1. Una demostración lateral de la singularidad de Cuba es el hecho de que todos damos por supuesto que en una entrevista con el presidente del Instituto Cubano del Libro se va a hablar inevitablemente, no de libros, sino de política. En algún sentido, esta suposición ilumina ya negativamente la posición de Cuba en la opinión pública internacional; porque indica que su gobierno -al contrario que el acendrado estadounidense o el intachable español- aparece siempre bajo sospecha, cada pregunta dirigida a sus dirigentes entraña un acta de acusación y yo mismo tengo la sensación, al comenzar este cuestionario, de que usted va a tener que defenderse de algo. Sin duda, esta politización extensiva y suspicaz constituye un agravio comparativo. Pero al mismo tiempo, me parece, tiene la ventaja de una revelación que erosiona hacia atrás la pretendida «neutralidad» de la «cultura» en los países capitalistas. Que haya un sitio en el mundo donde no se puede hablar de libros sin hablar de política quiere decir que en realidad en el resto del mundo se oculta o se sublima esta relación. La pretendida «neutralidad» de la gestión gubernamental en Europa contribuye sobre todo a normalizar y naturalizar las relaciones capitalistas de mercado, lo que se refleja en el uso mismo del término «política»: que las «democracias» capitalistas tengan una «política fiscal», una «política editorial», una «política exterior», una «política cultural» induce la ilusión de que lo que no tienen es una «política» -sino una panoplia de técnicas más o menos eficaces. Por eso, quiero empezar invirtiendo la dirección de las sospechas para hacerle una pregunta de carácter más bien teórico y general: ¿cuál es a su juicio el papel «político» que desempeña hoy la «cultura» en el seno de las economías llamadas -eufemísticamente- de libre mercado? ¿Qué preguntas habría que hacerle al hipotético director del Instituto Europeo o del Instituto Estadounidense del Libro?
El capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca y la cultura no es una excepción. De manera que la cultura desempeña en las sociedades de «libre mercado» un rol político fundamental, que es convertir a los ciudadanos en consumidores, tan interesados en sus posibilidades de consumo que se olvidan por completo de la política, excepto el día de las elecciones. Pero en los últimos años su papel como legitimadora del sistema se ha fortalecido, reproduciendo y difundiendo sus valores, a la vez que existe cada vez menos espacio para la crítica a lo «salvaje» del capitalismo, algo que durante mucho tiempo constituyó parte de su rol legitimador.
En esa lógica, en la que todo es susceptible de ser vendido y comprado, incluso el arte debe ser concebido en función de maximizar sus posibilidades en ese mercado. Se ha dicho que hoy la televisión asume el papel que en el feudalismo tenía la iglesia, sin embargo se ha venido produciendo un proceso de televisionización (si existiera la palabra) de la producción artística, que es aún más evidente en las industrias culturales (el cine, el libro, la música, …).
Me pregunto cuántos dirigentes políticos de los Estados Unidos y la Unión Europea están realmente interesados en revertir ese proceso de frivolización e idiotización masivas que va imponiéndose en el seno de sus sociedades, y por extensión en muchas otras partes del mundo. Nosotros vimos con gran esperanza el nacimiento de la Unión Europea como una alternativa no sólo económica, sino también cultural. Aunque no soy conocedor de sus estructuras ni de sus programas, no percibo que una política pública para el libro esté en su agenda. Lo que prevalece es la retirada del estado del ámbito público, incluyendo la enseñanza. Las editoriales privadas, es decir, las editoriales, se disputan la educación como mercado, desaparecen las pequeñas y medianas librerías, y una gran parte de los libros se escriben para los estantes de los supermercados, proponiéndonos cómo ser más eficaces en los negocios o regalando una buena historia para acompañar la espera en el aeropuerto o en el tren. A pesar de que cualquier cosa se considera lectura, se lee cada vez menos.
¿Interesa al gobierno norteamericano cambiar eso, interesa a los gobiernos europeos? Creo que sí, que interesa intervenir, sólo para anular aquellas pocas cosas que aún impiden que el capital gane más. Alguien pudiera alegar que los políticos no leen, de lo cual es un ejemplo insigne el actual inquilino de la Casa Blanca, pero aún contando con políticos cultos, los ha habido, podríamos preguntarnos si las clases dominantes prefieren tener lectores o consumidores. ¿Qué es mejor para su democracia de partidos-empresas que venden la política por televisión como si se tratara de un cosmético? Los niños, que según nos cuentan las primeras planas de los periódicos españoles, asaltan los mercados disfrazados de Harry Potter -disfraz que antes fueron inducidos a comprar, al igual que el DVD, los juegos de vídeo e infinidad de etcéteras- en busca de la última edición de la saga por 23 euros, ¿no estarán listos para aplaudir mañana las invasiones imperiales en nombre de la libertad, al igual que los políticos europeos de hoy, o harán algo por los 860 millones de analfabetos que existen en el mundo, o por los más de mil millones que nunca han hablado por teléfono, o por los 2 mil millones que viven sin electricidad?
Preguntaría si es cierto, como ha dicho Andrés Sorel, que existen temas innombrables en la prensa y las editoriales, por ejemplo en España. Sé que la pequeña editorial Hiru publica a un gran autor como Alfonso Sastre. ¿Pero por qué sus libros desaparecen sin una sola reseña en esa prensa donde cada día se nos habla de premios y autores de los que mañana no se acuerda nadie? Les pediría a los hipotéticos responsables que escucharan a personas como Eva Forest o Constantino Bértolo hablar sobre la libertad de expresión que el mercado les permite y que hicieran algo para que los excelentes catálogos que han producido llegaran a todas partes y se comentaran en los grandes medios de prensa, los que tantas muestras de intolerancia, incultura y manipulación, cuando se habla de libros, nos brindan a diario.
