El rencor mutuo entre los miembros de Hizbulá y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) sigue latente en el Kurdistán turco. La tensa situación que vive la región, con un aumento de los atentados y la desmesurada represión policial, podría empeorar hasta los niveles de los 90 si el Estado de nuevo decidiera utilizar a los kurdos conservadores.
La situación en el Kurdistán turco no ha dejado de deteriorarse desde que colapsó, en julio de 2015, el proceso de diálogo entre el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el Estado turco. En este año, una decena de ciudades han sido reducidas a escombros, más de 700 civiles han fallecido y la amalgama político-social de representantes kurdos ha ido entrando en prisión. El pasado 4 de noviembre, en un paso esperado, le tocó el turno a la cúpula del Partido Democrático de los Pueblos (HDP): nueve diputados, incluidos sus colíderes Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdag, fueron arrestados. Esta decidida represión dirigida por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que se escuda en la fallida asonada, está alcanzando para los kurdos los niveles de los 90, la década más oscura del conflicto. Podría decirse que para una vuelta a ese periodo sólo falta la reaparición de un conocido y temido actor: el Hizbulá turco, un grupo de kurdos conservadores religiosos que en los 90 fue utilizado por el Estado en su guerra sucia contra los militantes marxistas.
La tensión entre ambos grupos viene de lejos, y se ha reflejado incluso cuando la tibia paz aún reinaba en Kurdistán. En octubre de 2014, durante las protestas kurdas por el cerco de Daesh a la ciudad de Kobane (situada en el Kurdistán sirio), los enfrentamientos entre miembros de Hizbulá y el PKK dejaron decenas de muertos. Las escaramuzas, reflejo de una peligrosa tensión, ahí se quedaron. Meses más tarde, el 9 de junio de 2015, dos días después de las elecciones legislativas que privaron al AKP de la mayoría parlamentaria, Aytaç Baran fue asesinado. La muerte del presidente de la organización de caridad Yeni Ihya-Der, considerada el brazo social del Hizbulá turco, hizo temer por una vuelta a los enfrentamientos entre dos irreconciliables enemigos: el PKK y Hizbulá.
Tras el asesinato de Baran, los miembros de Hizbulá señalaron al PKK; los militantes kurdos, a la inteligencia turca. La causa ahí se quedó, de nuevo sin represalias importantes, pero el rencor entre ambos bandos sigue sin diluirse en una región cada vez más tensa en la que la vía política kurda está siendo silenciada, el PKK habla de guerra total y el Estado podría incrementar su tradicional guerra sucia enfrentando de nuevo a los kurdos.
La viuda de Aytaç Baran, Gülsen Baran, culpa del asesinato de su marido a los marxistas y al colíder del HDP, Selahattin Demirtas. Sus palabras, que sugieren una lucha entre laicos y religiosos, rechazan la implicación del Estado: “El PKK y el HDP están en contra del islam. No les gustan los musulmanes. Mi marido trabajaba para el pueblo y los musulmanes. Ellos no pueden engañar a la gente que ama el islam. Personas como Aytaç se levantaban contra ellos. Por eso le mataron”.
Gülsen, madre de cuatro hijos, se muestra inclemente y reclama justicia: “Nunca perdonaremos a quienes mataron a mi marido. En el Corán la venganza y el perdón son posibles, pero ¿quién podría perdonar a quien mata a tus seres queridos? Perdonar a esa gente sería como padecer una enfermedad. Las personas que mataron a Aytaç están libres porque no hay pruebas suficientes. Hay imágenes, pero no valen. No queremos venganza, queremos que sean encarcelados y que no haya clemencia. Ojalá pueda verla en este mundo, pero si no llegará en el cielo, de la mano de Alá”.
La venganza, un término abstracto para los musulmanes, podría convertir el Kurdistán turco en el infierno que fueron los 90, sobre todo si Hizbulá volviera a ser una pieza más en tablero de los enemigos del movimiento kurdo. Según la agencia prokurda DIHA, de la investigación sobre la masacre de Ankara han aparecido los nombres de varios miembros del HDP a los que Daesh planeaba asesinar en posteriores atentados. Entre los organizadores, supuestamente, estaban miembros de Hizbulá que pretendían vengar la muerte de Aytaç Baran. Tras su asesinato, Zekeriya Yapicioglu, el líder de Hüda-Par, la rama política de esta organización, hizo referencia al derecho de autodefensa. “El HDP y el PKK quieren atraparnos en la violencia. Seguimos diciendo que no queremos caer en sucias estratagemas. Hizbulá ha hecho algunas declaraciones en las que dice que no se quedarán en silencio si los ataques continúan. Un nuevo capítulo del conflicto podría comenzar si el PKK no para sus ataques”.
