Hola eima Naima, hoy me encuentro como tú, durmiendo en un banco. Me imagino que tus motivos y los míos han sido bastante parecidos.
Ambas lo hemos hecho por valor. Por no seguir con una dinámica que nos asfixiaba, que nos coartaba, que nos exigía renunciar a quien realmente éramos.
Quizá yo haya llegado al punto de no saber quién soy. Quizá nunca lo haya sabido. Pero ahora siento que nada está bien. He crecido intelectualmente pero no puedo desarrollarme. Alguien me coarta con su carácter, me acalla con su temperamento, me convierte en nadie con sus planes. Siempre tendría que haber sido algo diferente a lo que soy. Y nunca hay tiempo para ser, solo para “deberías ser”.
Yo no soy nada y no debería ser nada.
¿Por qué me predispongo al “deberías ser” si jamás me predispongo a saber quién soy? Como se puede “deberías ser” sin saber quién eres? ¿Cómo se si lo que soy esta mal si no sé quién soy? ¿Cómo alguien que no sabe quién es es capaz de juzgar lo que debería ser otro?
¿Por qué siempre soy un plan, eima? ¿Por qué nunca soy yo? Me imagino que en tu cabeza ya habrás resuelto estas dudas aquel día que acabaste como yo, durmiendo bajo el cielo y preguntándote que sentido tiene nuestra existencia si siempre estamos subyugadas a solamente el papel que nos dejan ejercer.
Cuando me paro a pensar en mis antepasadas veo dolor, silencio, fortaleza, resignación, sumisión… pero, ¿de qué os ha servido a vosotras todo eso si, al final, siempre habéis seguido siendo esclavas? Y ya no hablo de esclavas en el sentido literal de la palabra, que por supuesto eso lo hemos cumplido todas, si no a esclavas del plan de un hombre.
¿Por qué nuestras parejas nos hacen partícipes de un plan del que no somos coautoras? Por qué aceptamos el “deberías ser” sin que ese individuo sepa antes quiénes somos realmente, eima?
¿Sabes qué? Que jamás hubiese pensado que hubiese acabado como estoy ahora, de día, en un parque, escribiendo únicamente porque el frío, esto si literalmente, no me deja dormir. Pero aquí estoy, pagando la esclavitud de mi género. Desterrada como lo fue mi abuela, como lo fuiste tú y como me siento yo.
Pero aquí estoy. Solo me consuela pensar en este momento que mientras una sea fuerte le dará fuerzas al resto. Y mientras una luche con todas sus fuerzas por saber quién es, las demás se unirán a la lucha.
Pero quizá lo más triste es que no es cuestión de valentía, es cuestión de supervivencia.”
Nuria Nadim
25 años. Hija de magrebí y española