Frances Stonor Saunders, autora de La CIA y la Guerra Fría Cultural, se ha preguntado por el Ministerio de Cultura de los Estados Unidos, para responderse que ese papel está reservado a la CIA. Parecería exagerada si esta afirmación no estuviera respaldada por la enorme y minuciosa investigación que ha realizado. Ojalá que los institutos del libro en Europa y Estados Unidos existan algún día y se planteen mejores preguntas que las que se me pueden ocurrir a mí. Sin embargo, la gran interrogante es por qué no han existido ni existen, allí donde hay más dinero y recursos para difundir el libro y la lectura.
2. Contra el país más poderoso de la tierra, el más armado, el que cuenta con los servicios secretos más opacos, mejor financiados y peor controlados de la tierra, el que más veces ha bombardeado, desestabilizado o invadido otras naciones en el último siglo, el que más golpes de Estado ha organizado y más veces ha vetado resoluciones de las NNUU (que, huelga decirlo, no es la amenazadora Cuba), pueden resultar ridículas las veleidades «persecutorias» de la izquierda anti- imperialista. Pero hay que recordar que las «teorías conspiratorias» de la historia han sido siempre propias de la derecha y que la «conspiración judeo-masónica» de los fascismos europeos tuvo su prolongación en la obsesión anti-comunista de la post-guerra mundial y hoy en esa nebulosa subcutánea a la que dice combatir la Guerra contra el Terror. Los mismos que se burlan de los que ven por todas partes la mano de la CIA están de acuerdo en que José Bové, ETA, los pacifistas de Answer, el EZLN, los movimientos antiglobalización, Al-Qaida, Evo Morales, Chávez y, por supuesto, Fidel Castro conspiran todos juntos – en una ominosa red bien trabada- para amenazar el «orden civilizado». La CIA, por desgracia, existe. La monumental obra de Frances Stonor Saunders, que usted ha citado con frecuencia en los últimos meses, demuestra un grado tal de penetración durante los años de la Guerra Fría -a la espera, en efecto, de acceder a documentos más recientes- que uno acaba sospechando incluso de sí mismo. Objetivamente y cualquiera que sea nuestra opinión sobre Cuba, hay que admitir que ningún otro país ha sufrido un acoso semejante por parte de EEUU: militar, económico, político y también cultural. El ejemplo más reciente que se me ocurre es el comunicado del pasado 15 de enero en el que la USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) informaba sobre su propósito de favorecer «una transición pacífica a la democracia» en Cuba destinando 26 millones de dólares a ONGs y «periodistas independientes» de la isla -«mercenarios independientes» es un brillante tropo literario. En estas condiciones, que hayan pasado 45 años desde la Revolución podría calificarse de milagro si eso no fuese subestimar los esfuerzos que lo han hecho posible; que hayan pasado 45 años, al mismo tiempo, da a la Revolución una apariencia de estabilidad que engaña tal vez no sólo a sus críticos sino también a sus propios dirigentes. La contradicción que quiero señalar es la de que por parte del gobierno cubano se insiste en que Cuba vive «un estado de guerra permanente» -lo que justificaría, por ejemplo, las condenas a muerte de abril del año pasado- y al mismo tiempo se insiste también en que la vida cultural y literaria de la isla es completamente «normal», en el sentido de que es completamente «libre». ¿Cómo explica usted esta contradicción? ¿Cómo explica usted el exilio en estos años de tantos falsos intelectuales y de algunos verdaderos? En una sociedad en «un estado de guerra permanente», ¿cuál debe ser el papel de un escritor que quiera ser algo más que un propagandista de la Revolución?
Para empezar por el final, no creo que quienes hacen literatura hoy en Cuba se encuentren ante el dilema de ser algo más que propagandistas de la Revolución. La mejor «propaganda» que pueden hacer es la libertad con que escriben y crean en nuestro país. Los intelectuales cubanos ven en la obra cultural de la Revolución la garantía de una libertad creadora que saben imposible bajo el capitalismo, y mucho más bajo el de factura yanqui-miamense con que se ha diseñado en Washington el futuro para una Cuba post-revolucionaria, que sin duda alguna barrería, entre muchas cosas, con el público masivo para el arte y la literatura fomentado en los últimos 45 años. Ese público es un privilegio para cualquier creador, en un mundo donde el libro es un artículo de lujo y el ejercicio del pensamiento está reservado a minorías.
Esto no excluye las contradicciones generadas por el hecho de plantearnos una transformación social de enorme magnitud, en condiciones de tercer mundo y además bloqueados y agredidos por la potencia más poderosa de la historia. La supervivencia de la Revolución en las difíciles condiciones de la década del 90, después de la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, sólo puede explicarse por el apoyo popular con que ha contado y la cultura política del pueblo cubano, junto a la conducción del liderazgo histórico encabezado por Fidel.
Hemos formado cientos de miles, millones, de personas con capacidades para pensar por sí mismas y asumir críticamente la realidad, a la vez que se ha estimulado el potencial creador de cada individuo. Si hasta fines del pasado siglo esto era así, los programas educativos y culturales emprendidos en los últimos cuatro años han multiplicado las posibilidades de formación universitaria, el acceso a la información y al conocimiento. Las contradicciones que esto genera sólo pueden resolverse con la más amplia democratización y participación popular e involucrando en las decisiones de política cultural al mayor número posible de personas de talento.
