Wednesday, May 05, 2021

Madrid nos roba (a todos). Un manifiesto comunero y antiayusista

Madrid nos roba (a todos). Un manifiesto comunero y antiayusista – El Cuaderno

fragmento:

Lo cierto es que tampoco entonces la contrarrevolución revolucionaria era algo nuevo. Un párrafo largo de La mente reaccionaria: el conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump, de Corey Robin, lo explicará mejor de lo que podamos hacerlo nosotros:

«Desde que Edmund Burke inventó el conservadurismo como idea, el conservador se ha presentado a sí mismo como un hombre prudente y moderado, y a su causa como un sobrio y aleccionador reconocimiento de los límites […] Pero […] las reacciones contra las revoluciones francesa y bolchevique; la defensa de la esclavitud y de las leyes de Jim Crow; el ataque a la socialdemocracia y al estado del bienestar; y la serie de respuestas reactivas contra el New Deal, la Gran Sociedad, los derechos civiles, el feminismo y los derechos de los gais […] han sido cualquier cosa menos eso. Ya sea en Europa o en Estados Unidos, en este siglo o en los anteriores, el conservadurismo ha sido un movimiento de cambio inquieto e infatigable, partidario de la asunción de riesgos y del aventurerismo ideológico, militante en su postura y populista en su orientación, con simpatía por los que empiezan y los insurgentes, por los outsiders y los recién llegados. Aunque el teórico conservador reclama para su tradición la etiqueta de la prudencia y la moderación, una corriente contraintuitiva y no tan subterránea de arrogancia y falta de moderación atraviesa dicha tradición».

Burke fue efectivamente el primero en darse cuenta de que un enemigo tan formidable como la revolución sólo podía ser derrotado con una contrarrevolución que copiase sus tácticas, sus estructuras organizativas y sus energías. «Para destruir a ese enemigo —escribía—, de un modo u otro, la fuerza que se le oponga deberá guardar alguna analogía y similitud con la fuerza y el espíritu que ese sistema ejerce». No fue un ruego que cayera en saco roto. Como cuenta Robin, «temerosos de que los filósofos tomaran el control de la opinión popular en Francia, los teólogos reaccionarios de mediados del siglo XVIII siguieron el ejemplo de sus enemigos: dejaron de escribir abstrusas disquisiciones entre ellos y empezaron a producir propaganda católica, que se distribuía a través de las mismas redes que llevaban la ilustración al pueblo francés». Frente al mayúsculo desafío revolucionario, la contrarrevolución no consistiría en la inercia insuficiente de un orden cuya debilidad y encanallamiento había desencadenado la revolución en primer lugar, sino en un realismo de combate tan innovador en sus prácticas, repertorios y mera existencia como el proyecto revolucionario. El Nuevo Régimen inventa, alumbra, al antiguo. «Es cierto que en Francia, el Antiguo Régimen provocó la Revolución, pero en cierto sentido esta a su vez alumbró a aquél, le dio una forma, lo completó y le otorgó cierta aura dorada», escribe Svetlana Boym. Y cuando la Revolución se consolida y se convierte en un nuevo orden, los potentados defenestrados y su mundo periclitado pasan a brillar inéditamente con la aureola del martirio y la resistencia. Como escribía Christopher Dawson,

«La persecución ayuda mucho a la restauración del prestigio de la religión y sus ministros, nimbando al clero con el aura del martirio. Si resulta difícil tomarse en serio a los frívolos y bien vestidos abates del viejo régimen, sucede lo contrario con hombres como el abate Pinot, que sube al cadalso como el celebrante se acerca al altar, revestido para la misa y con las palabras Introibo ad altare Dei en sus labios. El efecto de tales cosas es justamente el contrario del pretendido por los jacobinos. Cincuenta años antes, cuando la ley requiere la conformidad religiosa y el pueblo es obligado a obtener certificados de confesión, la generación joven crece en la infidencia: pero ahora que las iglesias están cerradas y el clero refractario dice misa en secreto, poniendo en peligro su vida, la religión recobra su vigor y la nueva generación […] se vuelve al cristianismo con un entusiasmo y una convicción que en el siglo anterior sólo se encuentra en los metodistas y los moravos».

