Saturday, March 23, 2013

GUERRA FRÍA EN CALIENTE Por Jordi Gracia (en EL PAIS)

Kiosko y Más


El Congreso por la Libertad de la Cultura, financiado por la CIA, no fue decisivo para neutralizar el exilio español

Benet, Caballero Bonald, Valente o Ayala comparecen en el libro de Glondys como instrumentos de la propaganda yanqui
LA GUERRA FRÍA fue el invento de dos superpotencias dispuestas a soportarse en un equilibrio de terror potencial. Para Franco fue mucho más: una garantía de estabilidad y la ratificación de haber estado siempre en el lado bueno. A Franco, por tanto, le convino hasta el final estigmatizar embusteramente como comunista cualquier movilización disidente u opositora, viniera de donde viniera.
Encuentro en Toledo del Congreso por la Libertad de la Cultura en 1965.
La paradoja empieza aquí porque hace ya muchos años que sabemos que esa es una verdad que miente. El motor más vivo de la oposición fue comunista, pero ni fue monolíticamente estable a lo largo de la dictadura, ni fue la única resistencia, ni cabe ya regatear a numerosos sectores intelectuales a lo largo de los años formas de oposición y pedagogía democrática. Interpretar esa diversa y complicada actividad desde el ángulo anticomunista desenfoca hasta la caricatura la evidencia ampliamente narrada y relatada ya en múltiples libros sobre las familias de la resistencia intelectual por muy ineficaces, blancas, blandas, invisibles y hasta inverosímiles que pudieran ser.
Pero eso es lo que propone como tesis central el libro de Olga Glondys La guerra fría cultural y el exilio republicano español. El Congreso por la Libertad de la Cultura fue una prolongación ideológica y cultural de la siniestra historia político-militar de la CIA y financiada secretamente por ella. Tuvo confesión anticomunista y función difusora de un liberalismo democrático y capitalista, pronorteamericano en la finalidad y simplemente liberal en los medios (por eso colaboraron ahí Raymond Aaron, Ignazio Silone, Stephen Spender o Isaiah Berlin). En España solo empezó a operar cuando la disidencia ganó en los cincuenta algunos nuevos nombres o renovados equipos intelectuales.
Según Glondys, el CLC habría logrado neutralizar políticamente al exilio y desi-deologizarlo tanto a él como a la resistencia interior de cara a la España de la transición; habría arrumbado los ideales revolucionarios y republicanos como horizonte plausible tras la muerte de Franco. Pero esa es mucha responsabilidad, y de mucho alcance, para caracterizar el éxito que merece ese grupo de extracción poumista y enfermizamente anticomunista (Madariaga, Gorkin, Gironella, Ignacio Iglesias). Las razones de la renovación ideológica y del licenciamiento del exilio como proyecto de restitución democrática fueron muchas otras, más complejas y también más decisivas.
De hecho, Glondys lleva a su expresión más desnuda y cruda el anacronismo interpretativo que cohesiona con tic casi sectario a un puñado de trabajos de los últimos años. La mayoría proceden de la fábrica de estudios sobre el exilio que dirige Manuel Aznar en la UAB, el GEXEL, y ha dado de sí gruesos volúmenes de actas congresuales y otros libros ligados a una misma lectura del exilio y la cultura del interior de Mari Paz Balibrea, Fernando Larraz o este mismo de Olga Glondys. Y quizá haya ahí una parte central del problema: la deficiente o pobre imagen de la cultura en el interior que siguen manejando muchos de quienes se ocupan del exilio. Mantienen una visión anacrónica de lo que fue aquella realidad compleja y múltiple, como si de veras fuese verdad el diagnóstico de trazo grueso que fabricó la resistencia para legitimarse a sí misma (contra Franco y con razón). Los problemas de esos trabajos se pueden sintetizar en dos: la quiebra común del principio de realidad y un victimismo diferido o heredado. Lo primero significa la resistencia a aceptar, desde el siglo XXI y consecuentemente, el significado material y cultural de la derrota republicana (destrucción, dispersión, extinción y vejación) y lo segundo reabsorbe obstinadamente el legítimo victimismo de quienes fueron exiliados además de derrotados, como si hoy sus admiradores ideológicos y sentimentales experimentasen en su propia carne la amargura de aquella derrota.