Las crisis, por lo general, implican represiones o restricciones a la libertad creadora. Lo hemos visto en Estados Unidos después del 11 de Septiembre. Aquí ha ocurrido a la inversa, en medio de los años 90 creció esa libertad creadora y se amplió la participación de los intelectuales en las instituciones. Se ha profundizado la interacción de los escritores con la sociedad, no como una relación marginal, sino que la obra crítica, experimental, no sólo se publica, sino que llega a más de 300 librerías de todo el país y, por supuesto, a las bibliotecas. No se trata sólo de que seamos tolerantes, hay una diferencia entre la tolerancia y la participación, que es esencial en la vida cultural cubana.
Igual ocurre cuando publicamos la obra de un escritor cubano que reside fuera del país: circula nacionalmente, se incluye en los catálogos de las bibliotecas públicas. La palabra «exilio» presupone una beligerancia política que es minoritaria entre los cubanos que residen en el exterior, incluso en los Estados Unidos, y que no caracteriza tampoco a gran parte de los intelectuales emigrados.
El tema migratorio ha sido y es muy manipulado por la retórica anticubana, pero habría que comenzar por decir que a pesar de ser la emigración cubana la única favorecida y alentada por las leyes y la propaganda norteamericanas, dista de ser proporcionalmente la mayor de América Latina, además de que hay muchos intelectuales latinoamericanos que residen fuera de sus países sin que eso implique tantas etiquetas y tanta difusión. Contra Cuba se ha creado una industria de la conversión o reconversión, con una intención claramente politizada, que estimula publicaciones, premios, apariciones en la prensa, en función de los ataques a su país de origen. Lo asombroso es, a pesar de todo esto, la cantidad de escritores e intelectuales que nos visitan, publican sus libros en nuestras editoriales, escriben en nuestras revistas, sin sumarse al negocio de la gritería anticubana.
Nuestra política cultural incluye la aspiración de una relación normal con esa emigración, la misma que desea Cuba como país. Si no es todo lo normal que deseamos es por la guerra desatada desde el territorio donde reside la mayoría de esa emigración contra nosotros. En medio de esa situación se continúan dando pasos hacia la normalidad, mientras el gobierno norteamericano obstaculiza cada vez más las posibilidades para que sus ciudadanos se relacionen con Cuba.
3. Abundaré en el mismo tema para contentar a los que consideran que un dirigente cubano tiene siempre que defenderse de algo y para tratar de aclarar con usted mis propias ambigüedades. Los logros de la Revolución son indudables en casi todos los terrenos: educación, sanidad, investigación, bienestar social, hasta el punto de que en algunos de estos indicadores Cuba está por encima de los EEUU. Pero resta saber si todas estas conquistas eran posibles, hubiesen sido posibles, sin ceder a la necesidad de anteponer el trabajo colectivo a la exploración creativa individual. Ya en 1966 Lisandro Otero, secretario entonces de la Unión de Escritores de Cuba, escribía: «el conformismo, el consentimiento y el uso de la libertad para aceptar la revolución son las actitudes del escritor revolucionario». Siendo un pequeño intelectual del Estado español, me resulta fácil distinguir entre el «apoyo incondicional» a Cuba y «la aprobación condicionada» de las sucesivas medidas de su gobierno y sentirme así, al mismo tiempo, muy revolucionario y muy crítico. No sé, en cambio, si esta diferencia se ha podido hacer dentro de la isla, si desde muy pronto -frente al asedio estadounidense- no hubo que escoger entre ser revolucionario o crítico. Desde fuera puedo decir que esta obra valía la pena; la mayor parte de los cubanos también lo considera así, pero da la sensación, en cualquier caso, de que el socialismo cubano sólo podía resistir 45 años -no obstante el bloqueo y los propios errores- aceptando resignadamente una división del trabajo un poco desasosegante y plagada de contradicciones: sostén intelectual desde el exterior, trabajo militante en el interior. ¿Le parece a usted correcta esta descripción?
No me parece correcto separar la crítica de la condición de revolucionario. Negaríamos a Fidel, al Che, o al mismo Marx. Más bien una cosa presupone la otra. Busqué lo que creo es la versión original de la cita que haces de Lisandro Otero, que está en «Literatura y Revolución», artículo firmado en abril de 1966, donde él dice:
«La rebeldía es un excelente motor para la creatividad pero no es el único. Y hay que determinar si es el más legítimo (y no el más cómodo), dentro de una sociedad revolucionaria. Para un escritor es más difícil consentir que rechazar. Es muy fácil confundir la comprensión con el conformismo. Es muy difícil usar la libertad para aceptar.»
Por otra parte, no creo que ningún escritor cubano se identifique con esa «división del trabajo» que mencionas, más cercana al llamado realismo socialista que a nuestra vida cultural. Si lees lo que se escribe y publica hoy en Cuba, verás que dista mucho de ser una literatura edulcorada que evada las contradicciones y la crítica y que apueste por el conformismo. La crítica, nacida de la angustia del creador y de su afán de participación en la sociedad, es consustancial a la literatura; otra cosa es cuando se busca complacer al mercado o al estereotipo en que determinadas editoriales y la gran prensa quieren convertirnos.