La revolución se ha vuelto orden y la contrarrevolución, disidencia. Y allá donde esta triunfe, algunos pensadores reaccionarios, como Joseph de Maistre, llegarán al extremo de alabar la Revolución francesa, o de agradecerla, como un agente involuntario de regeneración, gracias al cual la Monarquía y la Fe resurgen más fuertes que nunca, vueltas a encumbrar por peones que creyendo serlo de la Revolución lo era en realidad de la Restauración, para la que han cumplido la misión de «fundir los metales para vaciar después la estatua». La restauración lo era, no solo en el sentido de recuperación o recobro de lo extraviado, sino también de reparación y renovación, y a veces de recreación; de construcción ex novo de un edificio que no se acometía recolectando y pegando los cascotes polvorientos del demolido por la Revolución, sino tallando sillares nuevos, imitativos, en su forma, de los antiguos, pero de materiales distintos, más resistentes, más atractivos, ensamblados con técnicas también modernas, y a veces enmendando la tradición en algún aspecto esencial, pero siempre con un fin inquebrantable: una sociedad jerárquica, desigual, extractiva; que como en la Sicilia de El gatopardoaun cuando todo cambiase, todo siguiera igual. Ser conservador no es defender unos determinados valores, ni tan siquiera unos determinados privilegios, sino la mera existencia de privilegios, privilegiados, subalternos y distinciones, los que sea. Si los que hay son amenazados, el conservador clamará por la prudencia; si son derribados, montará insurrecciones por erigir unos nuevos.

La historia, decía Mark Twain, no se repite, pero rima. Y a veces estribillea. Nuestros días vuelven a conocer, como adivinaba Muro Benaya, el desenfado a la par inquietante y fascinante de una revolución contrarrevolucionaria, de la que atruena la razón en marcha del regreso de la opresión. La hidra revolucionaria del siglo XXI es una ultraderecha que se abalanza con fe templaria al asedio del Estado del bienestar y las conquistas sociales del progresismo, y lo hace siguiendo vademécums leninistas y de la guerrilla urbana sesentayochista. Forma partidos nuevos o practica, como Donald Trump en el Partido Republicano de los Estados Unidos e Isabel Díaz Ayuso en el PP de Madrid, el entrismo en los partidos tradicionales. Y hasta en los nuevos, como los viejos neonazis que se han ido introduciendo en Vox, hartos de la marginalidad de los grupúsculos fascistas, y que en el partido de Abascal encuentran un altavoz para sus demandas y recursos para su lucha que no habían tenido nunca.

Los revolucionarios, hoy, son ellos. Hacen análisis concretos de la realidad concreta, cambian velozmente de táctica cuando una se revela fallida, dan dos pasos adelante y uno atrás, saben emitir por igual mensajes complejos y simples, son maestros de la agitprop, copian las tácticas exitosas del enemigo, guardan piezas, las sacrifican por un bien mayor, tienen la paciencia de Mao y la clarividencia de Lenin, tejen solidaridades internacionales muy fluidas, aprovechan el Parlamento mientras trabajan contra él. Ofrecen a una juventud ahíta, en la que prende como hace un siglo una fascinación nietzscheana por la temerariedad del matador de dragones, el vértigo de la rebeldía y los «puños y coraje contra la podrida sofistería burguesa» que promovía el siniestro Ramiro Ledesma, citado con cada vez más naturalidad en nuestros días y elogiado, por ejemplo, en el aclamado best seller Feriade Ana Iris Simón. Lanzan pasquines, octavillas, manifiestos. Pero las lanzan en las grandes alamedas de este tiempo postpresencial, que no son ya las físicas, sino las digitales: memes, bulos, embustes, caricaturas que animalizan y demonizan al enemigo (Coletas rata, ha llegado a publicar en su Twitter una diputada de Vox, refiriéndose a Pablo Iglesias) y que ventean al aire libre de Facebook o Twitter, o infiltran en la capilaridad clandestina e irrastreable de WhatsApp.