Es un movimiento de reivindicación, por tanto, que actualiza el antifranquismo sin Franco y deslegitima o degrada todo aquello que signifique asumir las transformaciones de la sociedad española bajo sus condiciones reales (una dictadura tolerada por Europa). Esos enfoques desactivan desesperantemente la posibilidad de comprender la sucesión de relevos ideológicos, históricos, generacionales e intelectuales que vivió la España de la segunda mitad del siglo. La construcción de un pensamiento político democrático, incluso marxista, y la construcción de redes intelectuales capaces de pensar modernamente el futuro de una democracia europea están descritos no solo en libros de hoy sino en los de entonces, en los de Enrique Tierno Galván o en algunos tan pioneros e inteligentes como el de Juan Marichal, un exiliado, y en 1966, Nuevo pensamiento político español, o el trazo básico de una socialdemocracia parlamentaria en el anterior de Ridruejo, Escrito en España, de 1962.
Parecen obviar también lo que fue la movilización de los más jóvenes con sus múltiples militancias revolucionarias des-
Foto: Coordinadora de Colectivos de Víctimas del Franquismo de los sesenta, de los anarcos a los maoístas, en un amplio espectro por decirlo así. El único pecado que cometieron fue vivir su tiempo y no querer vivir la restitución de ideales derrotados medio siglo atrás y manifiestamente anacrónicos. Haberlo intentado hubiese enterrado el futuro, aunque satisficiese las fantasías aplazadas de los exiliados (muchos de los cuales, por cierto, entendieron bien que su tiempo había pasado). Obviar todo eso impide en la práctica compulsar la reconstrucción de la razón democrática desde finales de los años cincuenta (y eso lo escribió el rojo mayor del reino, Manuel Vázquez Montalbán). Es todavía pronto para que el libro de Santos Juliá, Camarada Javier Pradera, haya hecho el efecto debido en la comunidad intelectual, pero mejor será que se difunda rápido para no perder más tiempo en maniqueísmos desfasados.
A pesar de esta filípica, el libro de Olga Glondys contiene una riquísima información, con generosas citas de cartas, documentos, informes, programas y actividades relacionados con los fines y razones del CLC. Es el primer estudio equiparable a los libros que Grémion o Coleman (pese a todo) o, sobre todo, Scott-Smith y más divul-gativamente Frances Stonor Saunders (que ahora reedita La CIA y guerra fría cultural) habían dedicado al fenómeno con escasa atención a España. Pero las razones más importantes de la renovación ideológica y del licenciamiento del republicanismo exiliado como proyecto de futuro democrático habían sido otras y se resumen en una: tiempo. El nivel de impacto e influencia del CLC en la construcción de la resistencia fue además probadamente bajo y poco operativo. Lo insólito ha sido más bien la desatención historiográfica sobre este equipo (aunque no tan absoluta como piensa Glondys): fue ese el efecto del desprestigio crónico por una financiación oculta y sospechosa para muchos de quienes escribieron en su revista fundamental, Cuadernos, o participaron en sus múltiples actividades.
Lo usaron y explotaron cuanto pudieron exfalangistas en fase democrática como Ridruejo, Aranguren, Laín o Tovar (pero llamarlos como hace Glondys “nuevos liberales” retomando un panfleto de la propaganda franquista es, paradójicamente, avalar la misma voluntad insultante que les asignó Fraga como meros chaqueteros), gentes más jóvenes o nunca falangistas como Julián Marías, Juan Benet, Caballero Bonald, J. M. Castellet, Valente, Gil de Biedma, Lorenzo Gomis o Francisco Fernández Santos, o exiliados como Francisco Ayala, Josep M. Ferrater Mora o María Zambrano. Aquí comparecen casi todos básicamente como anticomunistas o, peor aún, como instrumentos intelectuales de la propaganda yanqui y eso es dejarlos tan entecos, tan desustanciados que uno acaba sintiéndose espectador de otra campaña de contrapropaganda más, y a estas alturas injustificable. La guerra fría cultural y el exilio republicano español. Olga Glondys. CSIC. Madrid, 2013. 376 páginas. 22,90 euros.

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