4. Haré de otro modo la pregunta. En una entrevista que usted concedió hace un mes al Junge Welt, Ute Evers citaba la famosa frase del compañero Fidel: «Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada», una frase de 1960 que el propio Fidel ha matizado luego muchas veces y que se inscribe en un discurso del que usted reproduce un pasaje más largo y muy elocuente («todos esos artistas e intelectuales que no son genuinamente revolucionarios» deben tener «oportunidad y libertad para expresarse dentro de la revolución»). Pero la propia contundencia lapidaria de esta frase me sirve para plantear de un modo claro y provocativo la cuestión. En España, Aznar dice algo así como «dentro de la Constitución, todo; fuera de la Constitución, nada» y cierra periódicos, ilegaliza partidos y tortura detenidos. Los límites de la Constitución española, lo sabemos, son la economía de mercado y la unidad territorial del Estado español. Los intelectuales somos, al parecer, bastante más tolerantes con los gobiernos cuando se trata de defender el capital neocolonialista español e impedir el derecho a la autodeterminación de los pueblos que cuando se trata de defender el socialismo, la justicia y la independencia nacional. Pero dejemos eso. A lo largo de los últimos 45 años, los límites de la Revolución han ido modificándose con arreglo a las mayores o menores presiones del exterior y -digámoslo también- según la mayor o menor esclerotización de las instituciones; usted mismo admite, por ejemplo, que durante los «años grises» (1971-1976) se «soslayaron algunas de las bases martianas y fidelistas de la política cultural de la Revolución». ¿Cuáles son hoy por hoy los límites de la Revolución? ¿Quién los dicta?
Fidel dice «contra» y no «fuera» de la Revolución, es un error común al citarlo, pero que plantea una diferencia esencial; antes afirma que sólo debemos renunciar a aquellos que «sean incorregiblemente reaccionarios, incorregiblemente contrarrevolucionarios», lo que presupone un afán incluyente -«incorregiblemente»- que se aparta de cualquier exclusión dogmática.
En las condiciones históricas de Cuba, en que la contrarrevolución no es ni ha sido nunca independiente -ni cuando menos autónoma- de los intereses norteamericanos, sino una creación ciento por ciento del gobierno estadounidense, el límite estaría en servir a ese gobierno y a sus acciones para exterminar para siempre el proyecto de nación independiente que Cuba ha construido a lo largo de su historia. No hay dictado de límites, sino participación en las decisiones de política y en las instituciones, y ahí creo está la clave contra la esclerotización de esas instituciones, lo que ha permitido el consenso y la unidad con que cuenta hoy la Revolución entre los creadores. La Revolución ha sido además un proceso de aprendizaje colectivo y su permanencia se explica también por su capacidad rectificadora, por el sentido de la justicia que ha sembrado en los cubanos. La gente no permite una mentira, no permite una manipulación, es cada vez más culta y exigente, y eso lo ha creado la Revolución. Eso, entre los escritores, entre los intelectuales, genera confianza y una relación libre, madura, con las instituciones.
5. En el plano estrictamente literario, la especialista estadounidense Jean Franco (en un libro interesante de reciente publicación, Decadencia y caída de la ciudad letrada. La literatura latinoamericana durante la guerra fría) insiste en que «lo que evidentemente quedó cerrado durante las primeras décadas de la Revolución cubana fue toda creencia en que la avant-garde y la vanguardia revolucionaria pudieran compartir el mismo terreno», divorcio que se ejemplifica, a veces trágicamente, en las figuras de Virgilio Piñera, Herberto Padilla, Severo Sarduy o Reinaldo Arenas (o el propio Lezama Lima). Militante feminista, Jean Franco atribuye este choque menos a una intolerancia política que a una intolerancia cultural basada en un modelo dominante de sexualidad masculina y heroica (se queja también de la escasa contribución cultural de las mujeres a la Revolución). Tras los llamados «años grises» y saliendo ya poco a poco del «período especial», Cuba ha hecho grandes esfuerzos por revitalizar y promocionar la creación literaria, recuperando incluso en los últimos años a algunos buenos autores de la «diáspora», como Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Enrique Labrador o Eugenio Florit, cuya obra -si no me equivoco- se ha presentado en la reciente Feria del Libro. ¿Cree usted que se ha resuelto el conflicto entre literatura y revolución? ¿Y el conflicto entre sexualidad y revolución?
La literatura trabaja con las contradicciones y con los conflictos de la realidad. También la Revolución, como transformación radical de la realidad, es generadora de nuevos conflictos que requieren de maduración para ser resueltos. No se le puede exigir a la Revolución que resuelva en cinco o diez años lo que siglos de discriminación, prejuicios y herencias culturales colocaron en su arrancada. Cada caso que mencionas tiene sus propios matices, que extenderían aún más mis respuestas. Pero te aseguro que hoy no existe ningún autor excluido de una editorial cubana por razones que tengan que ver con su orientación sexual o la presencia de ella en su obra. No he leído el libro de Jean Franco, del que he escuchado opiniones positivas. Sin embargo puedo decirte que en la creación literaria no hay antagonismo entre la práctica cultural y la sexualidad; se publican y premian libros y artículos que abordan desprejuiciadamente esas temáticas. En cuanto a la obra de las mujeres, hay en los últimos años un auge de la literatura escrita por mujeres: ha aparecido una generación formada por muy talentosas narradoras, que no sólo ocupan espacio en los principales concursos y en las editoriales del país, sino que han traído nuevas vivencias y enfoques a la literatura cubana.