Frente a esta cruzada, la respuesta de la izquierda es muchas veces de orden: una defensa pedagógica de las instituciones amenazadas y su valor que puede ser vigorosa y de tonos bélicos, acordes con la virulencia del ataque, pero en última instancia se despliegan como homilías condescendientes, que cierto espíritu de época reluctante a los sermones y los aleccionamientos rechaza y vuelve contraproducentes, y que en todo caso no inspiran la energía aventurera que hace atractivo al enemigo. Nunca nadie murió gritando «¡viva la sanidad pública!» a su pelotón de fusilamiento, aunque también luchase por ella. Sí se ha muerto siempre por la patria, la libertad o la revolución. Y las últimas elecciones madrileñas revelan hasta qué punto esa defensa sosegada del procomún puede ser derrotada por banderías inanes como una libertad de terracitas y soslayos de exparejas, cuando son ondeadas con brío de yihadista.

La historia nos cuenta también que, en la Francia revolucionaria, llegó a producirse una nueva inversión de papeles: la contrarrevolución acabó generando la réplica de una revolución nueva. Graco Babeuf pedía una «Vendée plebeya» contra un Directorio en el que jacobinos y monárquicos veían —escribe Dawson— «el gobierno de los aprovechados de la Revolución: los políticos de éxito, los nouveaux riches, los hombres que han invertido en la compra de bienes nacionales y se han enriquecido gracias a la depreciación de los assignats»; aquellos para los que —como escribirá Vandal en 1902 «en medio de una conmoción general de los negocios y transacciones, prospera un negocio inmenso, colosal, extraordinario: la propia Revolución».

Una representación pictórica de la revuelta reaccionaria de la Vendée

Nuestro tiempo empieza a exigir su propia Vendée plebeya. La exige, desde luego, contra el Madrid convertido en la rebelión de Atlas de Ayn Rand o un gigantesco American psycho: una superliga florentiniana de millonarios de toda España atraídos por el dumping fiscal impresentable de una megaúrbe monstruosa, capital más bien latinoamericana que europea, tragona voraz de capitales que allá acuden a empadronarse falsariamente, manteniendo sus viviendas en sus agradables y descontaminadas regiones de origen, para hurtar a las UCIs, las residencias de ancianos y las escuelas hasta el último centavo que una avaricia sin freno les permita (y que tal vez luego pretendan disimular con una donación llamativa, que del diez robado por medio de la ingeniería fiscal devuelva uno, y pretenda ser aplaudida). Nada hay que pudra tanto este país en descomposición como ese secesionismo no proyectado ni deseado, sino ya consumado; un colonialismo interior que hace a Madrid próspera, de una prosperidad que por goteo neoliberal llega a beneficiar a capas medias y trabajadoras (y a explicar el tirón de Ayuso), a costa de vaciar un hinterland de quinientos mil metros cuadrados y cincuenta millones de habitantes. E incluso uno mayor, si sumamos a la fuga de capitales a infames tíos Gilito latinoamericanos, cómplices de genocidios y latrocinios sin cuento, que han convertido Madrid en un Miami total, gusanera de gusaneras, huidas de países en los que una plebe empoderada ha dicho basta, y que convocan el recuerdo del albergue generoso que la capital de España fue un día para fugitivos fascistas como Léon DegrelleHoria Sima o Ante Pavelić.

Hace falta una agitprop tan resolutiva como la adversaria. Una no embustera, porque nobleza obliga, y los paladines de la emancipación deben ser mejores que sus antagonistas, pero sí ruda, sin remilgos ni elegancias de catedrático de metafísica, que desencadene su propia guerra de guerrillas cibernética sin cuartel, poniendo sus vietnamitas de silicio, no a fotocopiar tratados de Kant, ni amables carteles de partido verde alemán, ni meritorias didácticas audiovisuales sobre el funcionamiento del capitalismo, sino memes y eslóganes que demonicen al rico insolidario, al cayetano, al borjamari; que hurguen como proponía Gramsci entre los estratos dispares del sentido común del pueblo en busca de rescoldos palpitantes de conciencia de clase, y de la plutocracia hispana ridiculicen sus vanaglorias de triunfadores del emprendedurismo y la presenten como un sindicato de rateros horteras y grotescos, bastardeados por la endogamia, herederos de familias que apandaron sus fortunas al calor del franquismo y del trabajo esclavo, como el imprescindible Antonio Maestre muestra en Franquismo S. A., un libro que debiera ser de texto. El éxito viral de un eléctrico mitin de Errejón en Madrid («tu jefe siempre vota») es un indicio del éxito posible del sendero de avivar la rabia de los subalternos contra los privilegiados.