En la calle nadie olvida la guerra sucia, y muchos kurdos suelen mostrar su rechazo hacia los miembros de Hizbulá, quienes a su vez se muestran igual de reacios a entablar relaciones con quienes consideran enemigos del islam, un estigma irreal teniendo en cuenta que los kurdos, por lo general, son creyentes y aún así votan por el HDP. Selma Irmak, diputada del HDP, subrayaba antes de ser encarcelada que no hubo una represalia por parte de Hizbulá porque “entendieron que hubo otro poder detrás del asesinato”. Estas palabras sugieren al Estado, que podría estar interesado en revivir la época más oscura de Kurdistán turco. “El Estado puede llegar a utilizar a Hizbulá. En los 90 ya lo hizo, pero después no se vivieron nuevos enfrentamientos porque el PKK apostó por detener la lucha. En los enfrentamientos por Kobane de octubre de 2014 se hizo una llamada a Hüda-Par para pensar y detener la tensión -que dejó decenas de muertos-. Los enfrentamientos son una posibilidad, pero no espero que lleguen a ser como en los 90”, añadía Irmak.
El ascenso de Hizbulá
En un estudio publicado en Washington Institute, el periodista Rusen Çakir apunta a tres factores que ayudaron a crecer a Hizbulá: el ascenso del fundamentalismo islámico en Turquía durante los 70, influenciado por las tesis de Sayed Qutb, líder intelectual de los Hermanos Musulmanes ejecutado por Gamal Abdel Nasser en 1966, sobre la “pecadora” e “ignorante” sociedad occidental; los efectos de la revolución iraní y la posterior formación de los miembros de Hizbulá en Irán, lo que incentivó las acusaciones de ser un grupo colaboracionista iraní; y el carácter conservador de los kurdos suníes, que en su mayoría adoptaron la corriente shafi, aunque ciertos grupos se decantaron por el salafismo.
En los 80, los grupos embrionarios de Hizbulá se convirtieron en la corriente islamista radical más importante de Kurdistán turco. En la sombra, con reuniones en casas y discursos en mezquitas, su poder fue creciendo a la par que captaban seguidores para su objetivo: un Estado en el que la sharia sea la ley. Había dos grupos islamistas que dominaban la esfera social: los Ilim, de carácter salafista y poderoso en áreas rurales, y los Menzil, contrarios a tomar las armas y afincado en núcleos urbanos. Las tensiones entre ambos grupos desembocaron en escaramuzas de las que los Ilim salieron victoriosos, asumiendo el liderazgo del islamismo fundamentalista kurdo.
En los 90, el recrudecimiento de los enfrentamientos entre el PKK y el Estado fue uno de los catalizadores para que el grupo Ilim tomase la armas, dando nacimiento (el grupo aceptó el nombre por el que era conocido en público) al Hizbulá turco, un grupo utilizado por el Estado en su lucha contra el PKK. En la época más oscura del conflicto kurdo, entre 1991 y 1995, Hizbulá asesinó a un millar de supuestos militantes del PKK, a imanes contrarios a su interpretación del islam, políticos kurdos y miembros del grupo Menzil. A finales de los 90, el grupo comenzó a tomar acciones contra personas ajenas al PKK. Los asesinatos de Konca Kuris, una feminista islamista, líderes religiosos o el jefe de la Policía de Diyarbakir Gaffar Okkan demostraron las dificultades que tenía el Estado para controlar las acciones de este grupo, que pretendía monopolizar el movimiento islámico kurdo.
Tras la muerte de Kuris, el entonces presidente de Turquía Suleyman Demirel reconoció que “algunas fuerzas pertenecientes al Estado” podían tener lazos con el Hizbulá. El 17 de enero de 2000, su líder, Huseyin Velioglu, quien estudió en la misma facultad que Abdulá Öcalan, líder del PKK, fue abatido por las fuerzas de seguridad turcas debido a la comprometedora información que presuntamente tenía, y los miembros de Hizbulá entraron en la cárcel en masa. En 2003 muchos de ellos se beneficiaron de la amnistía del Estado y poco a poco salieron de la clandestinidad para recuperar en público las ideas de su venerado líder. El nacimiento en 2012 de Hüda-Par, un partido que desea imponer la sharia en Turquía -no desea un Kurdistán independiente- y que cuenta con un respaldo en Batman del 8% y en Diyarbakir, del 4%, demuestra que Hizbulá ni es un movimiento marginal ni fue erradicado por el Estado turco.