Existe un texto de Jon Hillson, motivado por el gran negocio que la industria hollywoodense hizo con una película llena de manipulaciones, basada en el libro Antes que anochezca de Reynaldo Arenas. El trabajo de Hillson es el más documentado que he leído sobre el tema de la relación entre la sexualidad y la cultura en Cuba después de 1959. A partir de la película, traza una historia muy bien fundamentada sobre ese tema, sin obviar las contradicciones y con mucha objetividad.
Entre los escritores emigrados que mencionas como publicados en Cuba hay sólo fallecidos, pero como te decía antes, hay muchos autores vivos publicados también, tanto en revistas y antologías, como en libros, obras suyas. Es un trabajo que comenzó en los años ochenta y que suma cientos de textos publicados; incluso Severo Sarduy, Lydia Cabrera y Gastón Baquero vivían cuando su obra comenzó a divulgarse aquí.
6. Enlazado con el problema de la sexualidad, quisiera reflexionar con usted acerca de una cuestión que me preocupa personalmente desde hace algunos años. El llamado «período especial», a partir de principios de los 90, vio surgir por primera vez en Cuba desde 1959, a causa del aislamiento económico y de las contradictorias medidas tomadas para neutralizarlo, una nueva forma de prostitución muy peculiar conocida como «jineterismo», que ha convertido a la isla en uno de los destinos privilegiados del llamado «turismo sexual» europeo. Flores desechables, un excelente librito publicado en 1996 por la Editorial Abril -de la que, si no me equivoco, era ya usted el director- en el que la periodista Rosa Miriam Elizalde reúne artículos escritos para Juventud Rebelde, hace una aproximación valiente y nada dogmática a un fenómeno que, como ella misma declara, se utiliza propagandísticamente para «demostrar el debilitamiento o inviabilidad» del sistema socialista cubano. Los móviles personales que llevan al jineterismo nada tienen que ver con los de esa protitución clásica que explota a 300.000 menores en EEUU sino con la voluntad, más bien, «de ganar sin demasiado esfuerzo físico lo que sustentaría sus modelos de felicidad: una moneda de alto poder adquisitivo en el bolsillo, ropa y zapatos de moda, joyas, cosméticos, comidas, artículos electrodomésticos, paseos, estancias en hoteles y playas, y en no desdeñable medida, la posibilidad de casarse con un extranjero e irse del país». El librito de Elizalde demuestra que en Cuba pueden abordarse con completa libertad las cuestiones más espinosas y las más comprometedoras para la Revolución, pero deja en pie toda la tragedia del problema. Yo mismo, a principios de los 90, tuve ocasión de hacer una pequeña encuesta entre jineteros y jineteras de La Habana que paradójicamente me afirmó en la necesidad de apoyar incondicionalmente la Revolución cubana, pero que me dejó una impresión muy dolorosa: la de una generación muy joven -limitada geográfica y numéricamente, pero no desdeñable- que demostraba una preocupante indiferencia por el destino colectivo del país y un impermeable desprecio por la cultura. Que «la prostitución actual», al contrario de la que existía en tiempos de Batista, «no sea mayoritariamente una estrategia desesperada de supervivencia sino más bien un reflejo del resquebrajamiento de valores espirituales a nivel social» (según las palabras de Rosa Miriam) da bien la medida de todos los peligros que se fermentan en la presente coyuntura; peligros que hay que relacionar con la pregunta que se hacía en 1997 Ambrosio Fornet acerca de «si a consecuencia de esta crisis, la ética consciente de la austeridad y la solidaridad cederá ante las tentaciones de una sociedad de consumo y el melancólico encanto del escepticismo y la frivolidad». A lo que añade: «¿Será posible evitar una pirueta grotesca por medio de la cual comunista se convierta en consumista y la esperanza de mejorar y desarrollar el proyecto revolucionario se frustre definitivamente?». En definitiva, ¿de qué manera cree usted que puede combatirse la «aculturación» rampante asociada a la necesidad de resistir en condiciones dictadas desde el exterior? ¿Qué puede hacerse desde el Instituto que usted dirige para luchar contra la «mercantilización de las mentes» implícita en el jineterismo? ¿Cómo puede recuperarse para la Revolución este sector de la juventud habanera?
Tu pregunta es claramente sociológica. Creo que la respuesta debe contar también con las transformaciones sociales, educativas y culturales que se vienen produciendo en Cuba desde el año 2000, con las que se intenta colocar la cultura en el centro de las expectativas de la población y en especial de los jóvenes. Para nosotros la alternativa al consumismo está en el conocimiento, en la realización personal mediante la cultura. La trampa en que cayeron los países de Europa del Este fue tratar de competir con el capitalismo en el consumo, y no proponer otros valores, lo que para nada significa una defensa de la pobreza o de la escasez.
En los últimos cuatro años se han operado transformaciones en la calidad de la educación, se han formado decenas de miles de trabajadores sociales para desempeñarse en la ayuda a los sectores más desfavorecidos y se han multiplicado las matrículas universitarias. Este año comienzan a graduarse los primeros cuatro mil instructores de arte. Existen muchas acciones más, que por ejemplo, permiten el acceso a la formación en ballet a miles de niños de las zonas más humildes de La Habana. Se creó un nuevo canal de TV educativa y pronto se inaugurará otro. Ha crecido varias veces la producción de libros, y la vida cultural se ha intensificado en todo el país.