El desmoralizado cuarto estado de nuestros días debe echar a rodar una imaginación plebeya como la que Miguel Martínez caracteriza maravillosamente en su reciente Comuneros: el rayo y la semilla (1520-1521), donde rastrea las entretelas, sobreentendidos y mensajes entre líneas de las crónicas comuneras que llegaron hasta nosotros —las de carácter despreciativo escritas por los enemigos de PadillaBravo y Maldonado— para demostrar que, contra la interpretación tradicional, aquello fue, o más bien contuvo, una revolución republicana con todas las de la ley, aunque enarbolase a veces el lenguaje de la obediencia y se presentase como defensa del statu quo frente a la ventolera de transformaciones indeseables que Carlos V traía a Castilla. Los comuneros proclamaban que «el bien común es mejor e vale más que el privado», que «todo rico o es injusto o heredero de injusto», e incendiaron el reino durante meses para horror de cortesanos que no veían «gobierno más temerario y sin fundamento de justicia y razón que ver entregado el gobernalle de los reinos a tundidores, pellejeros, latoneros, curtidores, lecheros y molineros». Lo hicieron con pasquines impresos en imprentas rudimentarias, con coplas de ciego, con profecías milenaristas, proverbios, chistes, rumores, oraciones, rituales, himnos, rumores subterráneos, humoradas carnavalescas, metáforas de lobos y corderos y mundos al revés, erguidos contra un tiempo que Claudio Sánchez Albornoz consideraba caracterizado por lo que llamaba «la ventosa señorial», y Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, «la voracidad tentacular de la nobleza», glotona apropiación de rentas y territorios. No de la rebelión comunera, sino de las germanías de Valencia, coetánea y similar, un cronista contará, ilustrando la ilusión popular por un mundo sin desigualdades, que

«No había señor ni caballero que anduviese por la ciudad a quien no baldonasen y escarneciesen los agermanados, y llegó a tanto, que estando la mujer de un sombrerero en su casa en la plaza de Santa Catalina aderezando un sombrero con unos hijuelos suyos, pasando por allí unos caballeros, la madre dijo a los hijos que mirasen aquella gente que pasaba; y preguntando los muchachos a la madre que por qué les decía que los mirasen, ella les dijo: «Porque cuando seáis grandes podáis decir que vistes los caballeros». Dijo esto la mujer, porque la gente común tenía pensamientos de consumir la nobleza del reino todo, sin que quedase rastro della».

Hay esperanza, puede haberla para nosotros, si una izquierda demasiado aficionada a una cultura martirial que la paraliza se desprende de traumas, veneraciones polvorientas, fraseologías gastadas, antiguos testamentos paralíticos y algunos escrúpulos y decide bajar al barro de la gran batalla de nuestro tiempo; si, en lugar de entregarse a la saturnal destructiva de las guerras internas y las acusaciones mutuas, comienza a ejercitar la fraternidad auténtica, que es aquella que se ejerce con quien no nos cae bien, pero de quien sabemos que, codo a codo en la misma trinchera, su vida depende de la nuestra, y la nuestra de la suya; si arma con rostros frescos y una nueva política verdadera un frente de liberales honestos, socialdemócratas, anarquistas, feministas y comunistas no mentalmente abducidos por el pensamiento reaccionario.

Podrá haber entonces, como escribía Gamoneda y cita Martínez, «vértigo y luz en las arterias del relámpago, fuego, semillas y una germinación desesperada».


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24La Voz de AsturiasAtlántica XXIINevilleCrítica.cl, La SogaNortes LaU; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017) y La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019).

» Ultraderecha y ecología: del ecofascismo al negacionismo climático

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Las posiciones respecto al ambientalismo en el movimiento reaccionario, lejos de ser unitarias, muestran una sorprendente diversidad y también una larga tradición.