La estructura social de la organización se articula a través de medios de comunicación y organizaciones como Yeni Ihya-Der. “La vida de Aytaç era el Corán, los niños y la organización. Allí empleaba todo su tiempo, enseñando el Corán a los niños y ayudando en la mezquita”, recuerda Gülsen mientras su hijo Hasán y su hija Tuba revolotean por el salón. Según la inteligencia turca, Halis Bayancuk, conocido como el emir de Daesh en Turquía e hijo de uno de los líderes de Hizbulá, ha creado una estructura de captación a través de madrasas, centros educativos, tiendas de libros y centros de lectura del Corán. Unos pilares de captación que coinciden con los de Hizbulá. Pese a ello, Serhat Aslan, periodista de Dogruhaber, un medio cercano a esta organización, rechaza las acusaciones que vinculan al movimiento con Daesh y apunta que “un padre y un hijo no tienen por qué tener las mismas ideas”. Sin pruebas concretas, y pese a compartir muchos de los huesos que forman el esqueleto ideológico del autodenominado Estado Islámico, hoy en día se puede afirmar que el principal aliado táctico de Hizbulá es, aunque lo rechacen sus líderes, el Estado turco.
La otra opción
Tras la llegada del conflicto a las ciudades, grupos kurdos minoritarios han comenzado una frenética actividad social para atraer a los afectados por el conflicto. Hüda-Par ha condenado las acciones del PKK y la desproporcionada respuesta del Gobierno a las zanjas de las urbes kurdas. Seyhmus Tarinkulu, líder de Hüda-Par en Diyarbakir, insiste en la alternativa que representan: “Cuando la gente sufre y su sangre es derramada no nos sentimos contentos aunque aumente nuestro apoyo. Nuestro pueblo se ha quedado entre el AKP y el PKK. Los errores del PKK han forzado esta lucha. Son marxistas que no representan la ideología musulmana del pueblo kurdo. Antes de crear Hüda-Par la gente votaba por el AKP porque no había alternativa. Ahora somos esa alternativa al HDP y el AKP. En Kurdistán sur (norte de Irak), que son cuatro o cinco millones de kurdos, hay ocho partidos y cuatro están en el Parlamento. Aquí, con 30 millones, parece que sólo existe el HDP. Con más partidos políticos quien gana es el pueblo”.
Desde su fundación, Hüda-Par ha sido acusado de ser un arma política del Estado en el Kurdistán turco. En la reválida electoral del pasado noviembre su partido no se presentó, lo que provocó que el AKP obtuviera nuevos diputados. Tarinkulu rechaza estas acusaciones y asegura que “no fuimos porque somos un partido pequeño y no tenemos la fuerza económica. Además, entre junio y noviembre estaban intentando alterar al pueblo. Para reducir la tensión creímos que no era bueno presentarse. Dijimos a nuestros miembros que apoyaran al partido que quiere seguir conectado al mundo islámico y promueve una solución para este pueblo”. Estas palabras, mirando al resultado electoral y la ideología, conducen al AKP.
En el último año, los kurdos se han visto envueltos en una vorágine bélica. Hoy, la vuelta a la mesa negociadora parece imposible. El Gobierno dijo a principios de año que de retomar el proceso de diálogo lo haría con líderes tribales y grupos kurdos minoritarios, excluyendo a PKK y HDP, precisamente los grupos con los que el Estado tiene el conflicto. Pero ahora, tras la fallida asonada, ya nadie habla de negociación dentro del AKP, sino de guerra total, de limpieza de “terroristas”. Tarinkulu, pese a ser contrario a la mayoría de los preceptos del PKK y el HDP, considera que el diálogo es el camino para lograr la paz y recuerda que la participación de los militantes marxistas en una futura negociación será inevitable. Por eso propone un proceso de diálogo con dos mesas, una con el PKK y otra con los grupos político-sociales kurdos: “Es un error no contar con el PKK. También es un error que el proceso de diálogo sólo cuente con el PKK y el HDP. Para encontrar una solución pedimos que haya dos mesas: una con el PKK y otra con quienes no usan las armas. El HDP ha obtenido muchos votos y representa a la gente, por lo que no puede quedarse fuera”.