Se ha creado el empleo de estudiar con remuneración, al mismo tiempo que se modificó radicalmente el concepto de la enseñanza en la secundaria básica, momento decisivo para el destino personal de cada adolescente. ¿Todo esto eliminará automáticamente el jineterismo y la prostitución? Por supuesto que no, pero es un trabajo que busca influir con urgencia en las condiciones sociales que reproducen esos fenómenos, colocando la cultura y la educación en el centro de esa influencia.
Estos nuevos programas de educación y cultura llegan hasta las cárceles, por lo que no renunciamos ni al más alejado de los jóvenes. Claro, que por mucho que hagamos, para la gran prensa que tanto se preocupa por los problemas sociales de sus países seguiremos siendo esa construcción propagandística descrita como «destino privilegiado del turismo sexual europeo».
Desde el Instituto del Libro participamos de estos programas tratando de que la lectura sea cada vez más parte de un estilo de vida culto y participativo, nuestra Feria del Libro que acaba de concluir en 34 ciudades, se incorpora al esfuerzo que hace el país porque la vida cultural llegue a todas partes. Pensamos que la enajenación consumista tiene su antídoto más efectivo en la cultura, y en ese empeño está la Revolución cubana, rodeada de capitalismo y sin urna de cristal.
7. Descendamos ya hacia aspectos más concretos. En esa España en la que para defender la Constitución hace falta -al parecer- cerrar periódicos, ilegalizar partidos y torturar detenidos, Alfonso Sastre -al que usted define con razón como «el más grande dramaturgo vivo en lengua castellana»- no puede representar sus obras ni difundir sus artículos y el que quiera leer su monumental contribución a la cultura tiene que acudir a una pequeña editorial doméstica de Hondarribia mantenida gracias al sacrificio heroico y desinteresado de Eva Forest. Por otro lado España, sólo un poco por detrás de Miami, es el centro más activo de propaganda anti-castrista del mundo, como bien lo demuestran la Fundación Hispano-Cubana, mimada por el PP, y la revista Encuentro, financiada por la Fundación Ford y la NED. ¿ Cómo repercute esto en las relaciones culturales entre el Estado español y Cuba? ¿Qué papel juega el Centro Cultural Español de La Habana, tantas veces relacionado con el sostén a los llamados «disidentes»? ¿ Qué representación del Estado español -oficial y no- ha habido en la reciente Feria del Libro?
Detallaría, en la descripción que haces, que la NED (National Endownment for Democracy) es, como se ha divulgado repetidamente hasta por el New York Times, una pantalla de la CIA, creada por Reagan vía Oliver North, cuando la guerra sucia en Centroamérica, y que Bush habló recientemente en su sede para asignarle «nuevas misiones» en el Medio Orente (¡!), y además, que no por casualidad acaba de ser encontrado su dinero también detrás de los golpistas venezolanos.
Las relaciones culturales entre el estado español y Cuba han sido amenazadas por la alianza del gobierno de José María Aznar, que por cierto también financia la revista Encuentro, con el «eje del bien» Washington-Miami. Así se le retiró el apoyo al Festival «La Huella de España» que preside Alicia Alonso, o se le han negado visas a decenas de artistas e intelectuales cubanos para participar en eventos culturales, por sólo citar dos ejemplos. Pero dañar esas relaciones no resulta tan fácil, está la magnífica comunicación que tenemos con autonomías, instituciones y muchos intelectuales españoles, y por otro lado los lazos históricos que nunca se podrán ignorar. Así en todos los eventos culturales como el Festival de Teatro, el Festival de Cine, la Bienal de Artes Plásticas y la Feria del Libro ha existido una notable presencia de artistas y obras de España, aunque en ningún caso ha sido oficial, pero sí de gran calidad. El homenaje que se le tributó a Alfonso Sastre en el Festival de Teatro de La Habana fue un gran momento de esta relación.
Lamentablemente, poco aportó el Centro Cultural de España a esa relación, es insignificante la cantidad de artistas e intelectuales españoles que trajeron a Cuba, comparada con los que en el mismo período viajaron invitados por instituciones cubanas. Parece ser que sus misiones eran otras, lo que quedó evidenciado a fines del pasado año cuando su directora, después de viajar a Miami y entrevistarse con la flor y nata de la fauna anticubana, fue sorprendida en el aeropuerto de Miami con 10 mil dólares para los empleados de la CIA en La Habana. Los inspectores del departamento del Tesoro yanqui tuvieron la torpeza de estrenar con ella las nuevas regulaciones de Bush contra los viajeros a Cuba. Por supuesto que de esta insólita y tragicómica noticia la prensa española no se dio por enterada.
En nuestra Feria del Libro las editoriales españolas ocuparon más de 250 metros cuadrados y hubo una importantísima delegación de 29 editores e intelectuales, entre los que destacaría a Constantino Bértolo, Andrés Sorel, Eva Forest, Belén Gopegui y Carlo Frabetti, quienes participaron en paneles, dictaron conferencias, presentaron libros suyos publicados por editoriales cubanas, y estuvieron en importantes espacios de radio y televisión. Aparte de esto, hubo una excelente exposición dedicada a Rafael Alberti, traída por la Junta de Andalucía, y ediciones cubanas de clásicos como las de la poesía de Miguel Hernández y Antonio Machado presentadas por los Premios Nacionales de Literatura Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar.