Alemania_neonazi¿Es el ecologismo intrínsecamente progresista? ¿Es la defensa del medio ambiente una bandera política exclusivamente de la izquierda? ¿Coinciden todos los partidos de ultraderecha en negar el cambio climático y el calentamiento global? Una mirada a la historia del ecologismo y del fascismo apunta claramente al “no” como respuesta a estas tres preguntas.

“Puede resultar sorprendente saber que la historia de las políticas ecologistas no fue siempre inherente y necesariamente progresista y benigna. De hecho, las ideas ecologistas arrastran una historia de distorsión y manipulación al servicio de fines altamente regresivos, e incluso de utilización al servicio del propio fascismo”, escribieron en 1995 Janet Biehl y Peter Staundenmaier en el prólogo a la primera edición de su libro Ecofascismo. Lecciones sobre la experiencia alemana (editado en castellano por Virus). Esa situación parece haberse agravado desde entonces con el avance electoral de diversas fuerzas políticas de ultraderecha que, en parte, entroncan con la tradición posfascista europea.

El libro de Biehl y Staundenmaier navega por la historia del fenómeno bautizado como “ecofascismo” e indaga en las raíces de la llamada “ala verde” del nacionalsocialismo alemán: es decir, la confluencia entre el naturismo y el nacionalismo forjada por la “influencia del irracionalismo antiilustrado de las tradiciones románticas del siglo XIX”. Esa convergencia sirvió a posteriori al nacionalsocialismo hitleriano para dar un barniz ecologista al principio de Blut und Boden (sangre y tierra): es decir, cuidado del medio ambiente de la patria como condición para mantener el “espacio vital” de la “raza alemana”. La ecología defendida por los nazis no era otra cosa que un nacionalismo etnicista que se creía arraigado en la tierra, una ideología construida sobre misticismo naturalista, el irracionalismo y el antihumanismo.

Ese ecofascismo llega a hasta nuestros días: aún hoy siguen surgiendo en diferentes regiones poco pobladas de Alemania comunidades rurales de econazis que pretenden vivir en armonía con el medio ambiente, cultivan la agricultura orgánica y recuperan granjas abandonadas o pueblos vacíos con la perspectiva de convertirse en una alternativa a la sociedad industrial, multicultural, globalista y urbana. Es la versión reaccionaria, antisemita y antimoderna de la cultura bio, tan del gusto entre las clases medias de Alemania y otros países occidentales, como explican los periodistas alemanes Andreas Röpke y Andreas Speit en su obra Völkische Landnahme. Alte Sippen, junge Siedler, rechte Ökos (Conquista nacional de tierra. Viejos clanes, jóvenes colonos y ecologistas de derecha). El libro describe cómo el econacionalismo atraviesa el espacio político de la ultraderecha alemana: lo defienden desde pequeños colectivos rurales que se consideran a sí mismos los herederos de la pureza germánica hasta el partido neonazi NPD.

Pero las pretensiones medioambientalistas dentro del actual movimiento reaccionario están lejos de ser unitarias: si bien la ultraderecha comparte una serie de elementos ideológicos y también estrategias comunicativas que se repiten en prácticamente todos los países con partidos relevantes de extrema derecha o derecha radical, estas formaciones difieren en numerosos campos –lo que hace precisamente complicado el avance de los frentes internacionales que la francesa Marine Le Pen o el italiano Matteo Salvini han intentado poner en marcha como una suerte de Caballo de Troya dentro de la Unión Europea–.

La protección del medio ambiente es una de las dimensiones en las que reina la diversidad de opiniones dentro de la ultraderecha europea y global, un asunto sobre el que algunos partidos ultras muestran posiciones contradictorias dentro de sus diferentes facciones y, en ocasiones, sobre el que ni siquiera tienen ideas ni propuestas claramente definidas.

 

Escépticos, cautos y afirmativos

Francia_LePen

Marine Le Pen en una conferencia sobre desarrollo sostenible, París, Francia. Jean Catuffe/Getty Images

A inicios de 2019, a pocos meses de las últimas elecciones europeas, el centro de estudios políticos Adelphi publicó el informe Convenient Truths. Mapping climate agendas of right-wing populist parties in Europa. Partiendo de la hipótesis de que el aumento de eurodiputados de partidos de ultraderecha podría tener un serio impacto en la agenda verde de la UE, el informe comparó las posiciones medioambientales y respecto a la cuestión climática de una veintena de partidos de ultraderecha con presencia en Parlamento Europeo.

