideas? ¿La guerra de guerrillas es hoy posible? ¿Dónde quedó la construcción del hombre nuevo?
–El Che no inventó la guerra de guerrillas. Hasta se podría afirmar que antes del surgimiento de los grandes ejércitos estatales toda guerra fue, en mayor o menor grado, “guerrillera”. Pero, en lo que sí insistió mucho –y puso en práctica en Bolivia– fue en la tesis del foquismo revolucionario, que plantea que una pequeña vanguardia armada puede desencadenar una gran revolución social. Esta tesis nace de la lectura de la propia revolución cubana, donde la historia oficial nos cuenta que un pequeño grupo de hombres logró liberar al país de las garras de un tirano, cuando, otra vez, la realidad es mucho más compleja que los mitos y las leyendas.
“Las revoluciones son acontecimientos inevitables en el desarrollo de las sociedades pero no ocurren por decreto vanguardista alguno, sino por hartazgo generalizado. Las revoluciones no se planean, no obedecen a complejos organigramas y por supuesto, no se hacen. No se hace una revolución, se participa en ella”.
“Con el hombre nuevo ocurre algo similar. El hombre no es un edificio que se construye de acuerdo con un plano arquitectónico, ni es la ‘arcilla maleable’ de la que habló el Che. Desde luego, la revolución en sí misma transforma —y transforma, ante todo, a los hombres mismos: a los que participan y a los que no, a los que se quedan y a los que se van, a los que luchan y a los que fingen que la revolución no existe, a los que la aman y a los que la detestan— pero aspirar a controlar y dirigir dicha transformación para “crear” hombres y mujeres de acuerdo a una serie de valores preestablecidos es ya otra cosa. Es una idea que no sólo me parece ingenua, sino también demasiado absolutista.
Ícono pop
–La caída del Che en Bolivia fue un duro golpe para la revolución cubana. Sin embargo, su mitificación posterior ¿le ha servido a la revolución cubana? En este sentido ¿Hay un uso político del Che?.
–Sí, al grado que a veces me pregunto quién ha sido más útil al Estado cubano, si el Che mismo o su mito. La utilización de la imagen del Che en Cuba ha pasado por dos etapas fundamentales: primero, desde su muerte hasta los años 80, el Che fue utilizado como símbolo ideológico. Posteriormente, con la reaparición del capitalismo en Cuba, como mercancía. Es un símbolo irresistible, y el Estado cubano lo sabe.
“Por supuesto, aunque el Che sea un ícono en sí mismo está también indisolublemente ligado a la épica de la revolución cubana y, por tanto, a Fidel Castro. De ahí que la admiración que despierta el Che, un hombre capaz de abandonar el poder para continuar la lucha, parece trasladarse acríticamente hacia ese otro individuo que lleva 50 años ejerciendo el poder absoluto. La fascinación que despierta el Che tiene que ver con la rebeldía, y un rebelde bien podría oponerse a la opresión política existente en Cuba. Por desgracia, no siempre ocurre así. De alguna manera al régimen cubano se le disculpan algunas pequeñeces que de venir de otro gobierno (sobre todo si es el propio) resultarían inadmisibles.
–Si el Che viviera, ¿Cómo crees que vería a la Revolución Cubana?
–La verdad no tengo idea. Imaginar cómo reaccionaría un hombre al que no conocí me resulta imposible. Puedo imaginar qué pensaría un buen amigo ante una situación dada, pero no un desconocido. A estas alturas creo haber leído casi todos sus textos publicados pero aún así no puedo aventurar una opinión.
“Lo que sí sé es que la revolución era intocable para el Che y aunque llegó a ser crítico con algunos vicios y actitudes —sobre todo sociales— que se reproducían en su seno, consideraba que cualquier cuestionamiento a la revolución misma era darle armas al enemigo. Le habría parecido inaceptable la sola idea de criticar al gobierno cubano desde fuera.
“Por otra parte conviene recordar que Fidel era el político y el Che el idealista; que el Che se fue de Cuba porque
su obsesión era la revolución y necesitaba otra, mientras la obsesión de Fidel, en cambio, era y es el poder. Esta diferencia fundamental generó fricciones, como cuando el Che pronunció un largo discurso en Argel en el que acusó a la URSS de lucrar con la lucha popular al venderles armas a los movimientos de liberación nacional, en lugar de donarlas solidariamente como mandaba el internacionalismo proletario. Lo dijo, además, en pleno acercamiento cubano-soviético, costándole un buen regaño por parte del jefe.
–¿El uso comercial de la imagen del Che ayuda a conocerlo o lo desvirtúa?
–No lo sé. Vivimos en una época en la que se descubrió que la mejor manera de anular las ideas subversivas es vendiéndolas como mercancías culturales: los libros anticapitalistas ahora los encuentras en las grandes librerías (y algunos hasta son best-sellers, como No logo e Imperio) y en general, la “estética de la subversión” vende bien. Pero ya no pasa de ahí: la subversión se compra, no se ejerce.
“Es en esta categoría en la que está el Che hoy: es un ícono pop y como tal se difunde y se consume. Es una imagen que resume ideas y, sin embargo, sus escritos —ahí donde plasmó sus ideas— son bastante poco conocidos. Lo que se ‘reconoce’ es la marca, al punto de dar la impresión de que la imagen del Che es resultado de una intensa campaña publicitaria y no de la profunda épica revolucionaria que le dio origen.
“Pero también hay que ser honesto en este punto. Los capitalistas nos venden ahora el ícono del Che en cuánta chingadera se les ocurra, sí, pero fue la izquierda la que lo convirtió en un ícono. La simplificación del Che Guevara no comenzó con su comercialización, sino con su canonización revolucionaria”.