8. En junio del año pasado, mientras cerraba los ojos ante el internamiento de menores en el campo de concentración de Guantánamo, callaba ante el bombardeo de civiles y el asesinato de periodistas en Bagdad y legitimaba la criminal ocupación de Iraq por parte de EEUU apoyando la resolución 1511, la Unión Europea imponía «sanciones políticas» a Cuba en protesta por la «represión» ejercida contra los «disidentes» en la isla. Estas «sanciones políticas», que usted ha calificado de un auténtico «bloqueo cultural», se han materializado, por ejemplo, en el boicot del gobierno alemán a la XIII Feria del Libro de Cuba, de cuyo comité organizador es usted presidente y que acaba de celebrarse en La Habana. Precisamente Alemania era el país invitado a esta edición, que ha dedicado un homenaje a la cultura y literatura alemanas. Más de cien libreros y editores disidentes de ese país, contra la posición de su gobierno, han participado en la Feria. ¿En qué medida cree usted que ésta ha servido para romper ese bloqueo cultural y fortalecer a nivel internacional las relaciones de Cuba con el resto del mundo?
En la clausura de la Feria, un intelectual alemán ironizaba parafraseando a Brecht y decía que a partir del boicot a la Feria del Libro de la Habana, se debería escribir la «Dialéctica de la Torpeza», porque gracias a la decisión del gobierno alemán, el éxito y la difusión del evento fueron mayores que nunca antes. Esto es muy cierto, el intento de dañar la Feria motivó una participación de intelectuales y editoriales de ese país mayor que la prevista inicialmente, hizo además que la Feria fuera más conocida y divulgada internacionalmente. Incluso el impacto fue tal que la Unión Europea trató de desmentirse a sí misma, afirmando que no existía tal boicot, lo que deja en claro lo indefendible y torpe de su postura. En la Feria presentaron ediciones cubanas de sus propios libros figuras como Alice Walker, Erick Toussaint, Atilio Borón, Pablo González Casanova y Luis Britto García, además de los españoles que ya mencioné. Si se suman a eso las personalidades de la cultura que han visitado Cuba en los últimos meses, como Costa Gavras, Augusto Roa Bastos, Noam Chomsky, Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez, Robert Redford o Danny Glover, además de los jurados internacionales del Festival de Cine y del Concurso literario de la Casa de las Américas, te percatas de que el intento de bloqueo cultural ha sido un rotundo fracaso.
9. Incluso los lectores de Rebelión más familiarizados con la realidad cubana, seguimos un poco afirmando la diferencia de los «principios» de la Revolución sin conocer la mucho más importante diferencia de su funcionamiento cotidiano. En España, por ejemplo, un libro cuesta de media el equivalente a 25 barras de pan; y con lo que cuesta un coche pequeño apenas si un lector podría comprar lectura para tres años. España, al mismo tiempo, es el país de Europa que más títulos nuevos edita cada año y en el que menos lectores hay. ¿Cuánto cuesta un libro en Cuba? ¿Cuántos cubanos leen habitualmente? ¿Cuántas bibliotecas públicas hay por -habitante? En España, por lo demás, el proceso de concentración editorial en las manos de tres o cuatro grandes grupos y la orientación estrictamente comercial de la cultura, determinan la paradoja de que cuantos más libros se publican menos influencia social tienen los autores y más difícil es para los pequeños editores sacar al mercado libros de calidad y de incidencia duradera. Usted ha sido director de la editorial Abril y fundador de La Jiribilla, ¿puede usted explicarnos cómo nacen una editorial o un periódico en Cuba? ¿Qué relación institucional mantienen con el Estado? En mi condición de autor, expuesto como estoy a la «piratería» de las empresas, las cuales me «protegen» del comunismo de mis lectores (que querrían fotocopiarme o leerme gratuitamente en la red), me gustaría mucho también que me explicase de qué vive un autor en Cuba y qué clase de relación institucional une a los autores al Instituto del Libro que usted preside. ¿Cuáles son los derechos del autor en Cuba?
En Cuba están registradas 577 publicaciones periódicas y 128 editoriales. Si hablas de periódicos diarios en soporte papel, por razones económicas sólo tenemos dos, pero si vas a Internet verás decenas de ellos. Al no estar concebidas la cultura y la información como un negocio, y la venta mayoritaria de las revistas y los libros producirse en pesos cubanos, a pesar de que sus costos son en dólares, es mucho más viable el surgimiento de un periódico electrónico. La Jiribilla apareció hace tres años en Internet y sólo ahora comienza a circular en papel.
Existen cientos de publicaciones de centros científicos, asociaciones e instituciones religiosas. También grupos de escritores jóvenes han fundado pequeñas editoriales o revistas, varias fuera de La Habana, con el apoyo de una organización como la Asociación Hermanos Saíz; o aquí mismo dos poetas, Reina María Rodríguez y Antón Arrufat, dirigen una revista y un sello editorial para realizar una labor experimental en la literatura. Cintio Vitier fundó hace pocos años La isla Infinita, una bellísima publicación que combina arte y poesía.
Se ha estimulado el crecimiento de las editoriales fuera de la capital para responder al potencial creador existente en todo el país, y esas editoriales producen más de 400 títulos al año. Las de los escritores jóvenes y las de las provincias son apoyadas materialmente por el estado a través del Instituto del Libro, otras son financiadas por las asociaciones o instituciones no gubernamentales a las que pertenecen (en Cuba son varios centenares, cosa que suele ignorarse). En todos los casos las decisiones sobre lo que publican las toman los consejos editoriales formados por escritores e intelectuales.