“A pesar de que se oponen mayoritariamente a las políticas climáticas y de transición energética, hay importantes excepciones. Un grupo de partidos exhibe una especie de patriotismo verde que apoya enérgicamente la conservación ambiental, pero no la acción climática. Otras formaciones políticas abogan por cuotas de energía renovables en pos del aire limpio y de la independencia energética”, apunta el estudio.

Para intentar ordenar la diversidad de posiciones sobre las políticas ambientales y contra el calentamiento global, los analistas de Adelphi establecen una triple categoría con la que clasifican a las diferentes fuerzas políticas de ultraderecha: los “escépticos o negacionistas” – aquellos que ponen en duda o rechazan el consenso científico sobre el cambio climático generado por la acción humana–; los “cautos” –que no tienen una posición claramente definida y/o le dan un importancia menor a la cuestión medioambiental–; y los “afirmativos” –los que desde posiciones pragmáticas apoyan el consenso sobre la necesidad de frenar el calentamiento global y apostar por la preservación ambiental por considerar que la inacción afectará gravemente los intereses nacionales de sus países–.

A continuación, y usando como base la clasificación de Adelphi, pasamos a analizar la actual posición de los partidos de extrema derecha más importantes de Francia (Rassemblement National, RN), España (VOX), Alemania (AfD), Austria (FPÖ) e Italia (Lega), países con relevantes diferencias históricas, económicas y sociales que nos pueden dar una idea de hacia dónde podría evolucionar la ultraderecha europea respecto a las políticas verdes:

Econacionalismo lepenistaCon unas elecciones regionales y presidenciales en el horizonte, el RN de Marine Le Pen lleva tiempo rearmándose dialécticamente para convertirse en una alternativa real a la Francia en Marcha del presidente Emmanuel Macron. En su intento de parecer más presidencial, Le Pen ha moderado su discurso, en el que ha incluido más propuestas para la protección del medio ambiente y de los animales. Ese barniz verde parece perseguir la suma de las clases medias al proyecto lepenista.

“Más que competir con partidos liberales en el terreno de la ecología, la apuesta de Le Pen consiste en adaptarse al contexto: el ecologismo, un tema menor hace cinco años, ha crecido mucho en Francia, está muy presente en la cuestión pública y el electorado. Le Pen no quiere parecer una candidata en contra del signo de los tiempos. Lo mismo hace, por ejemplo, con el feminismo, que combina con la islamofobia”, apunta Enric Bonet, corresponsal en Francia para diferentes medios. El periodista no duda en confirmar el carácter “cauteloso” del lepenismo respecto a la cuestión medioambiental.

“La principal inspiración del partido de Le Pen no es el ecofascismo –es decir, la tradición de los años 30–, sino la Nueva Derecha de los 70 de Alain de Benoist”, continúa Bonet. “La palabra clave aquí es localista, es decir, defender la vida arraigada en un lugar en contraposición con la metrópoli y la movilidad. El concepto clave es el etnodiferencialismo a la hora de defender ciertas propuestas de apariencia ecológica y de defensa del medio ambiente”.

Las dudas de VOX. El programa electoral del partido de extrema derecha español (“100 medidas urgentes para España”) sólo contiene dos propuestas cercanas al ecologismo: un Plan Hidrológico Nacional unitario que respete “la sostenibilidad de los recursos hídricos y de los ecosistemas” y un Plan de Energía que permita “la autosuficiencia energética” de forma “sostenible, eficiente y limpia”.

“Mi impresión es que VOX no tiene una posición definida sobre la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente. Tiene una posición muy errática”, dice el politólogo e investigador de la Universidad Complutense de Madrid Guillermo Fernández. “Duda entre adaptarse a una postura econacionalista que reconozca el cambio climático para afrontarlo en clave patriótica o decantarse por la defensa de los intereses de la agricultura intensiva de Murcia, Almería y algunas zonas de las Castillas, una agricultura que necesita básicamente agua y negar el cambio climático. Entre esas dos posturas, VOX parece apostar últimamente por la segunda”, apunta Fernández.

