Asistimos a la formación de un ‘tripartito pasivo’: gobernará el PP con el PSOE y Ciudadanos de árbitros de una gobernanza temblona pero increíblemente estable. Las conexiones con la élite empresarial son ideales y el visto bueno de Bruselas, previsible
ANDRÉS VILLENA OLIVER
26 DE OCTUBRE DE 2016
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Es probable que el pasado domingo 23 de octubre se convierta en un 23O, una fecha para poner fin a un periodo en el que el sistema político surgido de la Transición ha estado cortocircuitado. ¿Se cierran de nuevo las costuras del denominado por algunos Régimen del 78? Para responder a esta pregunta hay que descomponer previamente dicho régimen en los elementos fundamentales que, a la luz de lo investigado, deben estar presentes o latentes en todo sistema elitista o de dominación:
1. Mitos fundacionales. La legitimidad de un sistema de dominación depende de que la gente se lo crea, para lo que debe asumir un determinado relato histórico. Este papel lo juega para el caso español la Transición, según la historiografía dominante, un pacto original en el que los españoles, después de mucho sufrimiento, fueron capaces de ponerse de acuerdo cediendo armoniosamente algunas de sus aspiraciones para conseguir la democracia de la que disfrutamos hoy. Los fallos estructurales heredados de dicho pacto son perdonables en razón del virtuoso acuerdo alcanzado y de las supuestas dificultades del momento, materializadas como espectáculo en el 23F. Este mito nacional se complementa con un mito internacional que rima con el ochentero There is no alternative (TINA); según este, del euro no se puede salir y existe una hoja de ruta fijada desde arriba para que, por la vía de la sostenibilidad de la deuda pública, podamos convertirnos a medio plazo en una economía generadora de empleo y algo de riqueza. El ejemplo espectacular corresponde aquí al fracasado proyecto de Syriza en Grecia, corralito incluido.
2. Cohesión de la élite dominante.El conjunto de los ciudadanos, creyentes de manera intermitente en los mitos fundacionales es dominado por una élite relativamente cohesionada. La definición de esta élite abarca muchos más ámbitos que los normalmente sugeridos en los medios de comunicación: hay élites gubernamentales (presidente, ministros, secretarios de Estado, etc.), élites funcionariales de altísimo nivel (abogados del Estado, economistas del Estado, inspectores de Hacienda…), élites partidistas (dirigentes nacionales y regionales del PP, PSOE, PNV…), élites de poder regional (presidentes autonómicos, consejeros…), élites parlamentarias y legislativas (diputados, senadores, con sus variantes autonómicas), élites judiciales, élites empresariales dentro, fuera y por encima del Ibex-35, élites mediáticas (TVE, La Sexta. Onda Cero…). Todas ellas son importantes a su manera.
Si se estudian las conexiones existentes entre estas élites, se descubre que sus miembros suelen tener los mismos orígenes, que han coincidido en sus centros de estudio, en puestos políticos, parlamentarios, en cuerpos de altos funcionarios, en ministerios, en consejos de administración de empresas privadas, públicas y mixtas, en patronatos de fundaciones, think tanks, etc. Esto nos sugiere concebir el sujeto dominante como un organismo vivo compuesto por cientos, miles de nodos conectados por múltiples tipos de relaciones. Se trata de un nivel de abstracción mayor que el que puede mostrar un titular de prensa, una fotografía o incluso una charla política de lo más sesuda. Pero de este conocimiento se deriva una mejor comprensión de por qué suceden las cosas: es difícil asaltar los cielos porque los cielos son muy complejos y construirlos ha llevado muchísimo tiempo.
Las élites son cohesivas y diversas, dos coordenadas del poder que explican que cuando Felipe González, por ejemplo, entra en Gas Natural, el mundo de la élite política y el de la empresarial privatizada quedan mejor conectados. No se trata de lo que hace un supuesto caradura, sino que es la lógica estructural subyacente lo que nos debe indicar qué debe estar pasando.