En Cuba existen organizaciones de creadores e incluso los más jóvenes, como te mencionaba, tienen también una, en que someten a crítica todo lo que hacemos y defienden los intereses de sus miembros. Es una manera de participación que mantiene gran presión sobre las instituciones e impide su burocratización, además de los consejos asesores, que son otra vía.
Funcionan los consejos editoriales en todo el país, para decidir los planes de publicación de las editoriales. Igual sucede con los premios literarios. Aquí no oirás hablar de escándalos, tan comunes en otros lugares, con los jugosos premios para libros inéditos que se conocen por adelantado y nunca se equivocan con un autor desconocido. Tenemos un conjunto de premios y becas en metálico que estimula la creación y cuyos jurados integran escritores de prestigio. Aunque se remunera el derecho de autor, en Cuba, como en el mundo entero, son pocos los autores que viven solamente de escribir libros, muchos trabajan en instituciones culturales, editoriales, revistas, y en otros empleos afines al trabajo literario. El derecho de autor complementa ese trabajo y por decisión de las asociaciones de creadores no depende de las ventas, sino de un acuerdo entre la editorial y el autor. Algunos tienen ingresos en dólares por publicar en el extranjero o por vender algunos libros en esa moneda dentro del país, y obtienen además otros pequeños ingresos al colaborar en revistas y publicaciones.
Cuba tiene once millones de habitantes. Existen 382 bibliotecas públicas y 346 librerías que abarcan toda la geografía del país, además de miles de bibliotecas en escuelas, universidades y otras instituciones, incluso en las prisiones. Según datos del Informe Mundial de cultura de la UNESCO en el período 1989-1994, en el número de obras que poseen las bibliotecas públicas por cada 100 habitantes, Cuba superaba con 48 títulos a México (36), Perú (25), Costa Rica (10), Chile (5), El Salvador y Ecuador (1) e igualaba a Italia con la misma cifra.
Sobre los precios del libro te diré que Ensayo sobre la ceguera de Saramago acaba de venderse a 12 pesos (equivalente a 40 centavos de dólar), y una antología de Ernesto Cardenal a 6 pesos. Estos precios, aunque son superiores a los que teníamos antes de 1990, siguen siendo los más bajos del mundo. Ese lector cubano por el que preguntas ha agotado dos ediciones sucesivas del Ulises de Joyce, que suman 15 000 ejemplares, además de hacer desaparecer en una semana medio millón de ejemplares del texto correspondiente a un curso de técnicas narrativas, impartido por televisión, para no hablar de los millones de ejemplares de literatura para niños y jóvenes, todo esto sin contar todos los libros para la educación, que son gratuitos.
El dilema de los editores cubanos es muy distinto al de sus colegas del resto del mundo. Más que preocuparse por cómo vender sus títulos, su desafío está en satisfacer la demanda creciente de lectores cada vez más exigentes con obras asequibles a todos. Esto hace que la relación con los autores sea más cultural que económica, ellos son los primeros que protestarían contra una concepción mercantil de la edición, pues más que ganar dinero, que también necesitan, les interesa ser leídos.
10. Después de pedirle disculpas por la longitud de mis preguntas, acabaré con una pregunta muy corta que exigirá quizás una respuesta muy larga. La lucha anti-imperialista internacional está indisolublemente ligada a Cuba no menos que la suerte de la Revolución cubana lo está al triunfo de esa lucha. Imaginemos que vencemos porque imaginando también se doblega la realidad. ¿Cómo cree usted que será una cultura desembarazada de la ortopedia del capitalismo? ¿ Qué libros se escribirán en una sociedad liberada? ¿Qué autores cubanos se seguirán leyendo cuando la Revolución circule por nuestros pulmones sin necesidad de respiración asistida?
El tono profético de tu pregunta me asusta un poco. Creo que quizá sea mejor decir qué no será. Constantino Bértolo ha prefigurado en su texto «La edición sin editores o el capitalismo sin capitalistas» a la editorial capitalista del futuro cercano, y termina diciendo: «El arte prevalecerá, el arte de vender». Es sobrecogedor, pero parece que hacia allí van. Creo, en cambio, que en una cultura sin capitalismo prevalecerá el arte más auténtico. No sé qué libros se escribirían, pero seguro no serán los que dicte un mercado cada vez más empobrecedor. En Cuba llevamos 45 años trabajando por esa libertad, porque prevalezca el arte.
Tu pregunta sobre los autores cubanos me hace pensar en Aire frío, de Virgilio Piñera, retransmitido hace una semana por la televisión; en que Paradiso de Lezama Lima y El siglo de las luces, de Carpentier, se siguen agotando edición tras edición; o en el coro que acabo de escuchar en una ciudad de provincia, interpretando poemas musicalizados de Nicolás Guillén. Ninguna de estas obras se escribió para complacer a una transnacional o a una moda ¿Qué las une entonces en el hoy y el mañana de su país y del mundo? Creo que ellos hurgaron, desde el talento y la imaginación, no sólo en la condición del ser humano, si no específicamente en esa amalgama que es lo cubano, algo esencial para entender nuestra resistencia y la Revolución misma. Quizá por ahí esté el camino de la trascendencia, sabiendo que cualquier profecía corre el riesgo de ser errática, más cuando se trata de esa apuesta misteriosa que es la literatura.
(Entrevista realizada el 10 de marzo de 2004 y publicada en el sitio Rebelión.org)
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