Esa tendencia hacia el negacionismo del cambio climático coloca al partido español, de momento, más bien en la órbita trumpista, en opinión del politólogo de la UCM, que ve a VOX lejos todavía de posiciones más elaboradas como el econacionalismo desplegado por la extrema derecha francesa. “Las corrientes econanaciolistas son muy minoritarias dentro de la formación. Y creo que eso no va a cambiar. El partido está más cerca de las posiciones del expresidente José María Aznar que de los viejos sectores de la extrema derecha ecofascista, que tienen una cierta sensibilidad conservacionista”.

Negacionismo compartido de AfD y FPÖ. “¡Me gusta el motor diésel!”, gritaba Björn Höcke, líder de Alternativa para Alemania (AfD) en la última campaña electoral para las elecciones del estado de Turingia en 2019, en las que la ultraderecha alemana fue el segundo partido con más del 23% de los votos. Más allá de cierta defensa folclórica del paisaje y del típico bosque germano agitado por su ala más radical (cercana al neonazismo), el discurso predominante dentro del partido ultraderechista más exitoso de la historia de la República Federal se sitúa claramente en el negacionismo del cambio climático.

A la espera de publicación del programa electoral para las elecciones federal del próximo septiembre, basta con echar un vistazo a su anterior programa para certificar lo apuntado: “El clima cambia desde que la tierra existe. La política climática del gobierno federal se basa en modelos climáticos hipotéticos y no probados”, dice AfD para criticar el apoyo de Alemania a los acuerdos internacionales contra el calentamiento global y su apuesta por las energías renovables, a la que acusa del encarecimiento de la factura eléctrica. AfD se opone, por ejemplo, a la instalación de molinos eólicos que “destruyen el paisaje y suponen una amenaza mortal para los pájaros”.

Italia_Salvini

Una joven italiana con una pancarta que dice «Más pingüinos y menos Salvini» durante una manifestación por el clima en Turín. Stefano Guidi/LightRocket via Getty Images

El FPÖ –partido de ultraderecha austriaco con mucho más recorrido histórico que AfD, pero que comparte muchas posiciones con la ultraderecha alemana– se suma al negacionanismo o sencillamente ignora la cuestión. El exjefe del partido austriaco, Heinz-Christian Strache, llegó a calificar el debate sobre cómo combatir el calentamiento global de “propaganda” y “religión climática”. El FPÖ sí se opone, sin embargo, a la energía nuclear y apuesta por las fuentes renovables, un asunto sobre el que hay consenso en Austria. En un momento en el Los Verdes cogobiernan en el país alpino y apuntan a entrar en el gobierno federal en Alemania, la ultraderecha de ambos países busca un marco argumental alternativo al ecoliberal.

El oportunismo de la Lega: el partido de Matteo Salvini es probablemente la más camaleónica de las formaciones expuestas en este artículo. Con unos orígenes independentistas del norte de Italia y de tendencias xenófobas con la parte sur del país, La Lega de Salvini se ha alineado por lo general con la línea negacionista del cambio climático defendida por AfD y FPÖ. Como apunta el informe del centro de estudios Adelphi, por ejemplo, a nivel europeo la Lega se ha opuesto a todas las medidas presentadas por la Comisión contra el cambio climático.

Pero el oportunismo podría ser la mejor palabra para definir su posición medioambiental: como parte del actual gobierno de coalición italiano liderado por el primer ministro Mario Draghi, la Lega apoya la reducción de emisiones, el reciclaje o la reducción de residuos. Unir el combate del cambio climático con el tema migratorio sea tal vez la mejor manera de describir ese oportunismo: “Es una locura explotar un asunto serio como el cambio climático para legitimar la inmigración ilegal”, ha llegado decir Salvini para atacar el discurso que advierte sobre los flujos migratorio del sur al norte que ya está generando el calentamiento global.

 

La amenaza del marco reaccionario

“La experiencia de la rama verde del fascismo alemán es un recordatorio aleccionador de la volatibilidad política de la ecología”, atinan a recordar los autores del libro Ecofascismo. Biehl y Staundenmaier coinciden con los periodistas alemanes Andreas Röpke y Andreas Speit en apuntar los inicios de Los Verdes alemanes, partido con serias posibilidades de gobernar Alemania en un futuro cercano: la formación hoy ecoliberal, fundada en la década de los 80, tuvo en sus inicios una rama cercana al ecofascismo que finalmente acabó perdiendo la batalla fundacional y abandonando el partido.