3. Circulación y renovación de la élite dominante. La cohesión y los mitos no son suficientes. Ni mucho menos. Una élite permanentemente cerrada se olvida del exterior, donde siempre están pasando cosas nuevas. Los mitos también pueden pasarse de moda. Por eso es fundamental que la élite se renueve por diferentes procedimientos; por ello el bipartidismo juega un papel de mecanismo de control legitimador ideal: se va Aznar, llega Zapatero; se marcha Zapatero, llega Rajoy. Un viento fresco sacude a los españoles cuando perciben que han cambiado a los gobernantes con su voto. A esto le llamamos democracia representativa, un movimiento de sustitución y circulación de élites que administran el poder dentro de un sistema elitista más amplio que frecuentemente se pasa por alto.
Un tipo especial de circulación de élites es la cooptación: a veces, cuando el enemigo externo es amenazante, se le puede invitar a entrar en el gobierno con una misión especial (Ciudadanos), o bien reservarle un espacio en la oposición parlamentaria (Podemos).
4. El papel de la masa, los ciudadanos, la gente. El sistema productivo capitalista provee a los ciudadanos de oportunidades para tener empleo, consumir, invertir y realizarse según la cultura dominante aprendida desde la cuna. El Estado del Bienestar juega aquí un papel fundamental en lo que se denomina “cohesión social”. Cuando todo esto quiebra, cuando falta el empleo, etc., se producen cambios en el resto de los elementos de un sistema que aspira a sobrevivir por encima de sus componentes (nuevas elecciones, cambios en la élite política, cooptaciones, etc.).
5. Relato mediático espectacular. El último elemento sirve de complemento a los anteriores. En todo momento, los ciudadanos asistimos a una narración mediática constante, repetitiva, tan dispersa como homogénea en lo fundamental. En ella priman los desacuerdos, los culpables y las amenazas. Será normal que el desacuerdo encubra el consenso y la polarización, la homogeneidad. En esta sociedad 3.0 en la que ya existen memes minutos después de la rendición del PSOE, este entramado hiperreal sirve para la distensión, la relativización de la frustración y sobre todo para una resignación narcotizada.
Y, a pesar de todo, tenemos democracia. Sí. Y esta se mostró relativamente estable desde 1982 hasta que, en plena crisis económica, el desempleo superó los cinco millones de personas y el presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero anunció una serie de recortes contrarios a su programa pero coherentes con el mito internacional (seguir en el euro). Como creyentes fervorosos de dicho mito, los socialistas apelaron a la “responsabilidad”. Pero muchos no les creyeron. La crisis del PSOE comenzó ese día, con un agujero de votantes que se marcharían al PP, a la abstención y, algo después, a Podemos y a Ciudadanos. La primavera del 15M, representación ciudadana del hartazgo de los españoles que, privados de empleo y, peor, de oportunidades, clamábamos por una democracia real, sirvió para que determinados grupos cualificados con aspiraciones se apropiaran del espacio ofrecido por las crisis de los principales partidos: el PSOE había traicionado a su electorado, pero el PP también había incumplido su programa y, además, se veía inundado por una corrupción sistémica que convertía de facto al partido en una presunta organización delictiva.
¿Cómo recuperar la normalidad ante una situación en la que un partido rupturista (Podemos) amenazaba con desmontar el orden surgido de la Transición? Medios de comunicación, grandes empresas, agents provocateurs, partidos políticos y otros elementos del sistema han reducido al partido morado a una determinada presencia para no perturbar los futuros equilibrios.
¿Qué tiene todo esto que ver con el suicidio en el Comité Federal del 23O? Dicho suicidio implica la formación de un tripartito pasivo: gobernará el PP con el PSOE y Ciudadanos de árbitros de una gobernanza que será temblona pero increíblemente estable. Las conexiones con la élite empresarial son ideales, el visto bueno de Bruselas, previsible. Podemos seguirá representando el papel de malo desde el Parlamento. El círculo se cierra. El descenso del paro, el incremento de las ventas de automóviles y la nueva temporada de Walking Dead orientarán nuestras actitudes hacia las de los buenos ciudadanos. La cuestión es si a Podemos le quedará cómodo el traje o si, por el contrario, a las costuras del régimen setentero le saldrán o no unas nuevas grietas con el paso de los meses.
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Andrés Villena en doctor en Sociología y Economista.
AUTOR
Andrés Villena Oliver