Que actualmente las políticas de protección climática y medioambientalista estén sobre todo en manos de formaciones de izquierda o liberales no significa que tenga seguir siendo así. Los autores del informe de Adelphi lo dicen con mayor claridad: “Una de las mayores amenazas para la implementación del Acuerdo de París no es el crecimiento de los partidos populistas escépticos con el cambio climático en Europa, sino el peligro de que los partidos centristas acaben adoptando su lenguaje y argumentos”.

Monday, May 03, 2021

Rodrigo Martínez y Víctor M. Díez llevan ‘La voz y el martillo’ a Soria, Aranda, Burgos y Miranda de Ebro

Rodrigo Martínez y Víctor M. Díez llevan ‘La voz y el martillo’ a Soria, Aranda, Burgos y Miranda de Ebro – TAM-TAM PRESS

La Fundación Jesús Pereda produce y presenta el espectáculo creado por el dúo caja baja, formado por el poeta leonés Víctor M. Díez (voz, textos) y el músico Rodrigo Martínez (buzuki, flautas, ambientes sonoros) del grupo folk Tarna. Esta dramaturgia se podrá ver los días 3 y 4 de mayo en Soria y Aranda de Duero, y a finales de mes en Burgos (día 28) y en Miranda de Ebro (día 29).

Esta dramaturgia forma parte del programa Mayo de la Cultura y el Trabajo que la Fundación llevará a diversas localidades de Castilla y León a lo largo del mes.

Los días 3 y 4 de mayo, llega a Soria y a Aranda de Duero la pieza músico-poética “La voz y el martillo”, un compendio de música, textos y testimonios en el que se procura reflejar, con la mayor amplitud posible, todos los ámbitos del trabajo: los oficios, las labores, las penurias, los rechazos, las protestas, las negaciones… Se trata de una modesta investigación ético-estética con la que renovar el interés y las preguntas sobre el mismo. De las tradicionales cuestiones: ¿tú qué quieres ser de mayor? o ¿a qué te dedicas? se pasa a otras nuevas, como: ¿qué haremos los humanos cuándo las máquinas lo hagan todo? o ¿quién es el explotador en el contexto de autoexplotación de las nuevas formas de trabajo? El desempleo, la ociosidad, la huelga, la alienación… sobrevuelan textos de los propios autores y ajenos, voces, músicas nuevas y de siempre.

Los autores de la pieza son el dúo caja baja, formado por Víctor M. Díez (voz, textos) y Rodrigo Martínez (buzuki, flautas, ambientes sonoros). El primero es poetaactor, agitador cultural, pertenece al grupo de improvisación músico-poético SIN RED y es un habitual de la escena contemporánea. El segundo es un indispensable de la escena musical leonesa, dedicándose al folk de manera singular, en grupos como TARNA o, anteriormente, Pandetrave y Reñoberu.

La representación de “La voz y el martillo” tendrá lugar el próximo lunes, 3 de mayo, a las 19 horas, en el Teatro Palacio de la Audiencia de Soria. A continuación, el martes 4 de mayo, a la misma hora, la representación podrá verse en la Casa de Cultura de Aranda de Duero. La entrada en ambos casos es gratuita, pero el aforo será limitado a causa de las restricciones sanitarias.

A finales de este mismo mes de mayo, la gira se completará en la ciudad de Burgos, el día 28, y en Miranda de Ebro el 29.

MAYO DE LA CULTURA Y EL TRABAJO

La Fundación Jesús Pereda de CCOO Castilla y León tiene como objetivo intervenir en el ámbito de la cultura con acento sindical, con enfoque de género y desde el trabajo en red. Con esas bases ha elaborado un programa de actividades que incluye cine, teatro, conciertos, diálogos y presentaciones literarias, que recorrerá diversas localidades de Castilla y León a lo largo del mes de mayo. Todas esas actividades enlazan cultura y trabajo casi en una misma expresión.